Premio Nobel de literatura, Albert Camus, escribió un ensayo titulado El mito de Sísifo; en él decía que solamente hay un verdadero problema filosófico: descubrir si la vida vale la pena vivirse, y que si la respuesta es no, sólo queda una salida: el suicidio.
Querétaro ha visto en días recientes el suicidio número 57, según datos que han difundido los medios de comunicación. Las estadísticas muestran que son los países más altamente industrializados quienes tienen el mayor índice de suicidios; muestran también qué hora del día, qué días de la semana o estaciones del año tienen la mayor incidencia. La Iglesia, también hija de su tiempo, en algún momento prohibió realizar exequias a quien atentaba contra su propia vida. Hoy, conocedora también del avance de las ciencias humanas, ha dejado esa práctica sabiendo que son muchos los factores que influyen para realizar un acto de este género, indicando además a los Pastores de almas una especial cercanía a los familiares de las víctimas del peso de peso de la vida y de las enfermedades.
El Papa Francisco ha insistido en luchar contra la cultura de la exclusión, del “descarte” como él dice. ¿Qué lleva a alguien al “autodescarte”? Muchos deben ser los factores, pero una cosa es segura: crecimiento poblacional, técnico o económico, entre otros, no son sinónimo de verdadero desarrollo.
Camus decía que el hombre se pregunta por el sentido del mundo, pero que el mundo permanece mudo; así, la actividad rutinaria y monótona del hombre (Sísifo que condenado a subir su piedra esférica a la montaña, al legar a la cumbre contempla cómo la piedra rueda una y otra vez hacia abajo, descubre que su verdadero castigo no es tanto el esfuerzo físico al que se ve sometido, sino la conciencia que de ello tiene al ir bajando por ella nuevamente) le pone al riesgo de la desesperanza. Decía Camus, no estamos desesperados, simplemente no hay esperanza, y frente a todos los grandes males que experimenta el hombre sólo le queda el recurso de la ciencia y de la técnica para hacer menos trágica su existencia.
El cristiano sabe que tenemos esperanza y que el esfuerzo cotidiano da sentido a su propia existencia, pues las actividades cotidianas no son un fin en sí mismas, sino medios para alcanzar la propia realización, y cada actividad realizada con amor está llena de eternidad, lejos de la recompensa inmediata y sensible, efímera.
Ningún problema puede ser mayor que la persona misma, el perdón de Dios y de los demás abren nuevos horizontes y posibilidades en nuestra vida. La solidaridad fraterna nos arrebata de las garras de la soledad y la miseria humanas. La grandeza de un pueblo no se mide por la extensión geográfica o económica, sino por la calidad y sentido de la existencia de cada uno de sus integrantes, sobre todo de los más pequeños, enfermos e inútiles a los ojos del mundo.
Mientras un solo herman@ renuncie a su propia vida, no podemos decir que hay verdadero desarrollo, no al menos para todos, y así, la comunidad está incompleta. El verdadero problema no son los problemas, sino qué hacemos frente a ellos. Un abrazo fraternal en silencio y respeto a todos los que sufren por la ausencia de sus seres queridos.
Pbro. Filiberto Cruz Reyes Publicado en el periódico «Diócesis de Querétaro» el 31 de agosto de 2014