La leyenda atribuye la fundación de Roma a los gemelos Rómulo y Remo, amamantados por una loba. Esto pudo realizarse cuando uno de ellos, Rómulo, asesinó a su hermano gemelo; de allí el adagio latino: “Mors tua, vita mea”: Tu muerte es mi vida. Como las grandes leyendas fundacionales paganas, el origen de Roma se hace remontar a una lucha fraticida, a la violencia, al dominio del fuerte sobre el débil. Por eso Roma, al encuentro con el cristianismo, necesitó ser fundada de nuevo.
Esta fue la grande tarea y honor que correspondió a Pedro y a Pablo, apóstoles de Jesucristo. Roma ofreció al cristianismo la anchura de su imperio, el orden de sus leyes, la elegancia de su lengua y la impresionante red de caminos, terrestres y marítimos, que facilitaron la difusión del evangelio. Podemos imaginar el desconcierto que causó tanto a Pedro como a Pablo su encuentro con la capital del imperio más poderoso de la antigüedad. El prólogo de la carta a los Romanos y la iglesia del “Quo vadis” en la vía Apia antigua, reflejan el impacto que produjeron, tanto en Pablo como en Pedro, la corrupción de esa capital soberbia que tendrían que enfrentar y domeñar. Pero ninguno de ellos se arredró frente a tan inmensa tarea. “Darás testimonio de mí en Roma”, dijo el Espíritu a Pablo (Hech 23, 11), y así fue. Sabían los dos la fuerza que llevaban consigo: la fe en Jesús resucitado.
Con Pedro y Pablo llega el mensaje de Jesús y se establecen los cimientos de la nueva ciudad, donde germinará “la iglesia que preside en la caridad” a todas las iglesias del orbe, la iglesia de Roma. Ninguno de ellos necesitó asesinar al otro, sino que ambos sufrieron el martirio y así pusieron el fundamento de una nueva civilización, la cristiana, a la cual todos los católicos nos gloriamos de pertenecer. Las llaves del Reino de los cielos las tiene ahora el sucesor de Pedro, el Papa de Roma, y la espada de Pablo, que es la Palabra de Dios, desde allí recibe fuerza, vigor y esplendor. Con san Agustín decimos: “Aunque martirizados en días distintos, primero Pedro y luego Pablo, en realidad eran una sola cosa. Procuremos imitar su fe, su vida, sus trabajos, sus sufrimientos, su testimonio y su doctrina”. Esta es la finalidad y la gracia que esperamos obtener del Año Paulino que inauguramos.
† Mario De Gasperín Gasperín Obispo de Querétaro