Cuando el Evangelio según san Lucas nos narra la llamada parábola del hijo pródigo (Lc 15, 11-32) presenta al hijo que se quedó en casa, el “bueno”, lleno de envidia y molesto cuando el hijo que se portó mal regresa y el Padre le hace una fiesta, misma de la que él no quiere ser partícipe, y dice sus razones: “Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!”. La parábola sigue siendo vigente, porque el amor de Dios es perenne y la experiencia de pecado del ser humano, tristemente, también.
Ante los temas abordados por el Sínodo Extraordinario sobre la familia que estos días pasados se ha desarrollado en Roma, no pocos católicos han sentido la sensación —tal vez por lo que muchos de los medios de comunicación dicen sobre los mismos, sin detenerse a leer realmente los documentos mismos de la Santa Sede— de que se “premia a los que se han portado mal”. Podríamos decir dos palabras al respecto: Dios ama a todas las personas y a todos nos dice la verdad sobre la vocación y naturaleza del ser humano, es decir, la Iglesia se hace portavoz de Dios sobre la verdad en la caridad; en palabras de los Padres sinodales sobre los temas tratados: “No se trata solamente de presentar una normativa sino de proponer valores, respondiendo a la necesidad de estos” (Undécima Congregación General: “Relatio post disceptationem” del Relator General, Cardenal Peter Erdö, n. 29, 13 oct. 2014).
Dicho documento citado está dividido en tres partes, a saber: 1) La escucha: el contexto y los desafíos de la familia; 2) La mirada en Cristo: el Evangelio de la familia y 3) El encuentro: perspectivas pastorales. La primera es un análisis de la realidad actual sobre la familia, por eso Francisco dijo que los asistentes deberían “hablar con valentía y escuchar con humildad”, las realidades son diversas en cada rincón de la tierra; las realidades cambian; la segunda parte es el anuncio perenne del Evangelio: “Jesús ha mirado a las mujeres y a los hombres que ha encontrado con amor y ternura, acompañando sus pasos con paciencia y misericordia, al anunciarles las exigencias del Reino de Dios” (n. 12); la enseñanza del Evangelio no cambia, siempre es la misma, no confundir misericordia con permiso para pecar; la tercera parte busca cómo hacer para que las personas recuperemos la alegría de ser familia y la belleza que esta encierra, cómo anunciar el Evangelio de la familia no como una imposición, sino como una necesidad, educando gradualmente, comprender todos que irse de la casa del Padre y dejar la familia es ir hacia una muerte segura como el hijo pródigo, y que estar en casa no puede volverse una experiencia de “día de campo”, pero de concentración; pues cuando sentimos eso, entonces creemos que es necesario huir de ahí, la casa y de la familia. Esta tercera parte sí cambia, pues: “los Padres sinodales, han advertido la urgencia de nuevos caminos pastorales, que partan de la efectiva realidad de las fragilidades familiares, reconociendo que estas, la mayoría de las veces, han sido “sufridas” más que elegidas en plena libertad” (n. 40).
Sí, el que se va de casa sufre hasta casi encontrar la muerte, por eso se hace urgente su búsqueda, su retorno; no podemos estar realmente alegres si uno solo falta a la mesa, y hacer fiesta por su regreso no es premio por su pecado, es un don, el don mismo de la vida. Si te sientes envidioso por no haber pecado lo suficiente, no has entendido el amor del Padre y la alegría y libertad de permanecer en casa. Santo Tomás de Aquino enseñó que la envidia es la tristeza del bien ajeno.
Publicado en el periódico «Diócesis de Querétaro» del 19 de octubre de 2014