El padre Juan Eusebio Nieremberg S. J., escribió una obra considerada clásica dentro de la espiritualidad ignaciana, extrañamente titulada: “Diferencia entre lo Temporal y Eterno, Crisol de Desengaños, con la Memoria de la Eternidad, Postrimerías Humanas, y Principales Misterios Divinos”, sobre las tan olvidadas cosas últimas de nuestra fe católica. A ésta añadió una “Invectiva contra el Adorno superfluo de las Galas”, en sabroso romance castellano. La edición de que dispongo, todavía legible y con su rigurosa licencia eclesiástica, data de 1779.
Elijo este texto de alguna antigüedad con la única finalidad de mostrar que el problema de la ignorancia religiosa no es asunto ni de ayer ni de antes de ayer, sino condición humana tan lamentable y real como cotidiana y de siempre. Que en eso nos aventaja la ignorancia, que no respeta épocas ni edades ni tiempos. Cito, pues, el primer párrafo de la obra de nuestro esclarecido autor, que dice así: “Para el uso de las cosas ha de preceder su estima, y a su estimación su noticia; la que es tan corta en este mundo, que no sale fuera de él a considerar lo celestial y eterno, para que fuimos criados. Pero no es maravilla, que estando las cosas eternas tan apartadas del sentido, las conozcamos tan poco; pues aun las temporales que vemos, y tocamos con las manos, las ignoramos mucho. ¿Cómo podremos comprender las cosas del otro mundo, pues las de este en que estamos, no las conocemos?”. Habrá, sí, que leer dos o tres veces el párrafo para que se asiente en el intelecto, pero quizá podamos resumirlo diciendo de manera llana que no se ama lo que no se conoce, y que si desconocemos lo que tenemos a la vista, mucho más ignoramos y menos amamos, lo que no vemos.
La ignorancia ha llegado a ser un componente añadido a la naturaleza humana pecadora, y más tratándose de las cosas celestiales, o sea de nuestra fe. No debe, pues, sorprendernos, aunque sí preocuparnos, el terrible cúmulo de creencias, agüeros, supersticiones, maleficios, horóscopos, fetiches, piedras encantadas o lugares mágicos, vibraciones y toda clase de limpias, sobas y rituales curativos practicados por brujos, chamanes, síquicos, astrólogos y similares, cosas éstas que hemos podido ver en su tropical efervescencia y pagano esplendor durante el inicio del año tanto en periódicos, revistas, noticieros, reportajes, sin excluir hogares y hasta templos católicos.
Como el lazo que nos ata a la divinidad radica en la condición humana, y la ignorancia anida en lo recóndito nuestro, estos rituales y creencias llegan a considerarse como naturales y reviven siempre con nuevo esplendor. Son ídolos nuevos con malicia vieja. Tarea inmensa –“Obra de misericordia”, le llama la Iglesia- ha sido enseñar al que no sabe, y más al que cree que lo sabe todo, como agudamente lo nota el padre Nieremberg, cuando dice: “A esto puede llevar la ignorancia humana, que aun no conoce aquello que piensa que más sabe”. Pero la verdad tiene su propio peso, su luz divina, que es la que se impone por el brillo de su propio esplendor, incluso al error. Su destino es padecer, nunca perecer. Engendra siempre esperanza.
† Mario De Gasperín Gasperín Obispo de Querétaro