HOMILÍA EN LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA CON MOTIVO DEL V ANIVERSARIO DEL INICIO DE MI MINISTERIO EN LA DIÓCESIS DE QUERÉTARO
Santa Iglesia Catedral, ciudad episcopal de Santiago de Querétaro, Qro., 16 de junio de 2016.
Año de la Misericordia
***
Estimado Sr. Obispo Emérito. D. Mario De Gasperín Gasperín,
Estimados hermanos sacerdotes,
Queridos miembros de la vida consagrada,
Queridos hermanos laicos,
Hermanos y hermanas todos en el Señor:
1. «¡Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo!» (1 Cor 15, 57). La feliz ocasión de celebrar en esta tarde la santa Misa, nos permite elevar a Dios nuestra gratitud por todas las gracias que a lo largo de estos cinco años hemos podido recibir de su mano generosa, particularmente en el ejercicio del ministerio pastoral al frente de esta Iglesia que peregrina en Querétaro. Gratitud que no he querido elevar a Dios de manera individual, sino unido a cada uno de ustedes —pastores y fieles—, pues como nos enseña el santo concilio Vaticano II: “los fieles deben estar unidos a su Obispo como la Iglesia a Jesucristo, y como Jesucristo al Padre, para que todas las cosas se armonicen en la unidad y crezcan para gloria de Dios (cf. 2 Co 4,15)” (LG, 27). Les agradezco su presencia y les pido que no cesen de velar para que mi ministerio entre ustedes, sea siempre un ministerio que busque la comunión, y promueva que la nueva evangelización sea cada vez más una bella realidad.
2. Vivimos una época de nuestra historia en al cual, se exige cada vez más que la vida de la gracia y de la comunión, sean los dos rieles por dónde deba caminar la Iglesia y dirigirse hacia la meta que es Cristo. Nuestra conciencia cristiana y nuestra responsabilidad pastoral nos obligan a no quedarnos indiferentes ante los desafíos que requieren una respuesta común y esto sin duda no puede asumirse sin el compromiso de una vida santa, anclada en la oración y en el trato cercano con el Señor. Así lo hemos escuchado en el santo evangelio que ha sido proclamado en la liturgia de la palabra. San Mateo (6, 7-15) nos transmite la fórmula mediante la cual el Señor alecciona a sus discípulos sobre la manera de dirigirse al Padre. Una fórmula que lejos de ser una ecuación ya definida, es el compendio de un itinerario de vida, donde están resumidos los compromisos de todo cristiano, para con Dios y para con los hombres, y al mismo tiempo, los dones que recibimos de Dios para poder experimentar la vida de la gracia, incluso en las realidades más humanas como lo es el pan y las relaciones fraternas.
3. Queridos hermanos y hermanas, Jesús introduce un cambio profundo en la relación de las personas con Dios. Sustituye el temor por el amor y la verticalidad por la horizontalidad: ¡Dios es Padre! No se trata de una fórmula a repetir de memoria. El Padrenuestro es la expresión de una actitud, de un estilo de vida identificada y enamorada del proyecto de Dios. Resume la fe, la vida y la misión del discípulo: la relación con Dios como Padre y una existencia volcada en la realización del Reino de Dios, de un mundo diferente. La realidad implicada en el Padrenuestro no se presenta de color rosa, sino extremadamente conflictiva. Si nos fijamos bien, el Padrenuestro tiene que ver con todas las grandes cuestiones de la existencia personal y social del ser humano en todos los tiempos. El centro lo ocupa Dios juntamente con el hombre necesitado. Es una hermosa lección: hay que ensanchar la mente y el corazón allende nuestro pequeño horizonte. Cuando la pasión por Dios se articula con la pasión por el hombre, la pasión por el cielo se une a la pasión por la tierra.
Permítanme retomar el comentario del santo Obispo de Hipona que al respecto de esta oración le dirige a Proba (cf. San Agustín de Hipona, Carta 130, a Proba: Sobre la oración dominical, 11, 21-12, 22: CSEL 44, 63-64), pues me parece que nos ayuda con palabras sencillas a profundar en la enseñanza del Señor Jesús:
“A nosotros, cuando oramos, nos son necesarias las palabras: ellas nos amonestan y nos descubren lo que debemos pedir; pero lejos de nosotros el pensar que las palabras de nuestra oración sirvan para mostrar a Dios lo que necesitamos o para forzarlo a concedérnoslo.
Por tanto, al decir: Santificado sea tu nombre, nos amonestamos a nosotros mismos para que deseemos que el nombre del Señor, que siempre es santo en sí mismo, sea también tenido como santo por los hombres, es decir, que no sea nunca despreciado por ellos; lo cual, ciertamente, redunda en bien de los mismos hombres y no en bien de Dios.
Y cuando añadimos: Venga a nosotros tu reino, lo que pedimos es que crezca nuestro deseo de que este reino llegue a nosotros y de que nosotros podamos reinar en él, pues el reino de Dios vendrá ciertamente, lo queramos o no.
Cuando decimos: Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo, pedimos que el Señor nos otorgue la virtud de la obediencia, para que así cumplamos su voluntad como la cumplen sus ángeles en el cielo.
Cuando decimos: El pan nuestro de cada día dánosle hoy, con el hoy queremos significar el tiempo presente, para el cual, al pedir el alimento principal, pedimos ya lo suficiente, pues con la palabra pan significamos todo cuanto necesitamos, incluso el sacramento de los fieles, el cual nos es necesario en esta vida temporal, aunque no sea para alimentarla, sino para conseguir la vida eterna.
