Santa Iglesia Catedral, Santiago de Querétaro, Qro., a 01 de marzo de 2020.
EL CAMINO CUARESMAL
Queridas familias católicas:
1.- Saludo a todas usted con afecto en el Señor y les agradezco su presencia en esta celebración, que coincide con el inicio de la santa cuaresma, A esta experiencia cristiana la iglesia llama “Camino hacia la Pascua” del Señor. Es, pues, la cuaresma un tiempo de preparación para un caminar y un encuentro con el misterio central de nuestra fe: la muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo. También le llamamos “Misterio Pascual”.
2.- Este año litúrgico la iglesia nos ofrece acompañarnos con la lectura del Evangelio de san Mateo y de san Juan. Quiero recorrer con ustedes este itinerario e invitarles a acompañar a Jesús como buenos seguidores suyos. Pienso que hará bien a sus familias. La subida de Jesús a Jerusalén es “para sufrir su pasión y entrar así en su gloria”. Es el momento culminante de la vida de Jesús, porque aquí se juega su destino final, su vocación y misión, que es también la nuestra, pues “si morimos con Cristo también resucitaremos con él”. Es nuestro destino, y el de la humanidad, el que está en juego, junto con el de Jesús.
3.- La Iglesia le llama a este itinerario “camino cuaresmal”: “Enséñanos, Señor, tus caminos y danos tu salvación”. Este es el camino de Jesús para conseguir nuestra salvación. No sólo es un camino, sino una “subida” a Jerusalén. No es un camino ancho ni cómodo, sino angosto, un camino de prueba y de ascensión. Es para pasar de nuestra condición baja y pecadora a una situación elevada de hijos de Dios. Exige valor, decisión, correr riesgos, tropezones y hasta caídas para después levantarse y llegar a la meta, que es Cristo muerto y resucitado. Ese será nuestro descanso, según su promesa: “Donde yo esté, estarán también ustedes conmigo”.
4.- Puestos en el camino hay que caminar; si no se camina, no se llega a la meta y viene la frustración. Y para empezar a caminar hay que levantarse, despertar de nuestro letargo, ponerse vestido de peregrino, ligeros de equipaje, afrontar los peligros, el cansancio, las caídas, la sed, el hambre, las inclemencias del tiempo, las fieras, los enemigos y… finalmente la Cruz del Señor, paso obligado para la Gloria. Por la cruz se llega a la luz.
5.- La Iglesia nos traza este camino como una ascensión, un subida “de altura en altura, hasta ver a Dios en Sion”, dice el salmista. De “altura en altura” son los cinco domingos de que consta la cuaresma: *Este primer domingo es un subir con Jesús al Monte de la tentación: Jesús quiere saber con quién cuenta, si somos capaces de ayunar y orar con él para vencer al Tentador. *El segundo domingo es el del Tabor, el monte de la Trasfiguración: Jesús quiere mostrarnos que su muerte no fue un accidente, sino el cumplimiento de un plan de Dios, anunciado por los profetas: “Que el Mesías tenía que padecer para así entrar en su gloria”. Así Jesús quita a su pasión el escándalo y manifiesta la sabiduría divina que se esconde en la Cruz. *El tercero nos lleva hasta las montañas de Samaría, y allí, en el pozo de Jacob, la samaritana, la mujer idólatra y prostituida pero sedienta de verdad, que deja su roto cántaro porque encuentra la Fuente de la vida, a Jesús, que la purifica de sus pecados y la hace su misionera, pregonera del ”agua viva que salta hasta la vida eterna”. *El cuarto domingo, ya en las cercanías de Jerusalén, nos presenta a Jesús curando al
ciego de nacimiento que, ante la amenaza de los adversarios y la cobardía de sus padres, no se rinde y, tras el encuentro con Jesús, de rodillas lo confiesa como “Hijo de Dios”. El proceso de abrir los ojos y madurar en la fe es siempre doloroso, pero feliz. *Así, purificados e iluminados por Jesús, llegamos a Betania, en las alturas de Sion, donde Jesús comienza a mostrar la profundidad de su corazón: Llora por la muerte de su amigo y este dolor le arranca de su alma el grito salvador: “¡Lázaro, sal fuera!”, porque Jesús, “no tolera que mueran sus amigos”. Y nos revela el coste de ese amor: La vida de su amigo, le costó la condena a muerte de sus enemigos: “Desde entonces buscaban cómo matar a Jesús y a lázaro”. *Y así, paso a paso, de altura en altura, llegamos con Jesús a su destino final en Jerusalén: el monte de los Olivos, el monte del Calvario, el