De todas las fiestas dedicadas a La Santísima Virgen María, esta solemnidad de Santa María Madre de Dios es la más antigua; la Virgen María es Madre de Dios porque ha dado a luz al Verbo de Dios encarnado y el testimonio más explícito sigue siendo el de San Juan: «Y el Verbo de Dios se hizo carne».
El evangelio de hoy es claro, cuando afirma que los pastores fueron presurosos a ver lo que Dios les había manifestado, y encontraron un cuadro sencillo, pero sorprendente: “Fueron corriendo y encontraron a María, José y al niño acostado en un pesebre”. Es así como a Dios, y con él a María, no se le encuentra en lo espectacular sino que es necesario buscarlo en lo cotidiano; un canto navideño (“Navidad sin pandereta”) al respecto dice: “Lo esperaban como rico y habitó en la pobreza; lo esperaban poderoso y un pesebre fue su hogar; lo esperaban un guerrero, fue paz toda su guerra, lo esperaban rey de reyes y servir fue su reinar”.
Gracias a María, en el rostro humano de Jesús de Nazaret se revela el misterio de Dios. Gracias al “Sí” de María se logra el diseño de Dios de vivir en familia, de tal manera que esa bendición para esta institución, formada por el hombre, la mujer y los hijos, fuera sagrada, Sagrada Familia.
Allí, la presencia constante de María y José, asumiendo su misión de custodiar al hijo en todo momento, se refleja la exigencia de la presencia de los padres de familia de atender a los hijos. El Papa Benedicto XVI, como parte del mensaje de la paz alude a esta responsabilidad: “Vivimos en un mundo en el que la familia, y también la misma vida, se ven constantemente amenazadas y, a veces, destrozadas. Unas condiciones de trabajo a menudo poco conciliables con las responsabilidades familiares, la preocupación por el futuro, los ritmos de vida frenéticos, la emigración en busca de un sustento adecuado, cuando no de la simple supervivencia, acaban por hacer difícil la posibilidad de asegurar a los hijos uno de los bienes más preciosos: la presencia de los padres; una presencia que les permita cada vez más, compartir el camino con ellos, para poder transmitirles esa experiencia y cúmulo de certezas que se adquieren con los años, y que sólo se pueden comunicar pasando juntos el tiempo. Deseo decir a los padres que no se desanimen. Que exhorten con el ejemplo de su vida a los hijos a que pongan la esperanza ante todo en Dios, el único del que mana justicia y paz auténtica”.
Les invito a contemplar a María, a José y al Niño. Dejarnos tocar por ellos, grabar sus gestos y actitudes, y aprender, conservar y rumiar. Todo lo que descubriremos alrededor de ellos es Buena Noticia. ¡La familia es Buena Noticia! ¡La vida es Buena Noticia! ¡La presencia de Dios en el seno de la familia es Buena Noticia!
¡FELIZ AÑO NUEVO! Que el Señor nos dé la paz: “Señor Jesús, tú eres nuestra paz… Protege a las familias, a nuestros niños, adolescentes y jóvenes, a nuestros pueblos y comunidades… María Reina de la paz, ruega por nosotros”.