Pbro. Mtro. Filiberto Cruz Reyes
El Papa Francisco es conocido entre otras cosas por su gusto y conocimiento de la literatura universal; entre sus autores favoritos hay figuras como Ethel Mannin (Tarde te he amado), Robert Hugh Benson (Señor del mundo), Fiódor Dostoievski (Memorias del subsuelo), Jorge Luis Borges (El otro, el mismo), Ignacio de Loyola (Ejercicios Espirituales), Henry De Lubac (Meditación sobre la Iglesia), Friederich Hölderlin (Poesías), Nino Costa (Cien poesías), José Hernández (Martín Fierro), etc. Las obras mencionadas forman parte de una colección de 20 títulos llamada “La biblioteca del Papa Francisco”, que el Diario italiano “Il corriere Della sera” y Antonio Spadaro de “La civiltà católica” pusieron en circulación y reúne 20 de las obras de la literatura universal más queridos por el Papa. Textos que explican en parte la visión del Papa sobre la vida, el hombre y la Iglesia.
Este 26 del presente mes de enero fue publicado el Mensaje del Papa con motivo de la Cuaresma 2016, mismo que lleva por título “Misericordia quiero y no sacrificio” (Mt 9,13). Las obras de misericordia en el camino jubilar”. El lenguaje de Francisco ha impactado dentro y fuera de la Iglesia, por su frescura, sencillez, su modo directo y fuerte, amoroso, sin falsas prudencias que incomoden, por su valentía; en pocas palabras por su sustrato evangélico. Esta novedad muchos quisieran verla como algo que está cambiando la doctrina de la Iglesia, pero nada más lejos de la realidad, él no se ha cansado de decir que lo que anuncia es lo mismo que la iglesia ha anunciado desde sus inicios: el Evangelio de la misericordia, y afirma también que “Este drama de amor alcanza su culmen en el Hijo hecho hombre. En él Dios derrama su ilimitada misericordia hasta tal punto que hace de él la «Misericordia encarnada». (mensaje n. 2). Por eso la convocatoria al Jubileo de la Misericordia que estamos viviendo.
Una de las obras de misericordia corporales en la doctrina de la Iglesia se refiere al tema de visitar a los presos y redimir al cautivo. En su reciente visita a los Estados Unidos Francisco afirmó en su encuentro con los internos del Instituto Correccional Curran-Fromhold de Filadelfia: “este tiempo de reclusión nunca ha sido y nunca será sinónimo de expulsión”.
Hemos dicho que uno de los autores favoritos de Francisco es Dostoievski; él también estuvo en un reclusorio junto con un grupo de intelectuales (el Círculo de Petrashevski) acusados de cometer crímenes contra la seguridad del Estado. Luego escribiría “Memorias de la casa muerta”, donde hace remembranza de esos difíciles años. Ahí dice cosas como: “Aquí había un mundo aparte, que no tenía semejanza con nada; aquí había leyes especiales, con su indumentaria, su moral y sus costumbres propias, y una casa muerta en vida, una vida como en ningún otro lugar, y gente especial”. Hace hablar a su personaje principal Alexánder Petróvich acerca de la falta de privacidad e intimidad: “nunca podría haber imaginado el horror y la tortura que fue para mí el no estar solo ni una sola vez, ni un solo instante, en los diez años de mi condena. En el trabajo, siempre con escolta; en la casa, con doscientos compañeros…”. Describe las razones de porqué muchos estaban ahí: “Llegaban al presidio aquellos, que en libertad, habían perdido toda medida y rebasado todos los límites, hasta tal punto que daban la impresión de haber acabado cometiendo sus crímenes, no por voluntad propia, sino sin saber porqué, en una especie de delirio o de embriaguez […] ¡Ninguna señal de vergüenza, ni de arrepentimiento!” (Dostoievski, F. Memorias de la casa muerta. México 2015, pp. 19-21). Estamos hablando obviamente del relato de una novela, no afirmamos que todo interno sea así, sino que hablamos de la experiencia que el autor vivió y en parte describió. Agrega nuestro autor en otra parte: “A menudo un hombre lo soporta todo durante varios años, se somete, sufre los castigos más crueles y de pronto estalla por cualquier menudencia, por cualquier bagatela, casi sin motivo”. ¿No estamos viviendo a flor de piel esa exasperación general que puede estallar en cualquier momento? ¿Acaso no vive nuestro pueblo tanta injusticia de la que no vemos “¡Ninguna señal de vergüenza, ni de arrepentimiento!”? Francisco sabe de esto, por eso en su Mensaje nos recuerda que “en Jesús crucificado, Dios quiere alcanzar al pecador incluso en su lejanía más extrema, justamente allí donde se perdió y se alejó de Él”. Ese alejamiento de Dios también provoca una especie de delirio, y Francisco apunta: “Ese delirio también puede asumir formas sociales y políticas, como han mostrado los totalitarismos del siglo XX, y como muestran hoy las ideologías del pensamiento único y de la tecnociencia, que pretenden hacer que Dios sea irrelevante y que el hombre se reduzca a una masa para utilizar”.
¿Cómo recuperar la razón y la cordura? , el Papa nos da pistas muy concretas: “La Cuaresma de este Año Jubilar, pues, es para todos un tiempo favorable para salir por fin de nuestra alienación existencial gracias a la escucha de la Palabra y a las obras de misericordia”, y nos advierte en un lenguaje recio, poco común en él: “siempre queda el peligro de que, a causa de un cerrarse cada vez más herméticamente a Cristo, que en el pobre sigue llamando a la puerta de su corazón, los soberbios, los ricos y los poderosos acaben por condenarse a sí mismos a caer en el eterno abismo de soledad que es el infierno”.