Pbro. Filiberto Cruz Reyes
A Paola con admiración por su servicio a los más pobres
El próximo día 8 de este mes se celebrará el día Internacional de la mujer, como una actividad “en pro de la igualdad, la justicia, la paz y el desarrollo”. La búsqueda de estos valores se ha manifestado en las diversas culturas de muchos modos en todos los tiempos. La Iglesia tiene conciencia de ello y de la reivindicación radical que Jesucristo ha hecho de esa verdad de fe: “Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, hombre y mujer los creó” (Gn1, 27); una verdad que con frecuencia se nos olvida o simplemente la ignoramos y cuando esto sucede vienen muchas injusticias y tragedias.
El Evangelio tiene un relato (cfr. Mc 7, 24-30; Mt 15, 21-28) acerca de la perseverancia y fuerza de una mujer siro-fenicia, que desde su condición de extranjera, contra todas las costumbres, derriba con su insistencia las barreras étnico religiosas, rogándole a Jesús que libere a su hija del demonio que la atormenta. Puede sorprendernos la firmeza con que Jesús le niega este favor al decirle. “Espera que primero se sacien los hijos, pues no está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos”. La mujer, lejos de renunciar o desanimarse, insiste diciendo: “ Sí, Señor; que también los perritos comen bajo la mesa migajas de los niños”. Hay un juego de palabras en griego que explica en cierto modo la dureza del diálogo anterior: mientras Jesús al hablar de hijos (teknon) lo hace en sentido jurídico, la mujer habla de hijos (paidion) en un sentido diminutivo, con suavidad y creatividad; sin mostrar reproche o cerrazón a la expresión de Jesús. La audacia y la fe de esta mujer se ven recompensadas, pues Jesús sana a su hija; y va más allá aún, esta intercesión de la mujer se sitúa entre las dos multiplicaciones de los panes, tanto en Marcos como en Mateo: quien pide a Dios verdaderamente para sí piensa siempre en los demás.
En días recientes está el testimonio de vida de una mujer de Iglesia: la italiana Annalena Tonelli, quien dijo de sí misma:
«Dejé Italia en enero de 1969. Desde entonces vivo al servicio de los Somalíes. Vivo para servir, sin la seguridad de una orden religiosa, sin pertenecer a ninguna organización, sin ningún estipendio, sin depósitos de donativos para cuando sea vieja. Dejé Italia después de seis años de servicio a los pobres de uno de los barrios miserables de mi ciudad natal (Forlì) […] Vivo en un mundo rígidamente musulmán. He vivido los últimos cinco años en Borama, en el extremo noroeste del País, sobre los confines de Etiopía y Yibuti. Allá no existe ningún cristiano con quien yo pueda compartir. Dos veces al año, cerca de Navidad y de Pascua, el Obispo de Yibuti viene a decir la misa para mí y conmigo. Hoy muchos de los somalíes que tenían reservas contra mí, me han aceptado y se han hecho mis amigos. Hoy saben que estaba pronta a dar la vida por ellos, que he arriesgado la vida por ellos […] Era joven y por lo tanto no digna de ser escuchada ni respetada. Era blanca y por lo tanto despreciada por aquella raza que se consideraba superior a todos. Era cristiana y por tanto despreciada, rechazada, temida. Estaban convencidos que yo había ido a Wajir, para hacer prosélitos. Y además, no estaba casada, algo absurdo en aquel mundo, en el cual, el celibato no existe y no es un valor para ninguno, al contrario, es un anti valor”. El 6 de octubre de 2003, en Borama, una pequeña ciudad de Somaliland (ex Somalia Británica y que ahora constituye la parte noroeste de Somalia), fue asesinada, con un tiro de fusil en la cabeza. Murió desangrada en el hospital que ella misma había fundado hacia siete años.
¿Cómo olvidar a la mujer que en Ciudad Juárez en el Centro de Readaptación Social le habló al Papa Francisco con tanta vehemencia y lucidez, esa que da la experiencia y el arrepentimiento? Le dijo: “Si la vida y nuestros actos nos pusieron en la oscuridad, tal vez no es para morir en ella, es para que iluminemos con nuestra fe y nuestras ganas de cambiar… Esta experiencia nos convierte en seres pacientes y perseverantes, estas dos grandes virtudes nos hacen excepcionales”.
Y sí, la paciencia y la perseverancia que brotan de la fe, todo lo vencen. Gracias a tantas mujeres que sin su paciencia y perseverancia este mundo y nuestra vida serían muy grises.