Pbro. Filiberto Cruz Reyes
Para Irene, Rosalva, Monse y Gabriel
Francisco es el tercer Romano Pontífice que ha visitado la Sinagoga de la Ciudad de Roma, luego de que este domingo 17 de enero se hiciera presente a invitación del Rabino Riccardo Di Segni, jefe de la misma. Y la fecha no fue casual, como el mismo Papa explica, pues ese día “la Conferencia Episcopal italiana celebra la «Jornada del diálogo entre católicos y hebreos»” (Discurso del Papa a la Comunidad hebrea, 17 de enero de 2016), y es la misma fecha en que lo hizo también Benedicto XVI en 2010. Francisco hizo memoria al recordar que “el 16 de octubre de 1943, más de mil hombres, mujeres y niños de la comunidad hebrea de Roma fueron deportados a Auschwitz”, y agregó: “Hoy quiero recordarlos con el corazón, de modo especial: sus sufrimientos, sus angustias, sus lágrimas no deben ser olvidadas nunca”.
Estas visitas de Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco a la Sinagoga, hace algunos años parecerían impensables en razón de muchos acontecimientos históricos. En efecto, en 1998 la “Pontificia Comisión para las relaciones religiosas con el judaísmo” publicaba el documento “Nosotros recordamos: una reflexión sobre la Shoah” (NR); al referirse a ese acontecimiento Juan Pablo II evocaba: “los sufrimientos del pueblo judío a lo largo de la segunda guerra mundial. El crimen conocido como la Shoah sigue siendo una mancha imborrable en la historia del siglo que está a punto de concluir”. Y dicho documento afirma: “La historia de las relaciones entre judíos y cristianos es una historia tormentosa” (NR n. III). Parte de esa relación tormentosa se analiza en el documento al abordar dos conceptos que históricamente han creado mucho debate, y hace la distinción entre “antijudaísmo” y “antisemitismo”. Dicha distinción explica que el “antisemitismo racial” ha sido condenado firmemente y siempre por la doctrina de la iglesia, pues es contrario a su doctrina, ya que niega la igualdad originaria de todo el género humano; mientras que el “antijudíasmo” se ha estructurado a lo largo de la historia sobre la base de diversos elementos y que en el siglo pasado asumió “connotaciones más sociológicas y políticas que religiosas” (NR n. III).
El antijudaísmo abría surgido por motivaciones teológico-doctrinales: consideraba al hebreo hombre sin patria, como un “maldecido por Dios” por motivo de no haber reconocido al Mesías, y su condición de paria sería explicada por particulares categorías religiosas; aquí entrarían las graves acusaciones de deicidio y homicidio ritual. Tal mentalidad se difundió en la opinión pública europea y no sólo entre católicos; en la práctica condenaba al hebreo a una condición de marginación social. Fruto inmediato de esta mentalidad serían los “guetos”, que tenían el objetivo de tener bajo control a los hebreos, sometidos a una legislación abiertamente discriminatoria (emanada, se decía, más por “cautela preventiva que por providencia punitiva”), y también con el fin de “protegerlos” contra un posible “pogrom” (devastación, linchamiento) popular. En antijudaísmo moderno nace con la revolución francesa y la emancipación social y política de los hebreos, con el influjo social que fueron adquiriendo, con su preponderancia en los campos económico y financiero, por el papel que muchos de ellos tuvieron en la masonería internacional fuertemente anticatólica y en los movimientos revolucionarios: muchos jefes de los partidos comunistas europeos eran hebreos; etc.
El antisemitismo, en particular el racial, que se desarrolló a principios del Novecientos tiene raíces ideológicas no cristianas, encontró caldo de cultivo en las ideologías racistas profesadas primero por el nazismo y después por el fascismo; se funda sobre un elemento materialista y biologicista: el principio de la “raza aria” cual estirpe superior y dominante, del culto a la sangre y a la tierra (cfr. Sale, G. ¿Antigiudaismo o antisemitismo? Le accuse contro la Chiesa e la “Civiltà Cattolica”. La Civiltà Cattolica 2002 II 419-431). Quien conoce la doctrina católica sabe que la Iglesia nunca aprobó teorías de este género.
Durante la Shoah muchos católicos salvaron a miles de judíos e incluso dieron la vida por ellos, por ejemplo “a raíz de la Noche de los cristales, Bernhard Lichtenberg, preboste de la catedral de Berlín, elevó oraciones públicas por los judíos; él mismo murió luego en Dachau y fue declarado beato” (NR n. III); el pueblo judío ha reconocido públicamente a muchos de ellos.
Celebremos estos pasos que nos encaminan hacia la reconciliación: ¡Shalom!