Cuando decimos: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores, nos obligamos a pensar tanto en lo que pedimos como en lo que debemos hacer, no sea que seamos indignos de alcanzar aquello por lo que oramos. Cuando decimos: No nos dejes caer en la tentación, nos exhortamos a pedir la ayuda de Dios, no sea que, privados de ella, nos sobrevenga la tentación y consintamos ante la seducción o cedamos ante la aflicción.
Cuando decimos: Líbranos del mal, recapacitamos que aún no estamos en aquel sumo bien en donde no será posible que nos sobrevenga mal alguno. Y estas últimas palabras de la oración dominical abarcan tanto, que el cristiano, sea cual fuere la tribulación en que se encuentre, tiene en esta petición su modo de gemir, su manera de llorar, las palabras con que empezar su oración, la reflexión en la cual meditar y las expresiones con que terminar dicha oración.
Es, pues, muy conveniente valerse de estas palabras para grabar en nuestra memoria todas estas realidades. Porque todas las demás palabras que podamos decir, bien sea antes de la oración, para excitar nuestro amor y para adquirir conciencia clara de lo que vamos a pedir, bien sea en la misma oración, para acrecentar su intensidad, no dicen otra cosa que lo que ya se contiene en la oración dominical, si hacemos la oración de modo conveniente. Y quien en la oración dice algo que no puede referirse a esta oración evangélica, si no ora ilícitamente, por lo menos hay que decir que ora de una manera carnal. Aunque no sé hasta qué punto puede llamarse lícita una tal oración, pues a los renacidos en el Espíritu solamente les conviene orar con una oración espiritual.
4. Para mí es muy significativo que en esta feliz ocasión, el Señor en su palabra, me recuerde la centralidad de la oración en mi vida personal y en mi ministerio apostólico. «Jesús nos enseña a orar no sólo con la oración del Padre nuestro, sino también cuando él mismo ora. Así, además del contenido, nos enseña las disposiciones requeridas por una verdadera oración: la pureza del corazón, que busca el Reino y perdona a los enemigos; la confianza audaz y filial, que va más allá de lo que sentimos y comprendemos; la vigilancia, que protege al discípulo de la tentación» (compendio del catecismo de la Iglesia católica n. 544). Con esta oración Jesús nos indica que necesitamos detenernos, vivir momentos de intimidad con Dios, «apartándonos» del bullicio de cada día, para escuchar, para ir a la «raíz» que sostiene y alimenta la vida.
5. Durante estos cinco años he podido darme cuenta que si bien es necesario y urgente el anuncio del evangelio, es mucho más importante una vida profunda de oración y de intimidad con Dios. Ya lo decía el Papa Francisco a los sacerdotes en Morelia “Ay de nosotros –consagrados, consagradas, seminaristas, sacerdotes, obispos–, ay de nosotros si no la compartimos, ay de nosotros si no somos testigos de lo que hemos visto y oído, ay de nosotros… No queremos ser funcionarios de lo divino, no somos ni queremos ser nunca empleados de la empresa de Dios, porque somos invitados a participar de su vida, somos invitados a introducirnos en su corazón, un corazón que reza y vive diciendo: «Padre nuestro»” (Francisco, Homilía en la misa con sacerdotes, seminaristas y consagrados, Morelia Mich. 16.02.2016). Podremos hacer muchas cosas, y bien, pero lo más importante será siempre orar. Que nuestra vida y nuestro misterio tenga como principal objetivo: orar, orar, orar.
6. Finalmente, antes de concluir, como hace cinco años, hoy deseo renovar la consagración que en mi toma de posesión hice a nuestra Señora de los Dolores de Soriano. Deseo consagrar la misión permanente que nos apremia y nos urge. Deseo consagrar a cada uno de los sacerdotes, especialmente a las jóvenes generaciones. Deseo consagrar a las familias y a los jóvenes. Deseo consagrarles a todos ustedes:
“Virgen Santísima, tú has unido fecundamente tus dolores a los de Cristo: Estuviste de pie junto a su Cruz y recibiste luego en tus brazos el cuerpo sin vida de tu Hijo. Eres mujer valiente y de fe; tu entereza y dignidad te adornaron en esos terribles momentos.
Eres también solidaria con nuestros dolores: Estás cerca de los enfermos y de los encarcelados, de los migrantes y de los pobres, de las personas solas y discriminadas, de quienes tienen hambre y sed, de todos los que comparten los sufrimientos de tu Hijo.
Virgen de los Dolores de Soriano, tienes ahora una hermosa Basílica, desde donde prodigas tu amor e intercesión a los queretanos y a quienes acuden a ti; pero fuiste rescatada de los escombros de Maconí como símbolo de todos los que necesitan ser rescatados en su dignidad y de su sufrimiento.
Hoy, como hijo tuyo que soy, quiero pedirte en este significativo día por todos los que sufren, por los marginados de nuestra tierra y por todos los que se esfuerzan en alcanzar la paz. Te suplico que alcances la paz a nuestra tierra […]
Me consagro en este día y consagro a este Pueblo a tu Corazón Inmaculado y al Sagrado Corazón de tu Hijo, Sacerdote Eterno. Intercede para que responda con fidelidad a la enorme vocación a la que él me ha llamado, para que juntos, pastores y fieles, nos entreguemos generosamente a la extensión del Reino de tu Hijo, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén”.
+ Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro