Misionero y Obispo de Guadalajara (1696-1702)
El año 1632 desembarcaron en el puerto de Veracruz, Don Pedro Chávez Galindo y su esposa Doña Lucía de Pineda. Don Pedro traía de España el nombramiento de Corregidor de Mineral de Zacatecas y ostentaba el título honorífico de Visitador de los Caballeros de la Orden de Santiago. Estando en la ciudad veracruzana descansando de las fatigas de viaje, doña Lucía dio a luz un niño, a quien pusieron por nombre Felipe, a la hora de bautizarle. Como es lógico pensar, los esposos con su hijo se dirigieron, tan pronto pudieron, a Zacatecas para cumplir la misión que les encomendara su Majestad, Felipe IV.
En Zacatecas tuvieron la oportunidad de conocer y tratar a los frailes dominicos ubicados en el convento de la Santa Cruz desde principios del siglo XVII, lo que nos explicaría que su hijo se aficionara a la Orden y solicitara el hábito de Santo Domingo en nuestro convento de México. Debido a las grandes lagunas que hay en las Actas de los Capítulos Provinciales, no podemos saber la fecha en que ingresó a la Orden ni cuándo terminó su carrera, porque los Definidores no nos dejaron constancia al respecto. La primera noticia que nos dan data del año 1663 al decirnos que lo habían propuesto o expuesto para el grado de Presentado, cuando ya estaba enseñando Teología en nuestro convento de Nuestra Señora del Rosario de Guadalajara, a petición del Obispo de la Diócesis.
De este hecho podemos deducir lógicamente que había realizado una carrera brillante, pues a la temprana edad de treinta y un años, ya destacaba como Profesor competente en la ciencia sagrada de Teología. Y se comprueba su competencia, porque a los cuatro años, en 1667, los mismos Definidores lo exponen para el grado de Maestro y nos informan que seguía enseñando la misma ciencia, pero ahora en el convento grande de México, el gran centro del Estudio General que tenía la Provincia de Santiago. Y finalmente, el Maestro de la Orden le concedió el grado del Magisterio con todos los privilegios que conlleva, el año de 1671, fecha en que era el Prior del mencionado convento de México, por segunda vez.
Se lee en algunos escritos referentes a nuestro personaje que también fue Prior de Guadalajara, Puebla y Veracruz. Pudiera ser, pero no lo podemos corroborar por falta de testimonios históricos oficiales. Lo que se admira claramente es que fray Felipe estaba dotado de excelentes cualidades lo mismo para regentar la Cátedra de Teología que para gobernar. Por lo que los Padres Capitulares que se reunieron para elegir Provincial en el año de 1683, le nombraron suprema autoridad por unanimidad. En efecto, en la primera Denunciación de dicho Capítulo, los Definidores nos informan que el Muy Reverendo Padre Maestro, fray Felipe Galindo fue elegido, con unánime aplauso y religioso consenso, Prior Provincial de esta Provincia de Santiago de México, en Nueva España; que es un religioso sabio, prudente diestro gobernante y dotado de celo recto, por lo cual, esperamos felizmente en el Señor, que promoverá la observancia de la Provincia, levantando lo que estuviere caído y restaurando lo que estuviere destruido. No podemos detenemos a estudiar su actuación como Provincial, porque otro es nuestro objetivo.
Cuando todavía no terminaba su gobierno, se le presentó en Santo Domingo de México el Virrey, Conde de Paredes, en nombre de su Majestad, Carlos II, para pedirle «Qué tomase a su cuenta la reducción y conquista espiritual de los indios gentiles de Cerro Gordo y Minas de Zimapán» (en lo que hoy son los Estados de Querétaro e Hidalgo). A fin de que los indios que comenzaban a convertirse no regresaran al paganismo, su Majestad con fecha 14 de mayo de 1686, se las encomendó al padre Felipe Galindo, no en calidad de Provincial sino personalmente. Así lo reconoció él y se lo escribió años adelante, en 1690, al Conde de Gálvez, con estas palabras: «hace tres años que me ocupo con los religiosos ministros y demás compañeros en la conversión de los gentiles de la Sierra Gorda, por repetidos mandatos de su Majestad».
El padre Antonio de Monroy, nacido en la ciudad de Querétaro y gran amigo del Rey quién le informó que quien podría hacerse cargo de las dichas Misiones era el Padre Felipe Galindo, pues le conocía a fondo y sabía de su capacidad y celo por la salvación de las almas. Esta información se la pudo dar a su paso por Madrid viniendo de Roma para tomar posesión de la Arquidiócesis de Santiago de Compostela, el año de 1686, fecha en que el Monarca se enteró de que las Misiones de Sierra Gorda habían quedado abandonadas. El padre Galindo aceptó sin reparos los deseos del Rey, tan sólo le pidió que le permitiera terminar su período de gobierno. Terminó en el mes de mayo de 1687. Y después que hubo reunido a los religiosos que le acompañarían y adquirido algunos recursos materiales para las misiones se dirigió a Sierra Gorda en el mes de diciembre del mismo año.
