Homilía de la Misa celebrada en la XXI Jornada Mundial del Enfermo

Basílica Menor de Nuestra Señora de los Dolores de Soriano,
Soriano, Colón, Qro., 10 de febrero de 2013.
Annus fidei – Año de la Pastoral Social  – Año Jubilar Diocesano


Queridos hermanos y hermanas:

escudo_armendariz1. La celebración de la XXI Jornada Mundial del Enfermo, a la cual nos unimos de corazón con la Iglesia Universal en este día, mediante la celebración del sacrificio de la Misa, es una oportunidad propicia que Dios nos concede a ustedes y a mí, para “profundizar en la oración, la participación  y ofrecimiento del sufrimiento  por el bien de la Iglesia, así como una invitación a todos nosotros para que reconozcamos  en el rostro humano  del hermano enfermo, el santo rostro de Cristo que, sufriendo, muriendo y resucitando,  realizó la salvación de la humanidad” (cf. Juan Pablo II, Carta por la que se instituía la jornada mundial del enfermo, 13 de mayo de 1992, 3). Enmarcada de manera especial en este año, por la celebración del año de la fe y en nuestra diócesis por el año de la Pastoral Social y el Año Jubilar Diocesano.

  • 2. Es en este contexto y bajo estos acontecimientos eclesiales, que me complace poder encontrarme con ustedes en esta mañana y poder externar mi cercanía y mi saludo cordial, y así elevar juntos a Dos las súplicas y oraciones por la enfermedad y el sufrimiento en nuestra vida y en la de muchos, mediante la maternal intercesión de Nuestra Señora de los Dolores de Soriano. Les saludo a cada uno de ustedes en el Señor; saludo al P. Alejandro Gutiérrez Buenrostro, responsable en la Diócesis de la Pastoral de la Salud, le agradezco sus iniciativas y proyectos en favor de esta pastoral tan esencial y fundamental en la vida de nuestra comunidad diocesana.

3. La liturgia de este domingo, a través de las tres lecturas propone un idéntico tema: “Los creyentes forman una comunidad de enviados, es decir, de apóstoles”. Dios se ha revelado a ellos. Ellos lo han conocido, han sido llamados y han sido enviados. Todo cristiano ha de transmitir ante todo lo que él mismo ha recibido. El bien es difusivo de sí mismo. En la asamblea litúrgica de cada domingo es donde el cristiano se ha de preparar y encender para difundir después el mensaje de salvación por todas partes, según sus propias circunstancias y posibilidades, con su palabra, con su ejemplo y con su oración. «Salvados para salvar». Eso es el creyente. Ésa es la vocación cristiana. Por iniciativa divina fuimos elegidos para injertarnos en el misterio de Cristo y servir, así, de testigos y de continuadores de la obra de la salvación sobre otros hombres. La vocación cristiana es por su naturaleza una vocación apostólica.

4. El relato de la vocación de Isaías (Is 6, 1-2.3-8), como escuchamos en al primera lectura, nos hace pensar que efectivamente Dios se fija en quien elige y lo hace con la finalidad de manifestar un mensaje de salvación concreto y definido. Toda vocación, aunque nace de la iniciativa divina, supone en el elegido una actitud de disponibilidad generosa ante la voluntad de Dios. Yavé tiene su trono en el cielo, pero también establece su sede en medio de su pueblo. San Jerónimo dice: «Hay cuatro clases de apóstoles: una que no es por los hombres ni por el hombre, sino por Jesucristo y Dios Padre; otra, que ciertamente es por Dios, pero también por el hombre; la tercera que es por el hombre, no por Dios; la cuarta, ni por Dios ni por el hombre, sino por sí mismo. «Al primer grupo pueden pertenecer Isaías (Is 6,8), los demás profetas y el mismo Pablo, que fue enviado no por los hombres ni por un hombre, sino por Dios Padre y por Cristo. Del segundo grupo, Josué, hijo de Nun, que fue constituido apóstol por Dios ciertamente, más por medio de un hombre, Moisés (Dt 34,9). La tercera clase, cuando alguno se ordena por el favor o la astucia. El cuarto, es el gremio de los pseudoprofetas y pseudoapóstoles, de los que dice el Apóstol: “esos individuos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, disfrazados de apóstoles de Cristo” (2 Cor 11,13)» (cf. Comentario a la Carta de los Gálatas 2,43).  Esto nos lleva a pensar en nosotros mismos y en que la llamada que Dios nos ha hecho en el bautismo, es una elección de Dios para colaborar en el anuncio gozoso que produce el encuentro con Cristo en su Palabra y en su persona.

5. Queridos hermanos y hermanas, quizá muchos de ustedes en las circunstancias adversas de la enfermedad, se han hecho las preguntas: ¿por qué la enfermedad y el sufrimiento? ¿Tiene algún sentido este sufrimiento? Ante estas preguntas, tal vez humanamente no haya una respuesta que satisfaga plenamente, sin embargo, “mientras la palabra del hombre parece enmudecer ante el misterio del mal y del dolor, y nuestra sociedad parece valorar la existencia sólo cuando ésta tiene un cierto grado de eficiencia y bienestar, la Palabra de Dios nos revela que también las circunstancias adversas son misteriosamente «abrazadas» por la ternura de Dios. La fe que nace del encuentro con la divina Palabra nos ayuda a considerar la vida humana como digna de ser vivida en plenitud también cuando está aquejada por el mal” (cf. Exhort. Apost. Post. Verbum Domini, n. 106).

