HOMILÍA EN LA SANTA MISA DE ACCIÓN DE GRACIAS POR LOS 50 AÑOS DE ORDENACIÓN SACERDOTAL DE S.E.R. MONS. JOSÉ ULISES MACÍAS SALCEDO
ARZOBISPO EMÉRITO DE HERMOSILLO
Santa Iglesia Catedral, Ciudad episcopal de León, Gto., 24 de junio de 2016.
Año de la Misericordia
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Excelentísimos señores arzobispos y obispos,
Estimados sacerdotes y diáconos,
Queridos miembros de la vida consagrada,
Querido laicos,
Hermanos y hermanas todos en el Señor:
1. Con gran alegría nos hemos reunido esta mañana para celebrar nuestra fe, unidos a toda la Iglesia que gozosa celebra, el nacimiento de Juan el Bautista, cuya misión fue dar testimonio de la luz en el umbral de los tiempos nuevos. Jesús mismo destacó el incomparable papel de Juan el Bautista, cuando dijo: “Entre los hijos de las mujeres no hay ninguno que se pueda comparar con Juan el Bautista” (cf. Lc 7, 28). Su vida, marcada por la fineza de los detalles desde su concepción hasta su muerte, revela que su misión es grande y sublime, anclada en el compromiso de ofrecer incluso la propia sangre. Así lo hemos escuchado en las lecturas de la Misa que se han proclamado.
2. El profeta Isaías (49, 1-6) al narrarnos un trozo del cantico del siervo de Yahvé, nos está señalando precisamente el sentido y la naturaleza de la misión, que se le confió a Juan desde el día en que fue concebido, en el seno de su madre. “El Señor me llamó desde el seno materno, desde el vientre de mi madre pronunció mi nombre” (Is 49, 1). Así es Dios. Se fija con detalle y teje artesanalmente los caminos para ofrecernos su misericordia. Sus dotes de estratega superan cualquier esquema y condición humana. Él mismo es quien prepara a los suyos para que colaboren en la gran obra de la redención. En esta dinámica los roles van siendo diferentes, a unos toca una cosa a otros otra. Sin embargo, a todos Dios nos tiene un proyecto definido. Dice el profeta: “Ahora bien, el Señor me formó desde el seno materno, para que fuera su servidor, para hacer que Jacob volviera a él y congregar a Israel en torno suyo… te voy a convertir en luz de las naciones, para que mi salvación llegue hasta los últimos rincones de la tierra” (v. ). En Juan estas palabras se cumplen. Animado por el Espíritu Santo, Zacarías habló así de la misión de su hijo: “Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación por el perdón de sus pecados” (Lc 1, 76-77). Misión que llevaría delante preparando el camino y predicando la conversón. Todo esto se manifestó treinta años más tarde, cuando Juan comenzó a bautizar en el río Jordán, llamando al pueblo a prepararse, con aquel gesto de penitencia, a la inminente venida del Mesías, que Dios le había revelado durante su permanencia en el desierto de Judea. Por esto fue llamado «Bautista», es decir, «Bautizador» (cf. Mt 3, 1-6). Cuando un día Jesús mismo, desde Nazaret, fue a ser bautizado, Juan al principio se negó, pero luego aceptó, y vio al Espíritu Santo posarse sobre Jesús y oyó la voz del Padre celestial que lo proclamaba su Hijo (cf. Mt 3, 13-17). Pero la misión del Bautista aún no estaba cumplida: poco tiempo después, se le pidió que precediera a Jesús también en la muerte violenta: Juan fue decapitado en la cárcel del rey Herodes, y así dio testimonio pleno del Cordero de Dios, al que antes había reconocido y señalado públicamente.
3. Queridos hermanos y hermanas, en la Iglesia esta misión la hemos podido ver constatada en numerosos hombres y mujeres que han dado su vida sin escatimar nada a cambio, al contrario lo han dado todo por amor al Reino. Por ello, la nueva evangelización debe implicar un nuevo protagonismo de cada uno de los bautizados. Esta convicción se convierte en un llamado dirigido a cada cristiano, para que nadie postergue su compromiso con la evangelización, pues si uno de verdad ha hecho una experiencia del amor de Dios que lo salva, no necesita mucho tiempo de preparación para salir a anunciarlo, no puede esperar que le den muchos cursos o largas instrucciones. Todo cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús; ya no decimos que somos «discípulos» y «misioneros», sino que somos siempre «discípulos misioneros». Si no nos convencemos, miremos a los primeros discípulos, quienes inmediatamente después de conocer la mirada de Jesús, salían a proclamarlo gozosos: «¡Hemos encontrado al Mesías!» (Jn 1,41). (cf. EG, 120). Necesitamos que nuevos juanes descuban el llamado íntimo que Dios les hace a participar en su proyecto, anunciando el Evangelio del Reino y de la misericordia. Hoy cada uno de nosotros debemos sentirnos interpelados para dar respuesta a la llamada que el Señor nos ha hecho ese el vientre de nuestra madre; necesitamos descubrir y actuar la misión que Dios nos ha preparado. Para iluminar con la luz de nuestro testimonio las oscuridades que nos aquejan como sociedad,: la violencia, la falta de respeto a las leyes naturales, el respeto por el medio ambiente.
