Los rostros alegres de los participantes, entre ellos de un número considerable de jóvenes, fueron expresión de su fe.
No podemos dejar de señalar la conducta ordenada y actitud gozosa del pueblo católico durante la visita del Papa Benedicto XVI a nuestra patria. Los rostros alegres de los participantes, entre ellos de un número considerable de jóvenes, fueron expresión de su fe. La fe católica genera fraternidad y gozo espiritual, capaz de entusiasmar a los demás. Hasta los cronistas audiovisuales parecieron contagiarse, por un momento al menos, de este fervor popular; algunos se autoproclamaron creyentes, moderados por supuesto, dejando aparecer una furtiva lágrima en sus rostros y quizá en su corazón. Hecha la cobertura televisiva, regresaron a sus acostumbrados mensajes políticamente correctos, según lo ordenan los intereses de la empresa que los contrata; y ésta, con más réditos que méritos, volvió a sus acostumbradas rudezas cuando de asuntos religiosos se trata, máxime si son valores morales y virtudes cristianas. Queda confirmado así el abismo que separa a la crónica mediática de los más nobles sentimientos de la nación.
El pueblo participó de la fiesta y en la fiesta. Todos se volvieron protagonistas. El fervor religioso llegó a imponerse hasta a la severa guardia vaticana y no menos a la adusta comitiva papal. En este contexto de euforia se comprende la exageración de que en ese momento el Papa se hubiera vuelto mexicano. Seamos justos. El Papa lo era ya, como lo es todo Pastor de la Iglesia universal; lo manifestó además al escoger visitar México entre numerosas alternativas. Por lo demás, añadir a su afecto el calor y el color de lo mexicano hará nos comprenda y ojalá lo entendamos mejor. Dudas graves nos quedan sobre la posibilidad de compaginar el grito «la vida no vale nada» con la fe en Cristo, quien entregó su vida para hacernos caer en la cuenta de lo mucho que vale la nuestra. Afortunadamente, el vate guanajuatense no es ni maestro de la fe católica ni lo fue del comportamiento cristiano. Recapacitemos y afirmemos el amor a la vida desde la concepción y en cualquier situación. Eso sí es católico y coherente con el sentir nacional.
Quisieron estar presentes en la celebración personajes de la política nacional. De parte de las autoridades eclesiásticas todos fueron bienvenidos, aunque la reacción de la asamblea fue de acuerdo con el comportamiento y actitud de cada cual. Entendamos que una cosa es una celebración y otra un espectáculo. La diferencia es sustancial. En la celebración todos participan por igual, aunque sea diversa la función; se crea y vive la fraternidad, sin previa selección. El espectáculo es para ver y ser visto, para mirar y hacerse ver, no para compartir. En la celebración hay participación y en el espectáculo sólo exhibición. Tomamos nota una vez más del abismo que existe entre el pueblo creyente y sus dirigentes. El pueblo lo percibe, ellos no.
El Papa pidió a Dios para nosotros un corazón puro, que después calificó como humilde para que, dejada toda prepotencia, pueda convertirse en un corazón nuevo. Renovados así cada uno en el espíritu, podremos salvar a nuestra nación. No hay otro camino posible, ni mejor.
† Mario De Gasperín Gasperín Obispo Emérito de Querétaro