Estas fiestas solemnes de Pascua suelen coincidir con el inicio de la primavera, manifestación de la vida que se renueva en la naturaleza, hecho de Dios. Ha pasado el invierno, la vida ahora se despierta con nuevo vigor y nos comunica la alegría de vivir.
Esta alegría desbordante fue la que sintieron los habitantes de Jerusalén cuando vieron a Jesús entrar, sobre un borrico, a la ciudad santa. Lo aclamaron como el Mesías-Salvador, anunciado por los profetas: “Bendito el que viene en el nombre del Señor”. La espera del Mesías por el fin se hace realidad: El que viene en nombre de Dios a salvarnos, ya está con ellos en Jerusalén, como lo que está ahora con la Iglesia.
Sin embargo, todavía no conocen del todo el plan de Dios. Deben aprender que el grano de trigo, para dar fruto, debe ser sepultado en el surco y morir. Desde la profundidad del sepulcro brotará la vida, como del invierno brota la primavera. Esta parábola del grano de trigo es la que se va a cumplir en esta Semana Santa o Semana Mayor.
Con gozo aclamamos por un momento al que viene a salvarnos, y con sobresalto, dolor y pena lo vamos a acompañar en su camino de subida al Calvario, de su exaltación de la cruz y de su descenso al sepulcro, para cosechar el fruto precioso de la vida en plenitud en su gloriosa resurrección. Entre cantos de júbilo, con ramos y palmas, aclamemos a nuestro Rey que, como Señor, nos adelanta en este breve momento lo que será la vida plena de la Pascua eterna, su Resurrección.
† Mario De Gasperín Gasperín Obispo de Querétaro