DOMINGO DE PENTECOSTES
Jn. 20, 19 – 23
Jesús no nos dejo solos
Con la celebración de Pentecostés clausuramos hoy el tiempo litúrgico de Pascua. La Iglesia ha querido que durante cincuenta días recordáramos el camino de fe que hicieron los primeros discípulos y reviviéramos su experiencia. Tras un breve periodo, durante el cual se apareció Jesús a los suyos como pruebas luminosas de que realmente estaba vivo, un día Jesús los dejo en el mundo haciéndoles responsables de su propia misión, haciendo todo en su nombre, hacerle presente a Él en la misión, por medios de palabras y el testimonio.
Pero no los dejo solos en el mundo con esa misión casi imposible, sino que les dio su propio Espíritu, que le había alentado toda su vida. Aquel día preciso nació la comunidad cristiana, nacimos todos aquellos que en el mundo seguimos hoy creyendo que Jesús ha resucitado realmente, y que tenemos la gran responsabilidad y el honor de recorrer en su nombre los caminos de la misión, realizando su misma tarea.
Es cierto por tanto, que toda la vida y actividad de Jesús esta conducida por el Espíritu. El desciende sobre María en la encarnación, sobre Jesús en el Bautismo, sobre la Iglesia en pentecostés. El Espíritu no actúa como fuerza anónima sino como el Espíritu del Padre de Jesús, que se da como ley interior y principio de una vida nueva en la que no cabe el pecado. Llenos de este Espíritu son enviados los apóstoles a anunciar el comienzo de la nueva creación. Desde entonces ha transformado el Espíritu muchos corazones, ha inspirado muchas formas de vida, ha impregnado muchas estructuras. Hoy sigue soplando para mover la barca misionera, impulsando a muchos a remar mar adentro en la misión permanente en nuestra diócesis, en cada una de las parroquias, con una orientación decididamente misionera.
Jesús entra en la casa, estando las puertas cerradas, los envía y les señala que a los que perdonen los pecados les serán perdonados; Jesús transmite la misión que Él ha recibido y esa misión consiste en el anuncio del perdón. Si recibimos de verdad el Espíritu, todo está hecho, ya que todo se resume en esta palabra: Espíritu, espiritualidad, vida según el Espíritu. Los que se dejan conducir por el Espíritu son en verdad hijos de Dios. Esta ley interior es la que debe conducir la conducta del creyente inspirándole el discernimiento del creyente. Si el Espíritu vive en nosotros, nosotros vivimos como El y hacemos sus obras si nos dejamos guiar por El. Por ello el Papa Francisco nos recuerda que el Espíritu Santo hace cristianos reales, no cristianos “de salón”, y añade: “El Espíritu Santo es el que mueve la Iglesia, el que trabaja en al iglesia, en nuestros corazones. El que hace que toda persona sea una persona distinta de la otra, pero de todos juntos hace la unidad. El que lleva adelante, abre de par en par las puertas y te envía a dar testimonio de Jesús”. Por esto nos pide que no tengamos prisionero en nuestro interior al Espíritu sin dejarlo actuar o ignorándolo.
Pentecostés es una oportunidad para intensificar nuestra oración invocando la fuerza y luz del Espíritu Santo, para que nos transforme primero a cada uno en lo particular y pedir por todos los hermanos de la comunidad y de la familia: sacerdotes, consagradas, laicos. Que navegando en la misma barca, alentados por el Espiritu nos apasionemos por la misma y única tarea: evangelizar.
Una oración: “Que la fuerza de tu Espiritu divino llegue a cada uno de neustros corazones, para amar como tú, para contagiar tu ternura, para mejorar la vida y hacer propuestas sanadoras. Espíritu de Dios, danos tu dinamismo par ser tu presencia en el mundo”.