1. En la visión del profeta Isaías, la humanidad aparece cubierta por un velo de luto, por una mortaja que envuelve a todos los pueblos y oscurece a las naciones. Es el fruto amargo que el pecado de Adán y el nuestro han producido por haber comido del fruto prohibido, por haber querido “ser como Dios”. La muerte y el dolor son productos de la soberbia humana, ayer como hoy.
2. Dios interviene y, sobre el monte del Señor, Él preparará un banquete suculento, con vinos y manjares sabrosos, que “arrancará el velo que cubre todos los pueblos” y “destruirá la muerte” para siempre. Aquel día dirán: “Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara”. “Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros” porque la mano de Dios está a favor nuestro para salvarnos. Dios tiene siempre en la mano pronta para socorrernos.
3. En el Evangelio aparece ese Dios que viene a salvarnos, a prepararnos el banquete de bodas de su Hijo y al cual estamos invitados a participar. El domingo pasado hablaba Jesús del “trabajo” que hay que realizar en su Viña; ahora nos habla de la “fiesta” que él nos prepara y ofrece en la boda de su hijo. El fin del trabajo es el gozo de la cosecha; el paso por el dolor y la muerte culminan con el gozo y la resurrección. Es el misterio pascual de Cristo que llena la vida de cristiano.
4. El drama humano consiste en el rechazo del plan salvador de Dios, como Adán en el paraíso. Los trabajadores de la Viña quisieron apoderarse de la viña y mataron a los trabajadores; los invitados a la Boda, rechazaron y mataron a los criados que los invitaban. En los dos casos interviene el Hijo del Propietario, que es el heredero, el Hijo del Rey, que es el esposo: Jesús. Los trabajadores asesinan al heredero, los invitados a la boda desprecian al esposo. Este es el drama del corazón humano: la libertad para aceptar, y en este caso, para rechazar la salvación de Dios. La humanidad, nosotros, preferimos seguir cubiertos por el velo de luto, por la mortaja en el reino de la muerte, que vestirnos el traje de fiesta de bodas. El desprecio de Dios es la destrucción del hombre, como lo estamos viendo todos los días en nuestra patria.
5. Pero la voluntad salvadora de Dios, su amor, persiste: manda invitar a todo mundo, “buenos y malos”, para celebrar las Bodas de su Hijo. El hombre puede oponerse, para su propio daño, al plan salvador de Dios, pero no logrará destruirlo. Este proyecto salvador de Dios se realizará en las “Bodas de sangre”, de su Hijo, en su desposorio con toda la humanidad en el monte del Señor, en el Calvario, con “la sangre de la alianza nueva y eterna, derramada por nosotros”. En la Cruz se unió el cielo con la tierra, lo humano con lo divino y el hombre, hijo de Adán pecador, quedó reconciliado con Dios: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. En la Cruz está la vida de Dios para nosotros. Misterio enorme que nos rehusamos a aceptar, pero poder soberano de Dios que ha vencido al mundo pecador.
6. Todo es gratis. Sólo hace falta una cosa: el deseo, el querer, el aceptar la salvación. Esto es lo que significa el “vestirse el traje de fiesta”: el colaborar con Dios en el plan de salvación. De lo contrario, no es posible ocupar un lugar en el banquete: “Átenlo de pies y manos y arrójenlo fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y la desesperación”. Los invitados a este banquete somos “buenos y malos”; la salvación se ofrece a todos, por eso estamos aquí. Fimos invitados no por ser buenos, pero hay que dejar de ser “malos” para no ser expulsados de él. San Pablo nos invita a “revestirnos de Cristo”, y a “tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús”; ahora decimos, con nuestros Obispos en aparecida, a “encontrarnos con Cristo vivo y convertirnos en discípulos y misioneros suyos”.
7. Quizá nosotros nos sintamos tentados a juzgar quién es el bueno y quién es el malo, porque ciertamente existe quien no debe estar en el banquete de Dios; pero esto lo determina el Rey, no los invitados. No juzguemos antes del tiempo señalado: Llegará el momento cuando los ángeles de Dios separen el trigo de la cizaña. Quizá la paja sea mayor que el trigo, pero pesará menos ante Dios. El verso del “aleluya” nos pone en la boca la correcta oración: “Que el Padre de nuestro Señor Jesucristo ilumine nuestras mentes para que podamos comprender cuál es la esperanza que nos da su llamamiento”, la riqueza inmensa del don de ser católicos y de poder compartir con los hermanos y celebrar aquí la fiesta de las Bodas del Cordero en esta eucaristía. Dios nos invita a la Fiesta de Bodas, no a un funeral. Nosotros debemos elegir.
† Mario De Gasperín Gasperín
Obispo de Querétaro