1. Diré una palabra breve sobre el libro y la cultura, con especial referencia al libro —libros— de la sagrada Escritura. La Biblia es el único libro que no tiene título. Es sencillamente “El Libro”. Los profetas fueron hombres de la palabra provocada y comunicada por el Espíritu. Hombres de la palabra libre, por tanto. Aunque el profeta estuviera encadenado, su palabra corría veloz, por medio de la escritura. Su palabra, por fuerza del Espíritu, se volvió escritura. Baruc puso por escrito las palabras de Jeremías prisionero. Posteriormente, por la lectura de Yehudí, llegaron sus palabras al personal de la corte y al mismo rey Joaquín. El rey acababa de firmar un pacto con Babilonia. No necesita —pensaba— la palabra de Dios. Por eso, “cada vez que Yehudí terminaba de leer tres o cuatro columnas, el rey las cortaba con un cortaplumas y las arrojaba al fuego del brasero. Hasta que todo el rollo se consumió en el fuego del brasero” (Jr 36, 23).
2. Pero la palabra del Señor se cumple. El Señor le dijo a Jeremías: “Toma otro rollo y escribe en él todas las palabras que había en el primer rollo… Jeremías tomó otro rollo y lo entregó a Baruc, hijo de Nerías, el escribano, para que escribiese en él, a su dictado, todas las palabras del libro y otras muchas palabras semejantes (v. 32).
3. La palabra se vuelve escritura que contiene la fuerza salvadora de Dios, y se vuelve testigo de cargo y acusa. No solo permanece, sino crece: “Y se añadieron otras palabras semejantes” (v 32). Nace el libro por obra del Espíritu. Esa palabra es salvadora, pero también juez. Su testimonio es doloroso: es silenciada, perseguida, quemada en la hoguera. Pero como es palabra portadora del Espíritu no muere, nuevamente renace en la escritura y resucita con renovado vigor.
4. Este primer esquema del nacimiento, crecimiento, pasión, muerte y resurrección de un libro, es, en cierto sentido, un paradigma de ese vehículo de cultura que es el “libro”. ¡Cuántos libros han sido quemados por los poderosos! Pero son más, sin duda alguna, los que yacen en los anaqueles de las bibliotecas, sepultados en el olvido. Esta ha sido, en cierto sentido, la historia de nuestra Biblioteca.
5. El escritor húngaro Sándor Márai dice que “la palabra escrita fija algo que se presenta al alma primitiva bajo la forma de un deseo poco definido, de una intuición mítica, y el mito fijado en palabras se vuelve Historia, es decir, en una experiencia cargada de responsabilidades” (¡Tierra, Tierra!, pg. 53). Las intuiciones míticas y los sentimientos primarios de la humanidad, al fijarse en palabras, se vuelven Historia, “una experiencia cargada de responsabilidades”. La Biblioteca, cada uno de sus libros, son una Historia que está allí, que hay que vivificar y actualizar, puesto que es para todos nosotros “una experiencia (la sabiduría de nuestros mayores, la sabiduría de siglos, la sabiduría de la Iglesia) cargada de responsabilidades”. Cada volumen de esta Biblioteca debe pesar sobre nuestras espaldas y pasar a nuestras manos, ojos, inteligencia y vida, y hacernos comprender, para proseguir, nuestra Historia de salvación. A esto nos ayudará, espero, esta exposición.
† Mario De Gasperín Gasperín Obispo de Querétaro