monte del Templo, el monte de la Resurrección y Ascensión y, finalmente, rodeado de los discípulos, resucitado y lleno de gloria, con todo el poder “en el cielo y en la tierra”, desde el monte de la “Galilea de los gentiles”, envía a sus discípulos a “hacer discípulos a todo el mundo, anunciándoles el Evangelio”. Desde el Monte de la misión, en Galilea, tierra abierta al mundo pagano, Jesús nos asigna como tarea “predicar el Evangelio y enseñar a guardar sus mandamientos” a todo el mundo. Por eso Jesús puso a su Iglesia como una “ciudad luminosa edificada sobre la montaña” para que quien levante su mirada y quiera ver, pueda contemplar su luz salvadora. Nuestra tarea es mantenerla encendida, para que brille su luz ante los hombres…
6.- En este camino de ascensión y crecimiento, de maduración y testimonio, nadie va solo. El Señor Jesús camina con nosotros, como hizo con los discípulos de Emaús, nos explica las Escrituras y nos parte el Pan. La Iglesia, en su nombre, nos ofrece la Palabra de Dios, la santa Eucaristía y la purificación de nuestras culpas. En la subida a Jerusalén Jesús es nuestro Cirineo: va con nosotros y su iglesia con él. Caminamos en familia, en comunidad, y siempre habrá a quien recurrir. Es verdad, no la tentación y quien traiciona al maestro: El impulsivo Pedro niega vergonzosamente al Señor, pero con la mirada baja y los ojos llenos de lágrimas, enfrenta la mirada salvadora de Jesús. El otro traidor es Judas, ladrón si más, dice san Juan. Ladrón y traidor porque ya “Satanás -el dios dinero- había entrado en su corazón”. Tanto el dinero como el poder anestesian el corazón y se convierten en ídolos abominables capaces de traicionar y vender a quien les hace el bien. Estamos aquí ya en el “misterio de perdición”, que acompaña siempre el “misterio de salvación”.
7.- Llegados al calvario tenemos una imagen de la Iglesia peregrina en este mundo: Jesús en el centro, levantado en alto, reconocido como Rey por el llamado “buen” ladrón, ejerciendo su soberanía salvadora: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”, en mi reino. El centurión, representante del imperio, desconcertado confiesa: “Verdaderamente este era hijo de Dios”. La Madre dolorosa, de pie, intercediendo por nosotros y recibiendo de su Hijo su título de Madre nuestra. Las mujeres, madres sensibles y fieles, acompañado a María y acompañadas por el apóstol Juan, son toda la comunidad creyente que no se avergüenza de Jesús, sin faltar los arrepentidos y cautelosos -José de Arimatea, Nicodemo-, se presentan ante el gobernador para rescatar el cuerpo de Jesús. Así nació nuestra Iglesia del corazón de Jesús abierto por la lanza del poder del imperio romano; de ese golpe mortal brotó el Espíritu Santo, “Señor y dador de vida”, el agua purificadora del Bautismo y la Sangre preciosa de la Eucaristía. Nosotros, la Iglesia, nacimos en el Calvario del corazón de Dios, del cariño de una Madre, de la fuerza del Espíritu, en compañía de hombres y
mujeres que, en medio de sus dudas y pecados, se acercaron a esa fuente de misericordia de la cual seguimos nutriéndonos en la santa palabra de Dios y en los santos sacramentos.
8.- Hermanas y hermanos, queridas familias: Aquí está nuestro origen, aquí está nuestra vocación, aquí está nuestra misión, aquí está nuestra salvación, aquí está nuestra gloria. Nuestra gloria no está en convertir piedras en panes que, tarde o temprano, volverán a ser piedras contra nosotros. Ni en querer diabólicamente suplir a Dios pretendiendo demostrar que nosotros sí podemos arreglar el mundo, y mejor que Él. Si existe, le pedimos que no estorbe. Ni, mucho menos, pensando usufructuar del poder político para lograr el éxito religioso doblando la rodilla ante el becerro de oro. “La lucha por la libertad de la Iglesia, la lucha porque el reino de Jesús no se identifique con ninguna estructura política, debe mantenerse hasta el fin de los siglos” (Papa Ratzinger). Cualquier pacto siniestro con el poder implica la pérdida de la libertad. “Nuestra gloria”, dice san Pablo, “está en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, porque en Él está la salvación, la vida y la resurrección”. A Él, inmortal y glorioso, sea el poder y la gloria por los siglos de los siglos”. Amén.
+ Mario de Gasperín Gasperín
Catedral: Día de la Familia – 01/03/20.