Después de todos los horrores que contempló la humanidad entera en la Segunda Guerra mundial se hicieron esfuerzos y se crearon instituciones para que nunca más volviera a suceder masacre alguna. De estos esfuerzos surgió la “Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio”, luego de que la Organización de las Naciones Unidas en Asamblea General y por su Resolución 96 (I) del 11 de diciembre de 1946 declaró “que el genocidio es un delito internacional contrario al espíritu y a los fines de las Naciones Unidas y que el mundo civilizado condena”; de este modo la Convención fue adoptada y abierta a la firma y ratificación, o adhesión, por la Asamblea General en su resolución 260 A (III), del 9 de diciembre de 1948. Entró en vigor el 12 de enero de 1951.
En su Artículo II la Convención afirma:
“En la presente Convención, se entiende por genocidio cualquiera de los actos mencionados a continuación, perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como tal:
a) Matanza de miembros del grupo;
b) Lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo;
c) Sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial;
d) Medidas destinadas a impedir los nacimientos en el seno del grupo;
e) Traslado por fuerza de niños del grupo a otro grupo”.
El genocidio es pues entendido como algo que requiere tres elementos: uno material (un acto específico de los que se mencionan), uno moral (que haya una intención) y un tercero: que tenga un objetivo específico (un grupo nacional, étnico, racial o religioso).
El “Pontificio Consejo para el diálogo Interreligioso” ha denunciado “la dramática situación de los cristianos, de los yasidies y de las otras comunidades religiosas y étnicas numéricamente minoritarias en Irak” y sin decirlo expresamente ha declarado que es un genocidio el que está cometiendo el llamado “califato” o “Estado Islámico” restaurado en Irak y Siria, en donde las horrendas imágenes que circulan viralmente en internet han estremecido al mundo entero. ¿Qué abusos denuncia el Pontificio Consejo? Los que se enumeran como características de un genocidio: “la práctica execrable de la decapitación, la crucifixión y de colgar cadáveres en las plazas públicas; el éxodo […] la expulsión forzada de decenas de miles de personas, incluso niños, de ancianos, de mujeres embarazadas y de enfermos […], la imposición de la práctica salvaje de la infibulación, etc., (primer elemento). El segundo elemento, el moral, creemos que también se da, por eso el Pontificio Consejo afirma que hay intenciones específicas que se traducen en crímenes horrendos, como “la destrucción del patrimonio religioso-cultural cristiano de valor inestimable; la violencia abyecta con el fin de aterrorizar a las personas y obligarlas a rendirse o a huir”. El tercer elemento aparece claramente cuando el Pontificio Consejo denuncia “la masacre de personas por el solo motivo de su profesión religiosa” y “la elección impuesta a los cristianos y a los yasidíes entre la conversión al Islam, el pago de un tributo (jizya) o el éxodo”; es claro que hay motivos de odio por la religión y la etnia.
Por todo esto el Consejo para el diálogo interreligioso “exige una toma de posición clara y valiente por parte de los responsables religiosos, incluso musulmanes, de personas comprometidas con el diálogo interreligioso y de todas las personas de buena voluntad” así como el que “todos deben ser unánimes en condenar sin ambigüedad alguna estos crímenes y denunciar la invocación de la religión para justificarlos”. La razón de esto que exige lo expresa de manera contundente: “De lo contrario, ¿qué credibilidad tendrán las religiones, sus seguidores y sus jefes?”.
El Papa Francisco ha pedido lo mismo en una Carta dirigida al Secretario General de la ONU, además de intervención de la Comunidad Internacional “a través de las normas y de los mecanismos del derecho internacional”. ¿Tú y yo, qué haremos?
Mtro. Filiberto Cruz Reyes Publicado en el semanario «Diócesis de Querétaro» del 17 de agosto de 2014