Para darnos cuenta de su actividad, inteligencia y decisión no tenemos más que leer las Actas del Capítulo del año 1693, en las cuales los definidores «con plena potestad sobre la Provincia, los conventos y los frailes, asentaron entre otras cosas: «Denunciamos la erección de los conventos de los Santos Apóstoles de Querétaro, y el de Nuestro Señor Jesucristo en la población de San Juan del Río, por especial comisión de nuestro Reverendísimo Padre Maestro de toda la Orden, a nuestro Padre Maestro fray Felipe Galindo, y estando de acuerdo con lo ejecutado por nuestro Exprovincial, los aceptamos y, aceptadas las declaramos por haber sido hechas según predicha forma enviada por el Reverendísimo a nuestro Superior». «Denunciamos igualmente que han sido instituidos en Prior es de dichos conventos, de acuerdo con nuestro padre Exprovincial, el Muy Reverendo padre Predicador General, fray Andrés del Rosario, para el convento de Querétaro, y el padre Presentado, fray Juan de Espinosa por el de San Juan del Río».
Además denunciamos que han sido erigidas en Vicarías, por nuestro padre Maestro, fray Felipe Galindo, con facultad que recibió en las cartas Patentes que le mandaron de Roma, la casa de Nuestra Señora del Rosario de la Nopalera, en cuyos términos hay cincuenta vecinos; las casas de San José del Llano (ahora Vizarrón) con setecientas personas; la casa de Nuestra Señora de los Dolores de Zimapán ( ahora en el Estado de Hidalgo) con ciento veinte personas; la casa de Nuestro Padre Santo Domingo de Soriano, con seiscientas personas; la casa de San Miguel de la Cruz Milagro (de Palmas) con ciento veinte vecinos; la casa de Ahuacatlán con cincuenta familias y la casa de Puginguía, con ciento treinta familias».
Para poder darnos cuenta perfecta del excelente papel que desempeñó el padre Galindo en las Misiones de Sierra Gorda, tendríamos que copiar íntegra la carta que le escribió el Maestro General de la Orden con fecha 27 de mayo de 1691. No lo vamos a hacer, simplemente diremos que enterado el maestro fray Antonio Cloche del gran celo con que el padre Galindo había fundado y trabajaba en las Misiones, de su piedad singular, religión, fe, prudencia y doctrina, no sólo le confirmó en el cargo de Vicario Provincial que venía ejerciendo, sino que le dio plenos poderes y jurisdicción tanto en los asuntos espirituales como materiales de las Misiones, como si fuera el Superior Ordinario o Provincial. Es más, le facultó para que pudiera fundar nuevos conventos y nombrar el primer prior tal como si lo hiciera el mismo Padre Maestro.
Estas atribuciones extraordinarias que le concediera el Padre General, nos manifiestan el altísimo aprecio en que lo tenía y la rapidez con que logró fundar los conventos de Querétaro, el de San Juan del Río y la elevación de las casas-misión a la categoría de Vicarías. Era evidente que fray Felipe Galindo estaba dotado de cualidades excepcionales que no podían pasar desapercibidas a las altas Autoridades, tanto eclesiásticas como civiles.
Si el maestro Felipe Galindo tan sólo contaba con «ocho o pocos más religiosos», según escribió el Visitador Zaraza al Virrey en 1691, era evidente que la principal y más urgente necesidad que había en las Misiones de Sierra Gorda consistía en aumentar el número de operarios. De ahí que en cuanto el Padre General le dio amplios poderes para invitar a religiosos para trabajar en la evangelización de los indios, procedió de inmediato a buscarlos en la Provincia. No debió costarle mucho trabajo en averiguar quiénes estaban dispuestos a sacrificarse en beneficio de los gentiles, pues había sido prior de varios conventos y últimamente había presidido la Provincia durante cuatro años y en cuanto logró traer nuevos operarios, se dispuso a reforzar las Misiones y fundar los conventos de Querétaro y de San Juan del Río, que juzgaba necesarios en función de las Misiones.
En realidad la fundación de estos conventos fue relativamente fácil porque, como hemos dicho, ya había aquí dos «hospicios» o dos casas con algunos religiosos que, si bien no podían ejercer el ministerio a puertas abiertas por no estar todavía autorizados, sirvieron de base y ambiente para constituidos en conventos formales. Es más, los Definidores del Capítulo celebrado el año de 1689, ya habían suplicado con todo encarecimiento y humildad al Maestro General se dignara elevar a la categoría de conventos ambos «hospicios». Entendemos que si por el momento no lo concedió fue por no tener el número necesario de religiosos.
