No podemos ni debemos dejar de aclamar con toda firmeza el hecho del acontecimiento guadalupano, claramente manifiesto en el pueblo católico, cuyo origen se remonta en las tradiciones orales y escritas de sus apariciones e imagen plasmada en el ayate del indio Juan Diego, que entregó al Obispo Fray Juan de Zumárraga como prueba de la veracidad de que se trataba de la Señora del cielo y de su voluntad de que se le edificara un templo, para que en el mostrara su amor a todos los pobladores de estas tierras, remediar sus males y dar a conocer al verdadero Dios por quien se vive.
La sagrada imagen se venera en la Basílica de la ciudad de México, pero cuyas réplicas se encuentran en todos los templos, capillas y altares de los hogares católicos, motivo de culto y veneración, pero también de reflexión de nuestro pueblo y que ha favorecido fuertemente para la adhesión a la fe católica, como a la unidad nacional.
El relato de las apariciones de Juan Valeriano es, si así se puede decir, un verdadero “Evangelio Mexicano” una “Buena Nueva” para los pueblos indígenas de aquel tiempo y los indígenas de ahora, del florecer de las culturas, cuya raíz profundamente religiosa, es reconocida y rescatada por la Señora del cielo, que hizo y hace fructificar la fe cristiana en nuestros pueblos.
La predilección al indio Juan Diego es claramente la presencia y el mensaje del Evangelio de la que es portadora la Señora del cielo, de anunciar la Buena Nueva a los pobres, que no es sólo de compasión sino de liberación, de acción en favor de la vida digna y de protagonismo de los pobres para ser sujetos y no sólo objetos de evangelización.
La Imagen de la Santísima Virgen de Guadalupe es un símbolo espiritual que sigue inspirando la llamada a la conversión a Jesucristo y a su Evangelio, para buscar juntos como sus hijos, los medios y caminos para la hermandad, la justicia y la paz que nacen del corazón de quien se sabe mensajero y servidor del Reino de Dios.
Las tensiones sociales, políticas y religiosas propiciadas por quienes sólo tratan y buscan imponer sus intereses personales o de gremio, sacrificando la vida de las inmensas mayorías, sobre todo, de los más pobres, manipulan los contenidos de la fe y del fervor guadalupano. Una política sin ética y sin sentido del bien común, de la justicia social atenta contra la dignidad humana y del espíritu religioso del pueblo, que ha sido y es, siempre respetuoso y obediente a sus autoridades a quienes considera, incluso hasta venerables en el papel que desempeñan.
La sensibilidad guadalupana tiene que ser sensibilidad por el bienestar del otro, del que sufre, del oprimido y que necesita de la acción samaritana, como lo es el pobre y oprimido por las estructuras deshumanizantes, a las que hay que transformar desde nuestros corazones.
El acontecer político propio de estos días para llevar a cabo las reformas anunciadas, no tienen que ser una carga más a los sufrimientos del pueblo, eso es lo que seguramente esperamos y quisiéramos los ciudadanos, quienes en estos días, estamos dedicados a nuestras fiestas en honor a la Virgen de Guadalupe y la Navidad que está ya próxima, BUENAS NOTICIAS para el pueblo pobre y creyente, como el acontecimiento guadalupano una buena nueva para Juan Diego y para su pueblo. Santa María de Guadalupe Reina de México. Ruega por nosotros. Que Dios los bendiga.
Pbro. Gabino Tepetate Hernández