4. Abrazados por el clima de esta gran solemnidad, hoy queremos agradecer Dios los dones que su providencia nos ha prodigado en la persona de S. E. R. Mons. Ulises, quien hace 50 años recibió la ordenación sacerdotal, quedando así puesto al servicio de Dios para siempre. Con la ordenación sacerdotal quedó de manera patente que como el profeta, también Usted Mons. Ulises, fue llamado por Dios, desde el seno de su madre, para ser su servidor, y congregar a la santa Iglesia —nuevo Israel—, en torno a Cristo el Gran Pastor de las ovejas. Siendo luz de las naciones y llevando la salvación hasta los últimos rincones de la tierra. Esta es la vida de un sacerdote, “servir a Dios, siendo vínculo de comunión”. Sería ocioso pretender medir la gracia que a lo largo de estos años se ha prodigado por su mano y su palabra; lo cierto es que numerosos pueblos y ciudades se han visto iluminados por la luz del evangelio. En esto consiste la grandeza de su misión y de su tarea.
5. Como a San Juan Bautista a Usted le ha tocado anunciar el arrepentimiento y la predicación del anuncio de Reino, sobre todo a las jóvenes generaciones, especialmente entre los jóvenes seminaristas como formador en los diferentes servicios en el Seminario, siendo vicerrector, director espiritual, prefecto de disciplina y maestro por muchos años; además, como Asesor Espiritual de algunos movimientos eclesiásticos como la Acción Católica Mexicana y el Movimiento Cursillos de Cristiandad; todos sabemos que en Usted la predicación ha sido algo que lo ha distinguido, recordemos por ejemplo sus años aquí en la diócesis de León como: Delegado episcopal para la ciudad de León, Vicario episcopal de pastoral, Rector del templo de los Ángeles, Párroco de la parroquia del Señor de la Salud. Gracias por su caridad pastoral. Gracias por su palabra oportuna. Posteriormente, la providencia de Dios lo eligió Obispo para la Diócesis de Mexicali, nombrado por su Sanidad el Papa San Juan Pablo II, el 14 de junio de 1984 y después, el mismo San Juan Pablo II lo nombró arzobispo de Hermosillo entregándole el palio arzobispal el 29 de junio de 1997. En ella, recuerdo con gratitud cómo impulsó la formación permanente del clero y la promoción de las vocaciones. Como promovió la elaboración participativa del plan diocesano pastoral.
6. Sabemos bien que al recibir la ordenación episcopal Usted recibió la plenitud de la gracia sacerdotal, y con ello quedó más claro que su misión quedaba más estrechamente unida a las de los profetas, a la de Cristo, a la de los apóstoles; siendo “vínculo de amor y de caridad”, tal y como lo ha dicho en su lema episcopal. Un vínculo que ha propiciado especialmente entre los sacerdotes en las diferentes diócesis donde ha desempeñado su tarea apostólica. Un vínculo que ha promovido entre los diferentes movimientos y asociaciones de laicos.
7. Estimado Señor Obispo D. Ulises, la feliz circunstancia de celebrar este día los cincuenta años de su ordenación sacerdotal, es una oportunidad para hacer suyas las palabras del salmista: “Te doy gracias, Señor, porque me has formado maravillosamente” (Sal 138). Si Monseñor, queremos unirnos a su acción de gracias. Queremos unirnos al compás de al cítara para decirle al Señor junto con Usted: “Gracias por tan grandes maravillas” (cf. Sal 138). Nos sentimos alegres porque su vida y su ministerio han sido a lo largo de todos estos años un gran regalo para nosotros y para toda la Iglesia. Gracias por su consejo prudente. Gracias por su exhortación en la caridad. Gracias por que su estilo de vida testifica que está cerca el Reino de Dios.
8. Excelencia, Muchas felicidades. Que la Santísima Virgen María Nuestra Madre Santísima de la Luz, patrona de esta Iglesia diocesana de León, le ayude a saborear todas las bendiciones de Dios, a lo largo de estos años. Que su maternal intercesión sea siempre para Usted, el refugio seguro donde pueda confiarse como lo hace el niño en brazos de su Madre. Amén.
+ Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro