Había más verdad en la palabra de fuego de Juan el Bautista que en las bocas lisonjeras de los cortesanos del palacio y fortaleza de Maqueronte capitaneados por Herodías y Betsabé. Los bienes del espíritu no se miden por el número de adherentes sino por la coherencia de la razón y conducta de la persona con la realidad de las cosas. No siendo la verdad asunto de mayorías, la lección de sabiduría jurídica, acompañada también por su fe, que rindieron los tres Magistrados que protegieron la vida inicial del inocente en el seno materno en la Suprema Corte de Justicia, fue de mayor peso moral y social que el coro de los ocho oponentes, apoyados por los cronistas aplaudidores de siempre. Las falacias jurídicas y legalistas traerán graves consecuencias no sólo para los inocentes no salidos a la luz, sino para toda la sociedad que silenciosa, temerosa o consentidora, presencia la danza sobre las cruces del cementerio.
El multitudinario reclamo de la marcha ciudadana exigiendo respeto a la vida humana y el destierro de la reinante impunidad, recibe aquí un sofocón grosero desde el máximo tribunal de la nación. La ley que pretende ser la que constituye, da firmeza y consolida un conglomerado humano multiforme llamado nación y que no es capaz de garantizar la vida del inocente indefenso, lleva en su seno el germen de la destrucción; jamás será capaz de contener el tropel de los violentos por más violencia que les oponga. Al crimen se podrá oponer la fuerza, pero sólo se vencerá con la verdad y con la razón. La vida se defiende toda entera, no por partes. Aborto, racismo, eutanasia, pena de muerte, manipulación de embriones humanos, desnutrición, secuestros, contaminación ambiental etcétera, se entrelazan y oponen al cosmos, al todo armónico salido de la palabra creadora de Dios. La vida se da, se recibe y se protege toda entera; no admite selección ni partición, sino que reclama integridad y compromiso total. El Evangelio de la vida no es un menú para escoger, según el gusto o el apetito del cliente, sino compromiso con el don de la vida en su totalidad, en cualquiera de sus manifestaciones, incluyendo la vida del espíritu.
Esta verdad responde a la profunda unidad interior del ser humano, que debe reflejarse en su conducta y protegerse en su estatuto legal. Sin esta coherencia interior y su reflejo en lo exterior, la persona humana se vuelve esquizofrénica, contrapuesta y violenta. Cuando el vientre materno se torna recinto de riesgo, se está declarando la guerra a la humanidad. Esta unidad íntima de la persona humana tiene que ver con la conciencia moral, que no se forma de opiniones sino de convicciones, que no se construye a base de sentimientos sino de principios y se fortalece en la práctica de cada día. La conciencia moral universal proclama que permitir una muerte inocente es sembrar violencia en la familia, en el barrio y en la humanidad. Formar la conciencia moral debe ser el cometido primario de toda educación; lo demás vendrá como añadidura. Los asuntos humanos son primero asuntos morales, relacionados con el bien y el mal, y luego asuntos políticos. Como aquí se han invertido las cosas, hemos retrocedido en humanidad.
Los derechos humanos no se protegen por separado, buscando equilibrios legalistas a base de peregrinas interpretaciones subjetivas. Privilegiar unos derechos en detrimento de otros, es dividir a la persona humana y lesionar la naturaleza unitaria de la humanidad. Los derechos humanos son de todos, para todos y en todas las circunstancias. Nuestro canto es que viva la vida, que vivan los dos, que vivamos todos, porque la gloria del Dios es que el hombre viva. Una interpretación legalista de los derechos humanos, los convierte en mercancía política y en tráfico de intereses, que lesiona la razón, la dignidad humana y la paz social. El atropello sufrido ha sido no sólo moral sino mortal para la democracia, para la igualdad sustancial del ser humano, para todos. El lugar donde se generan los derechos humanos no es el palacio de Herodes, sino la intimidad profunda y unitaria de la persona humana, su irrenunciable dignidad y su conciencia moral. Desde la mazmorra del palacio de Herodes, Juan el Bautista sigue defendiendo la justicia y proclamando la verdad.
† Mario De Gasperín Gasperín Obispo de Querétaro