DOMINGO 4° DE ADVIENTO
Mt 1, 18-24
¡No dudes!
El evangelio de este IV domingo de Adviento san Mateo (1, 18-24) nos pone ya de frente al misterio de la Navidad. Un misterio en el que Dios ha querido involucrar a personas muy concretas: José y María. Quienes, aunque faltaba la ceremonia definitiva de la boda, ya estaban legalmente casados. Ése es el marco histórico cultural en el que nos movemos. Sin embargo, a cada uno de ellos el Señor les muestra que su voluntad no es esa, sino más bien la de colaborar de cerca con él para que las promesas de salvación puedan ser una realidad con el misterio de la Encarnación. ¿De qué manera?
El evangelista, con un lenguaje propio, nos narra cómo es que María quedó en cinta. “Por obra del Espíritu Santo” (v.18b). Poniendo de manifiesto que la iniciativa es de Dios y que sus obras, son tuteladas personalmente por él, pues desea que se vean sostenidas por su gracia. En los demás evangelios nos damos cuenta que la generosidad de María fue tal, que pronta a la iniciativa de Dios dijo: “Sí”, cumpliendo en ella la promesa de salvación, para toda la humanidad.
Es curioso, sin embargo, que el evangelista se detenga con detalle a contemplar en este relato, la figura de José. Sus actitudes y sus pensamientos.
Ayudado del género literario de los sueños, san Mateo pretende desvelar cómo sucedió el nacimiento de Jesús situándose desde el punto de vista de José. Él era el prometido de María, (Mt 1, 18). El Hijo de Dios, realizando una antigua profecía (cf. Is 7, 14), se hace hombre en el seno de una virgen, y ese misterio manifiesta a la vez el amor, la sabiduría y el poder de Dios a favor de la humanidad herida por el pecado. José se presenta como hombre «justo» (Mt 1, 19), fiel a la ley de Dios, disponible a cumplir su voluntad. Por eso entra en el misterio de la Encarnación después de que un ángel del Señor, apareciéndosele en sueños, le anuncia: “José, hijo de David, no dudes en tomar contigo a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1, 20-21). Abandonando el pensamiento de repudiar en secreto a María, la toma consigo, porque ahora sus ojos ven en ella la obra de Dios.
San Ambrosio comenta que “en José se dio la amabilidad y la figura del justo, para hacer más digna su calidad de testigo” (Exp. Ev. sec. Lucam II, 5: ccl 14, 32-33). Él —prosigue san Ambrosio— “no habría podido contaminar el templo del Espíritu Santo, la Madre del Señor, el seno fecundado por el misterio” (ib., II, 6: CCL 14, 33). A pesar de haber experimentado turbación, José actúa “como le había ordenado el ángel del Señor”, seguro de hacer lo que debía. También poniendo el nombre de “Jesús” a ese Niño que rige todo el universo, él se inserta en el grupo de los servidores humildes y fieles, parecido a los ángeles y a los profetas, parecido a los mártires y a los apóstoles, como cantan antiguos himnos orientales. José anuncia los prodigios del Señor, dando testimonio de la virginidad de María, de la acción gratuita de Dios, y custodiando la vida terrena del Mesías. Veneremos, por tanto, al padre legal de Jesús (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 532), porque en él se perfila el hombre nuevo, que mira con fe y valentía al futuro, no sigue su propio proyecto, sino que se confía totalmente a la infinita misericordia de Aquel que realiza las profecías y abre el tiempo de la salvación.
¿Cuántas veces nosotros en la vida, nos vemos envueltos en situaciones similares, tenemos proyectos que quizá son buenos y están orientados a la felicidad pero no según el plan salvífico de Dios?
La justicia de José hoy es para nosotros el camino que el evangelio nos propone para que el plan de Dios se haga una realidad presente en medio de muchos. Su finura para percibir lo divino y su capacidad de discernimiento, son para nosotros dos cualidades que nos pueden ayudar a entender qué quiere Dios de cada uno de nosotros. José, porque fue justo, atento y supo hacer un buen
discernimiento, entendió lo que Dios quería de él. Tomó a María por esposa, la cuidó y una vez nacido el Hijo de Dios y de María, lo adoptó como su hijo legalmente y le puso el nombre de “Jesús”, quedando así de manifiesto, que la salvación no es para unos cuantos, sino para muchos.
Como a José, también hoy a nosotros el Señor nos pide colaborar con él en su proyecto de salvación. Hagamos un discernimiento que nos impida caer en el ‘individualismo egoísta’, que persigue conseguir los
Propios intereses. Busquemos anclar nuestras decisiones y proyectos en la palabra de Dios que nos revela su voluntad. Con la confianza que si hacemos la voluntad de Dios, no sólo se verán cumplidos nuestros proyectos, sino que también resplandecerá la salvación para todos aquellos que deseen aceptar a Cristo como Salvador y Dios.