Hace una semana el Papa viajó a Tirana, la capital de Albania; un viaje de un día corto pero intenso. Uno de los momentos más emotivos fue la celebración de las Vísperas en la Catedral de San Pablo, con sacerdotes, religiosos, seminaristas y movimientos laicos. Muchos quedaron visiblemente conmovidos por el testimonio de un sacerdote y una religiosa que vivieron la persecución comunista de 1944 que trató de eliminar la fe y el clero con arrestos, torturas y asesinatos de sacerdotes y laicos por siete años seguidos, derramando la sangre y gritando: Viva Cristo Rey, antes de ser fusilados.
Don Ernesto Simoni estudió en la clandestinidad para ser sacerdote y fue ordenado en el 56. En diciembre de 1963, fue detenido para ser fusilado, pero antes fue torturado cruelmente. Narró sus 18 años de prisión bajo el régimen comunista ateo y 28 años de trabajos forzados. Sor María dijo: “No sé cómo conseguimos soportar tanto, pero Dios nos dio la fuerza, paciencia y esperanza”. Durante los interrogatorios el padre Ernest siempre respondía que Cristo nos había enseñado a amar a los enemigos y a perdonarlos y que debíamos empeñarnos en el bien del pueblo. Sus palabras llegaron al dictador que lo liberó de su condena a muerte y a cambio fue condenado a trabajos forzados en los canales de aguas negras. Comenta que durante su prisión celebraba la Misa, confesaba y distribuía la comunión a escondidas.
Es increíble ver cómo el padre no conservaba rencor en su corazón por tantos sufrimientos padecidos, esforzándose por reconciliar y ayudar a sus compatriotas a superar las divisiones. “El Señor me ha ayudado a servir tantos pueblos y ha reconciliar a muchas personas alejando el odio y al diablo de los corazones de los hombres”.
El padre Ernest de 84 años narraba su terrible historia ante el Papa Francisco, quien escuchaba con atención la traducción y conmovía a todos los oyentes ante un silencio sepulcral en la catedral. “Tú serás ahorcado como enemigo porque dijiste al pueblo que todos moriremos por Cristo si es necesario”, le dijo un jefe. Le apretaron los fierros tan fuerte en las muñecas que los latidos de su corazón se detuvieron y casi moría. Le obligaban a que hablara en contra de la Iglesia y no aceptó y por poco muere por las torturas.
El Santo Padre dejó de lado el discurso que tenía preparado y habló desde el corazón, comentando que se había preparado desde hacía dos meses donde se impresionó que este pueblo hubiera sufrido tanto, que tiene muy presente la memoria de sus mártires. Ellos no se vanaglorian de lo que han vivido, porque ha sido el Señor quien los ha llevado adelante. Ellos nos dicen algo a nosotros que hemos sido llamados por el Señor para seguirlo de cerca: “Hay de nosotros si buscamos otro consuelo. Hay de aquellos religiosos que buscan la consolación lejos del Señor. Si buscas el consuelo en otra parte no serás feliz y no podrás consolar a ninguno”.
Al concluir el padre Ernest pidió al Señor que “por la intercesión de la Santísima Madre de Cristo le dé vida, salud y fuerza para guiar al gran rebaño que es la Iglesia de Cristo”. Se acercó para arrodillarse ante el Papa pero él se lo impidió al levantarse y estrechándolo en un conmovedor abrazo del que brotaron lágrimas.
El Papa concluyó diciendo: “perdonen si los uso como ejemplo. Pero todos debemos darnos ejemplo unos a otros. Hoy hemos tocado a los mártires”.
Que el ejemplo tan significativo de tantos hombres y mujeres que viven a diario su martirio en el deber de cada día sea para cada uno de nosotros una oportunidad de identificarnos con Cristo y ser verdaderos promotores del servicio y entrega a los demás. ¡Hablemos claro!
Pbro. Luis Ignacio Núñez I. Publicado en el periódico «Diócesis de Querétaro» del 28 de septiembre de 2014