Luis-Fernando Valdés
La breve visita del Papa a Bosnia-Herzegovina suscitó perplejidades. Francisco pidió que haya comprensión entre los creyentes de diversas confesiones; pero ¿el respeto a la fe del otro no es una manera de admitir que uno no posee la verdadera religión?
El Santo Padre realizó una visita de un día a la capital de los bosnios, el pasado 6 de junio. El Pontífice al día siguiente explicó que acudió a esa localidad, porque “Sarajevo es una ciudad símbolo”, ya que “durante siglos ha sido un lugar de convivencia entre pueblos y religiones, tanto que es llamada ‘Jerusalén de Occidente’ ”.
Desde finales del siglo XIX, se consideraba que los Balcanes eran “el polvorín de Europa”. De hecho, la Primera Guerra Mundial se desató con el asesinato del archiduque Francisco Fernando, ocurrido en Sarajevo (28 junio 1914). Después de varias guerras en los Balcanes, durante la década de 1990 tuvo lugar otra sangrienta conflagración entre cristianos ortodoxos y musulmanes.
Por eso, el Papa explicó que en el pasado reciente Sarajevo “se ha convertido en símbolo de la destrucción de la guerra”, pero añadió con esperanza que “ahora está en curso un proceso de reconciliación y, sobre todo por esto he ido allá”.
El Obispo de Roma tuvo un encuentro ecuménico con representantes de las demás confesiones del país: musulmanes, ortodoxos y judíos. Allí señaló que en el diálogo interreligioso “se aprende a vivir juntos, a conocerse y aceptarse con las propias diferencias, libremente, por lo que cada uno es”. (Aciprensa, 7 junio 2015)
Para algunos esta actitud del Pontífice sería una muestra de renunciar a tener la verdad sobre la religión (la religión verdadera), ya que pondría al mismo nivel todas las religiones, cayendo en un relativismo religioso.
Sin embargo, esto no es así. Lo que hace el Santo Padre es poner por obra lo que enseña la Biblia. En ella se nos revela que Dios creó al hombre “a su imagen y semejanza” (Gen 1-2), y que esta semejanza se manifiesta en la libertad, aunque ésta pueda ser usada para rebelarse contra Dios (Gen 3).
De esta manera, la Biblia enseña que Dios mismo respeta la dignidad del hombre, aunque se equivoque o aunque no tenga la verdad. No es que la dignidad humana sea superior a Dios, sino que el deseo de Dios es que se respete la dignidad y libertad de cada persona.
Por eso, en el Antiguo Testamento, Dios envía profetas para invitar al Pueblo a reconocer los errores que lo alejan de Dios, pero Dios nunca emplea la violencia para corregirlos. Y en el Nuevo Testamento, Jesucristo enseña con sus obras y también con sus palabras que debemos respetar al prójimo, incluso cuando está en el error o cuando nos ofende.
Por eso, explicó Francisco que el punto de partida para “el diálogo interreligioso, antes incluso de ser una discusión sobre los grandes temas de la fe, es una ‘conversación sobre la vida humana’ (cf. Evangelii gaudium, 250). En él se comparte el día a día de la vida concreta, en sus gozos y sus tristezas, con sus angustias y sus esperanzas; se asumen responsabilidades comunes; se proyecta un futuro mejor para todos.” (Discurso completo)
La actitud de un creyente ante los fieles de otra religión no consiste en renunciar a tener la verdadera religión, sino en creer e imitar que lo que Dios mismo ha hecho: respetar la dignidad humana del otro, aunque no tenga la verdad completa. Entonces, enseña Francisco, “el diálogo es una escuela de humanidad y un factor de unidad, que ayuda a construir una sociedad fundada en la tolerancia y el respeto mutuo.”