Un evento celebrativo, como el de los 150 años de la Erección de nuestra Diócesis de Querétaro, es un compromiso que no se puede reducir a meras manifestaciones jubilosas externas, en concentraciones masivas y en espectáculos públicos, es necesario dejar constancia que se trata de asumir con gran responsabilidad la presencia evangelizadora y misionera de la Iglesia para que el Evangelio y la vida de fe sigan resplandeciendo en nuestra Iglesia Particular, compromiso de todo bautizado, llamados a servir por el Reino de Dios.
Desde luego, hay que reconocer los grandes esfuerzos que se están haciendo de parte de la comisión organizadora por darle realce a tan importante aniversario, que seguramente el día 7 de febrero, en el estadio, lugar del evento celebrativo, congregará a una gran multitud, que no dejará de ser una representación de los católicos de esta diócesis, con sus invitados las autoridades religiosas del país, como lo son los obispos y la presencia también de las autoridades políticas locales. Unirnos y participar es significativamente conmemorativo, porque se trata de ofrecer a las generaciones de fieles católicos que nos han precedido el agradecimiento y el reconocimiento público de que su vida de fe y su testimonio son una experiencia viva, que nos han transmitido para seguir siendo fieles al Evangelio y a la misión evangelizadora de la Iglesia.
Por lo tanto, el compromiso de la Iglesia Particular, la diócesis, el clero juntamente con todo bautizado, es estar al servicio de la evangelización y de la dignidad humana, que en nuestra situación actual que vive el país, es un desafío mayor precisamente por esta situación crítica que vive la población, entre ellos muchos cristianos católicos de nuestra diócesis, que esperan más de su Iglesia Particular.
Se trata de un acontecimiento histórico importante, el de los 150 años de nuestra diócesis, oportunidad para darle un impulso al compromiso por el Reino, a la promesa de una vida nueva desde la interioridad del sujeto individual y social, con la radicalidad e intensidad del cristianismo de los orígenes; una etapa histórica para discernir, con la luminosidad del Espíritu, cómo hemos respondido y qué estamos dispuestos a seguir haciendo para que el Evangelio sea un referente en la vida cotidiana y en los asuntos públicos en nuestra sociedad, pluricultural y pluriétnica, secularista y cada vez más increyente.
La presencia de la Iglesia diocesana en el transcurrir del tiempo, como el que estamos considerando en su aniversario, sólo se puede valorar debidamente, cuando se tiene la fe de ser iglesia para aceptar su aporte a la cultura y vida de fe en nuestra sociedad, como también para reconocer las deficiencias, anti testimonios y pecados que requieren de una profunda y sincera conversión de parte de quienes formamos la Iglesia.
El Papa Francisco en su homilía del 30 de enero nos ha motivado a considerar nuestra pertenencia a la Iglesia con la siguiente reflexión: “El cristiano no es un bautizado que recibe el bautismo y después va por su camino. El primer fruto del Bautismo es el hacerte pertenecer a la Iglesia, al pueblo de Dios. No se entiende un cristiano sin Iglesia. Y por eso el gran Pablo VI decía que era una dicotomía absurda amar a Cristo sin la Iglesia; escuchar a Cristo pero no a la Iglesia; estar con Cristo al margen de la Iglesia. No se puede. Es una dicotomía absurda. El mensaje evangélico nosotros lo recibimos en la Iglesia y nuestra santidad la vivimos en la Iglesia, nuestro camino en la Iglesia. Lo demás es una fantasía, o como él decía: una dicotomía absurda”.
Es así que reconocernos Iglesia por compartir la misma fe y el mismo bautismo que nos ha unido en el Señor Jesús, en nuestro entorno geográfico, como Iglesia diocesana, es para agradecer el caminar durante estos años al Dios Bueno y Grande por el Evangelio y la vida de fe de tantos cristianos, obispos, sacerdotes y laicos, dignos de admiración y un ejemplo para todos nosotros.
Es cierto que estamos expuestos a las críticas, las cuales son inevitables en una sociedad plural y secularizada, críticas que debemos analizar detenidamente y no minimizar para poder responder con hechos y actitudes coherentes con los principios del Evangelio y reconocer que somos de barro, humanos que podemos equivocarnos, pero siempre tratando de retomar los caminos del Señor, siendo fieles servidores en la Verdad y en el Amor a nuestros hermanos y hermanas y aceptar que nuestra fuerza nos viene del Señor.
Pero también, estamos conscientes de que el testimonio de fe y vida, es el más valorado no sólo entre nosotros como cristianos y sino también de parte de quienes no comparten nuestra misma fe, al igual que una vida ofrecida y entregada al servicio del Reino de Dios y su justicia, y desde luego el anuncio verbal de la fe, del que no podemos renunciar, aunque esto último, se encuentre debilitado, por la abundancia de palabras y la saturación de discursos, sin embargo sigue siendo necesario en la Iglesia para animar e iluminar la fe y llevar al encuentro con Jesucristo y al compromiso por una vida digna y trascendente para todo ser humano desde el mensaje del Evangelio.
Felicidades por nuestra fiesta de aniversario, los 150 años de la erección de nuestra Diócesis, porque es y será una gran oportunidad para seguir impulsando la misión permanente de la Iglesia de estar al servicio del Evangelio como el aporte fundamental que estamos llamados a proponer para una Iglesia siempre renovada y una sociedad más justa, fraterna y pacífica dedicada al bien común. Que Dios y María Santísima de los Dolores de Soriano, patrona de nuestra Diócesis de Querétaro, nos sigan bendiciendo.
Pbro. Gabino Tepetate Hernández