DOMINGO 9º DEL TIEMPO ORDINARIO
Lc. 7, 1 – 10
LA PALABRA DE JESUS BASTA
San Lucas, en este pasaje nos ofrece la curación de un siervo de un centurión romano, y al hacerlo está catequizando a los miembros de su comunidad y a los cristianos de todos los tiempos. Más que la narración de un prodigio, lo que quiere es transmitir la buena noticia de Jesús.
La necesidad del centurión le hace pensar en Jesús; es cierto que tiene muchos méritos porque ayudaba al pueblo, sin embargo Jesús miro la fe del hombre necesitado y se admira de una fe tan singular, una fe que pueden tener los paganos y que no encontró en Israel. La propia necesidad hizo al centurión, hombre acostumbrado a mandar, salir en búsqueda de ayuda; necesitar a Dios es un buen inicio para rehacer nuestra fe.
A partir de este relato, una definición de fe puede ser: “fe es creer en la palabra”. Fe es creer que la Palabra de Dios tiene poder. Este centurión no necesita ver ni tener delante a Jesús; le basta la Palabra de Jesús. Lo sorprendente en este relato no es que el centurión se pusiera en contacto con Jesús; lo que hace grande la fe del centurión es la segunda embajada de amigos que manda al encuentro con Jesús para decirle que “le basta su palabra”.
Quizás hoy también lo que nos hace ir a Jesús sea una urgente necesidad, como le pasó a aquel hombre. El centurión toca con sus manos que hay algo en lo que no puede hacer nada y se siente impotente, a pesar de todo su poder político. Hay un territorio donde a pesar de ser muy poderosos o tener recursos de sobra, no podemos hacer absolutamente nada. Por ello, para creer, necesitamos descubrir por la experiencia que existe ese territorio de impotencia. Mientras podamos tener todo, comprar todo incluso, solucionarlo todo o tener quien nos dé soluciones, y pensar que no necesitamos a nadie, y creerse dioses, porque no pensamos en El.
El día que reconozcamos nuestra finitud, ese día nos asomamos a una ventana donde podemos creer o negar. El centurión desde su impotencia, cree que alguien puede lo que él no puede. No exige que Dios se ponga a su disposición, o que Dios entre en su casa, solo confía en que hay quien puede decir palabras que, pronunciadas todo cambia, todo renace y todo puede ser diferente. Esta es la fe que Jesús pone como modelo. Creer es ponernos a disposición de Dios y no manipularlo con nuestros caprichos. Creer es dejar que nos baste la Palabra de Dios.
Esta fe grande del centurión la recordaremos siempre y será inspiración para crecer en ella, ya que la liturgia eucarística hace eco a esas palabras cuando repite: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero di una sola palabra y mi alma quedara sana”.
Una oración: “Señor, danos la seguridad del centurión, para pedirte, para abandonar nuestra ida en tu seguridad, para disfrutar del abandono en ti y de tu descanso, para vivir la vida conscientes de tu presencia sanadora, no permitas que jamás dudemos de ti”