Pero las circunstancias habían cambiado y ahora era el mismo Maestro General el que estaba dando todo su apoyo al padre Felipe Galindo, como hemos dicho. El total de religiosos que estaba en esta región eran veintiuno: siete en Querétaro, siete en San Juan y siete en las meras misiones, uno en cada una. Y debemos anotar que los misioneros que trabajaron bajo la dirección de fray Felipe Galindo, no se concretaron a instruir a los indios en las verdades divinas, sino que les enseñaron a cultivar los campos, los animales, a construir sus casas y a vivir en sociedad, todo lo cual les implicó grandes sacrificios porque tuvieron que enfrentarse a los hacendados y soldados de frontera que en todo tiempo y lugar hostilizaron a los indios y se oponían a que se establecieran cerca de sus propiedades por temor a que les robaran. Pero el Padre Galindo tuvo las agallas suficientes para enfrentárseles y exigirles el respeto a los nativos, de tal manera que le llegaron a temer, pues les dijo que contaba con las Autoridades de México, de España y de Roma, como así era la verdad. El Virrey y el Maestro General le dieron todo su apoyo, por lo cual pudo realizar todas estas obras en menos de cinco años -de 1688 a 1693- en que rindió tan buenas cuentas al Capítulo Provincial. Para los que conocen las dificultades enormes con las que tropezó, no sólo por parte de los bravos indios chichimecas jonaces, sino por los hacendados, por la escasez de personal y de recursos económicos, no podemos dejar de admirar su esfuerzo, capacidad y abnegación Evidentemente, el Maestro Felipe estaba dotado de cualidades extraordinarias que no podían pasar desapercibidas a las altas Autoridades, tanto eclesiásticas como civiles.
Por eso fue que, habiendo muerto el Obispo de Guadalajara el año de 1694, la Cámara del Consejo de Indias, presentó al Rey Carlos II en la terna para nombrar al sucesor. La terna estaba compuesta en este orden: el padre Maestro fray Felipe Galindo; el Maestro Julián Cano, de la Orden del Carmen, y fray Juan Capistrano de la Orden de san Francisco, fundador de la Provincia de los Ángeles y Comisario. Su Majestad propuso a la Santa Sede al Maestro Galindo; el Papa Inocencio XII, lo aceptó y preconizó para Obispo de Guadalajara el 30 de mayo de 1695. Fue consagrado el 30 de noviembre de este año en la ciudad de Puebla por el Obispo
Fernández de Santa Cruz, y tomó posesión de la Diócesis el día 10 de marzo de 1696, siendo el segundo Obispo dominico que hubo en la ciudad de Guadalajara, y el décimo quinto de la Diócesis. Al irse, podemos decir, que dejaba las Misiones viento en popa con un total de 27 religiosos. En su lugar quedaba como prefecto de las Misiones y Vicario Provincial el padre Agustín de Trejo, mexicano, quien fijó su residencia en la Misión de San José, teniendo como colaboradores al padre Pedro Gatica y a los hermanos fray Benito de Zaraza y fray José Sánchez.
Por otra parte, el Conde de Galve, a quien Su Majestad le tenía ordenado que favoreciera cuanto le fuera posible a las Misiones, les venía prestando un apoyo decidido y entusiasta, pues sabía que era una obra que Su Majestad consideraba como personal.
Humanamente hablando, las Misiones Dominicanas estaban llamadas a un gran florecimiento, pues merced a su fundador quedaban perfectamente organizadas y contaban con operarios celosos por la salvación de las almas, como hemos visto. Sin embargo, las cosas se complicaron inesperadamente con la salida del Virrey de Nueva España -se fue el 27 de febrero de 1696, poco después del maestro Felipe Galindola llegada del nuevo Virrey, el Conde de Moctezuma y Tula fue el 18 de diciembre de 1696. Pero si Guadalajara se favoreció con su nuevo prelado, en cambio, las Misiones de Sierra Gorda se resintieron con su ausencia, pues no mucho después de
haberse ido, comenzaron las dificultades y la decadencia debido a la intromisión de los militares y hacendados en la zona misional contra lo que había ordenado el Rey.
Habiendo recibido los últimos sacramentos con loable disposición y edificación de las personas que estuvieron presentes en acto tan importante, murió a las seis de la tarde del día 7 de marzo de 1702. Embalsamaron su cuerpo, y con la solemnidad prescrita por el ceremonial romano, lo sepultaron al tercer día de su fallecimiento. Era evidente que la principal y más urgente necesidad que había en las Misiones de Sierra Gorda consistía en aumentar el número de operarios. El Padre Galindo tuvo las agallas suficientes para enfrentárseles y exigirles el respeto a los nativos. Las Misiones de Sierra Gorda se resintieron con la ausencia del Padre Galindo, pues no mucho después de haberse ido, comenzaron las dificultades y la decadencia.
Arroyo, Esteban. O. P. «Episcopologio Dominicano de México» Gobierno del Estado de Querétaro, 1998. Págs. 118-120. Arroyo, Esteban. O. P. «Las Misiones Dominicanas en la Sierra Gorda de Querétaro» Gobierno del Estado de Querétaro. Segunda Edición. 1998. Pág. 92-98.