Lc 14, 1. 7-14
“Humildad y gratuidad: dos virtudes necesarias hoy”.
Queridos hermanos y hermanas,
Muy queridos abuelitos y abuelitas:
Con fe y con esperanza esta mañana queremos celebrar nuestra fe, unidos a la Iglesia que celebra el domingo, el día del Señor resucitado. lo hacemos porque sabemos que es aquí donde recuperamos las fuerzas para seguir adelante en el camino de la vida. ¡No perdamos nunca el gozo de celebrar el domingo. De reunirnos y escuchar atentos la palabra de Dios!
Esta mañana queremos ofrecer nuestra Misa, por todos nuestros ancianos; los abuelos y abuelas de cada uno de nosotros que representan no solo la memoria de nuestros pueblos y ciudades, sino que son la herencia que custodia la sabiduría por descubrir. “El futuro de un pueblo supone necesariamente este encuentro: los jóvenes dan la fuerza para hacer avanzar al pueblo, y los ancianos robustecen esta fuerza con la memoria y la sabiduría”. A los abuelos, recordó, “se les ha confiado una gran tarea: transmitir la experiencia de la vida, la historia de una familia, de una comunidad, de un pueblo; compartir con sencillez una sabiduría, y la misma fe”. “Qué suerte estas familias que tienen a los abuelos cerca. Los abuelos son padres dos veces”. Hoy somos testigos de cómo muchas veces los abuelos son quienes llevan la responsabilidad de cuidad y educar a los nietos, pues la economía obliga a los padres a salir a trabajar y regresar muy tarde al hogar.
Al celebrar este día el “Día de los abuelos”, quisiera invitarles para que les mostremos nuestra gratitud, nuestro cariño y nuestra reverencia. Especialmente en aquellos que hemos descuidado, olvidado o simplemente no hemos tomado en cuenta.
En el Evangelio de este domingo (Lc 14, 1.7-14), encontramos a Jesús como comensal en la casa de un jefe de los fariseos. Dándose cuenta de que los invitados elegían los primeros puestos en la mesa, contó una parábola, ambientada en un banquete nupcial. “Cuando seas convidado por alguien a una boda, no te pongas en el primer puesto, no sea que haya sido convidado por él otro más distinguido que tú, y viniendo el que los convidó a ti y a él, te diga: “Deja el sitio a este”… Al contrario, cuando seas convidado, ve a sentarte en el último puesto” (Lc 14, 8-10). El Señor no pretende dar una lección de buenos modales, ni sobre la jerarquía entre las distintas autoridades. Insiste, más bien, en un punto decisivo, que es el de la humildad: “El que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado” (Lc 14, 11).
Pero ¿Qué es la humildad? Santo Tomas de Aquino, tiene una expresión muy hermosa que nos ayuda a entender con mucha claridad: “La humildad significa cierto laudable rebajamiento de sí mismo, por convencimiento interior”. La humildad es una virtud derivada de la templanza por la que el hombre tiene facilidad para moderar el apetito desordenado de la propia excelencia, porque recibe luces para entender su pequeñez y su miseria, principalmente con relación a Dios. Por eso para santa Teresa “la humildad es andar en verdad; que lo es muy grande no tener cosa buena de nosotros, sino la miseria y ser nada; y quien esto no entiende anda en mentira”.
Hagamos un examen serio de conciencia y descubramos las actitudes que nos impiden ser humildes. Pensemos en aquellas situaciones que nos exponen ante la vulnerabilidad personal a causa de los propios intereses: quedar bien con el otro, faltar a la verdad y a la fidelidad.
Al final de la parábola, Jesús sugiere al jefe de los fariseos que no invite a su mesa a sus amigos, parientes o vecinos ricos, sino a las personas más pobres y marginadas, que no tienen modo de devolverle el favor (cf. Lc 14, 13-14), para que el don sea gratuito. De hecho, la verdadera recompensa la dará al final Dios, “quien gobierna el mundo… Nosotros le ofrecemos nuestro servicio sólo en lo que podamos y mientras él nos dé fuerzas” (Deus caritas est, 35). Por tanto, una vez más vemos a Cristo como modelo de humildad y de gratuidad: de él aprendemos la paciencia en las tentaciones, la mansedumbre en las ofensas, la obediencia a Dios en el dolor, a la espera de que Aquel que nos ha invitado nos diga: «Amigo, sube más arriba» (cf. Lc 14, 10); en efecto, el verdadero bien es estar cerca de él..
Jesús no rechaza el amor filial no las relaciones amistosas. Lo que no acepta es que aquellas sean siempre las relaciones prioritarias, privilegiadas y exclusivas. A los que entran en la dinámica del Reino buscando un mundo de Dios más humano y fraterno, Jesús les recuerda que la acogida a los pobres y desamparados ha de ser anterior a las relaciones interesadas y los convencionalismos sociales.
¿Es posible vivir de manera desinteresada? ¿Se puede amar sin esperar nada a cambio? No hemos de engañarnos el camino de la gratuidad es casi siempre difícil. En un cultura capitalista. Es necesario aprender cosas como esta: dar sin esperar algo a cambio, perdonar sin apenas exigir, ser pacientes con las persona poco agradables, ayudar pensando solo en el bien del otro.