En aquel tiempo, los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Entonces él les dijo: “Vengan conmigo a un lugar solitario, para que descansen un poco”, porque eran tantos los que iban y venían, que no les dejaban tiempo ni para comer. Jesús y sus apóstoles se dirigieron en una barca hacia un lugar apartado y tranquilo. La gente los vio irse y los reconoció; entonces de todos los poblados fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Cuando Jesús desembarcó, vio una numerosa multitud que lo estaba esperando y se compadeció de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas. Palabra del Señor.
La tarea de los pastores de la Iglesia es predicar el Reino a un mundo disperso, dividido y desorientado. Darles a conocer la alegría de la Buena Noticia de que Jesús ha creado mediante la cruz, unos hombres nuevos que son hijos de Dios con un destino feliz y eterno.
Esto es lo que han hecho los apóstoles de Jesús, después de haber sido enviados por Él; ahora regresan con el Maestro, a compartir lo que han vivido, incluido su descanso, invitados por el Señor.
Jesús se preocupaba por formar a sus discípulos en el contacto personal con Él, de tal manera que su objetivo como buen maestro era que su estilo de vida fuera asumido por ellos; este era y sigue siendo el reto del seguidor de Jesús. Solamente podremos decir que somos auténticos discípulos cuando nuestro estilo de vida se asemeje al de nuestro Señor.
El discípulo tiene conciencia de que Jesús le ha elegido «para estar con Él y para ser enviado”, por ello ahora sin caer en el activismo vuelven donde su Maestro para descansar; un descanso que se resume en estar con el Señor. Los tiempos vividos con calma permiten la gratuidad del compartir y la alegría de la amistad y nos dan ojos nuevos para ver a las personas y las cosas.
Es importante destacar que este “estar con Jesús” es también una oportunidad para cultivar el silencio. El discípulo tiene que invertir mucho tiempo con el Señor (esto nos lleva a evaluar que tanto tiempo le damos al Señor y cuanto estamos delante de un televisor, con un celular o una computadora).
El Señor nos invita a no perdernos en la maraña de nuestras agendas y buscar los espacios para poner orden en nosotros mismos y afrontar el futuro con claridad y entusiasmo, de tal manera que logremos el equilibrio entre la acción y la contemplación.
En general, miramos la tendencia de evitar el silencio, personal y vivido en comunidad, olvidando que es un arte que nos ayuda a crecer en la capacidad de comunicarnos.
Madre Teresa de Calcuta, Beata, decía que: “No podemos ponernos directamente en presencia de Dios si no practicamos el silencio interior y exterior. El silencio nos da una visión nueva de todo. Lo esencial no es lo que decimos nosotros sino lo que Dios nos dice a nosotros y por medio de nosotros. Escuchen en silencio, porque si tienen el corazón lleno de otras cosas no podrán oír la voz de Dios”.
Habrá personas para quienes la oración es un duro trabajo, fuente de tensión y de insatisfacción. Y sin embargo, la oración tiene que ver mucho con el descansar, estar en un lugar tranquilo y sentirse aliviado.
Aceptemos la invitación de Jesús que nos quiere fortalecer en el silencio de la oración, para regresar con más energía a hacer lo que el hacia: recorría, enseñaba, anunciaba la Buena Noticia del Reino y sanaba las enfermedades y dolencias del pueblo, que andaba como ovejas sin pastor.
La tarea misionera en la cual estamos empeñados necesita de la oración en el silencio, donde se forja el verdadero discípulo, porque para ser “luz del mundo” necesitamos que Él nos llene de su luz.
¡Ánimo! Discípulos misioneros, nos veremos el día 30 de Julio.