6. Hoy la Palabra de Dios nos dice que Dios por medio de su Hijo nos elige para  anunciar su mensaje, para ser testigos de su evangelio. La vocación cristiana, como respuesta fiel a la llamada de Cristo, exige siempre un cambio de vida personal, que convierta a quienes la reciben en auténticos testigos del Evangelio. El santo Padre Benedicto XVI en su mensaje para esta Jornada, retomando la figura del Buen Samaritano nos dice: “Jesús nos enseña el amor profundo de Dios por todo ser humano, especialmente cuando experimenta la enfermedad y el dolor. Pero además, con las palabras finales de la parábola del Buen Samaritano, afirma «Anda y haz tú lo mismo» (Lc 10,37), el Señor nos señala cuál es la actitud que todo discípulo suyo ha de tener hacia los demás, especialmente hacia los que están necesitados de atención” (cf. Mensaje para la XXI  Jornada Mundial del enfermo,  n. 2). El Año de la fe que estamos viviendo constituye una ocasión propicia para intensificar la diaconía de la caridad en nuestras comunidades eclesiales, para ser cada uno buen samaritano del otro, del que está a nuestro lado.

7. En el evangelio que escuchamos, san Lucas nos narra el ejemplar testimonio de fe de Pedro.  Ante la tristeza y el cansancio producidos por una jornada de trabajo dura y sin éxito, aparece la persona de Jesús, quien le anima diciendo: “Lleva la barca mar adentro y echen sus redes para pescar” (cf. Lc 5, 4). Queridos hermanos enfermos y agentes de pastoral, cuando Jesús aparece y toma parte en nuestro diario vivir, en el cansancio de la vida y en es su caso de la enfermedad, Jesús con firmeza nos dice estas palabra a cada uno. El sufrimiento humano constituye este inmenso mar en el cual Jesús nos pide echar las redes. Cada hombre, mediante su sufrimiento personal, constituye no sólo una pequeña parte de ese «mar», sino que a la vez aquel «mar» está en él como una entidad finita e irrepetible, de ahí la importancia de una pesca personalizada. Una atención a cada enfermo, ejemplo e ello debe ser la atención a los amigos especiales. Se trata por tanto de extraer del amor infinito de Dios, a través de una intensa relación con él en la oración, la fuerza para vivir cada día como el Buen Samaritano, con una atención concreta hacia quien está herido en el cuerpo y el espíritu, hacia quien pide ayuda, aunque sea un desconocido y no tenga recursos. Esto no sólo vale para los agentes pastorales y sanitarios, sino para todos, también para el mismo enfermo, que puede vivir su propia condición en una perspectiva de fe: «Lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito» (cf. Enc. Spe salvi, 37). “La alegría del discípulo es antídoto frente a un mundo atemorizado por el futuro y agobiado por la violencia y el odio y la enfermedad. La alegría del discípulo no es un sentimiento de bienestar egoísta sino una certeza que brota de la fe, que serena el corazón y capacita para anunciar la buena noticia del amor de Dios” (cf. DA, 29). La Iglesia debe cumplir su misión siguiendo los pasos de Jesús y adoptando sus actitudes. Por eso como pedro estamos invitados cada uno a decir: “confiando en tu palabra echaré las redes”. (cf. Lc 5, 5).

8. Confiando en la palabra de Cristo, les animo a echar las redes del evangelio allí, donde hace falta defender y promover los derechos humanos de cada persona, particularmente de los enfermos en fase terminal, fundados en la ley natural inscrita en el corazón del hombre y que, como tales, son «universales, inviolables, inalienables». La Iglesia espera que, mediante la afirmación de estos derechos, se reconozca más eficazmente y se promueva universalmente la dignidad humana, como característica impresa por Dios Creador en su criatura, asumida y redimida por Jesucristo por su encarnación, muerte y resurrección. Dios ha creado al hombre para la felicidad y para la vida, mientras que la enfermedad y la muerte han entrado en el mundo como consecuencia del pecado (cf. Sb 2,23-24). Pero el Padre de la vida es el médico del hombre por excelencia y no deja de inclinarse amorosamente sobre la humanidad afligida. El culmen de la cercanía de Dios al sufrimiento del hombre lo contemplamos en Jesús mismo.

9. La Pastoral de la Salud es la respuesta a los grandes interrogantes de la vida, como son el sufrimiento y la muerte, a la luz de la muerte y resurrección del Señor. En las visitas a los enfermos en los centros de salud, en la compañía silenciosa al enfermo, en el cariñoso trato, en la delicada atención a los requerimientos de la enfermedad se manifiesta, a través de los profesionales y voluntarios discípulos del Señor, la maternidad de la Iglesia que arropa con su ternura, fortalece el corazón y, en el caso del moribundo, lo acompaña en el tránsito definitivo. El enfermo recibe con amor la Palabra, el perdón, el Sacramento de la Unción y los gestos de caridad de los hermanos (cf. DA, n. 418 y 420). Agradezco a muchos de ustedes los agentes de la pastoral, pues con su entrega generosa, hacen brillar el rostro de Cristo en las circunstancias adversas y difíciles de la vida.

10. Quiero invitar de modo muy especial a los enfermos, a unirse al proyecto evangelizador en nuestra diócesis, como he dicho en la homilía de la misa de la apertura, del año jubilar: “ustedes desde su lecho pueden favorecer sobremanera la labor misionera y evangelizadora. Ofrezcan sus dolores y sufrimientos por la misión y por la conversión del mundo”. Sepan que para ustedes también es posible la indulgencia plenaria y la conversión del corazón.

11. Encomendemos nuestra enfermedad y nuestro trabajo en la Pastoral de la Salud, a la virgen María, “Salud de los enfermos”, que su protección intercesora extienda sobre cada uno de nosotros las gracias que nos obtiene al pie de la cruz. Amén.

† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro