Discurso en el Encuentro de Educación y Cultura ante un mundo cambiante con el presbiterio
Aula magna del Seminario Conciliarde Querétaro, 17 de marzo de 2015, Santiago de Querétaro, Qro.
Año de la Vida Consagrada – Año de la Pastoral de la Comunicación
Excmo. Sr. Arzobispo Mons. Christophe Pierre, Nuncio Apostólico en México,
Excmo. Sr. Obispo Mons. Benjamín Castillo Plascencia, Obispo de la Diócesis de Celaya,
Pbro. M. en C. Eduardo José Corral Merino, Secretario Ejecutivo de las Dimensiones de Pastoral Educativa y de Cultura de la Conferencia del Episcopado Mexicano,
Pbro. Lic. Carlos Hernández Reséndiz, Responsable de las Dimensiones de Pastoral Educativa y de Cultura en la Diócesis de Querétaro,
Pbro. Dr. Carlos Sandoval Rangel, Responsable de las Dimensiones de Pastoral Educativa y de Cultura en la Diócesis de Celaya,
Pbro. Lic. José Luis Salinas Ledesma, Rector del Seminario Conciliar de Nuestra Señora de Guadalupe de Querétaro,
estimados hermanos sacerdotes y diáconos de la Diócesis de Querétaro y de la Diócesis de Celaya,
queridos miembros de la Vida Consagrada,
queridos seminaristas,
invitados todos:
1. Me complace poder dirigirme a todos ustedes en esta mañana y así poder expresarles una cordial bienvenida, en el contexto de la visita pastoral del Excmo. Sr. Arzobispo Mons. Christophe Pierre, Nuncio Apostólico en México a nuestra Provincia Eclesiástica del Bajío, con la finalidad de llevar a cabo una serie de “Encuentros de educación y cultura en un Mundo cambiante”, especialmente con los presbíteros de las diócesis que integran esta Provincia Eclesiástica del Bajío, pues no cabe duda que Educar es hoy, “un reto cultural y un signo de los tiempos, pero es sobre todo una dimensión constitutiva y permanente de nuestra misión de hacer presente a Dios en este mundo”. Dicho más claramente, “el deber educativo es parte integrante de la misión que la Iglesia tiene de proclamar la Buena Noticia”.
2. Nuestra sociedad, la cultura y la Iglesia misma atraviesan un periodo de la historia donde uno de los principales desafíos es “sin duda alguna la ruptura entre evangelio y cultura” (cf. Pablo VI, Exhort. Apost. Post. Evangelii Nuntiandi, 20). Y puesto que hoy educar es no sólo introducir y vehicular una cultura sino producirla y mejorarla, creo legítimo afirmar que el drama de la humanidad es el divorcio entre evangelización y educación. Y no hay forma de superar este drama si no se supera ese divorcio. Mientras la evangelización no lleve a la transformación de la cultura, queda en la superficie, no alcanza el corazón y menos aún las formas de pensar, de juzgar y de hacer opciones no negociables. Mientras la educación continúe identificándose con la instrucción escolar, con la trasmisión de conocimientos o saberes y el desarrollo de habilidades, no logrará su cometido fundamental que es formar la persona humana, el profesional competente, el ciudadano activo.
3. El compromiso educativo, es para nosotros los sacerdotes una vocación y opción de vida, un camino de santidad, una exigencia de justicia y solidaridad especialmente con las jóvenes y los jóvenes más pobres, amenazados por diversas formas de desvío y riesgo. Tal compromiso se enraíza en un patrimonio eclesial de sabiduría pedagógica que permite reafirmar el valor de la educación como fuerza capaz de ayudar a la maduración de la persona, acercarla a la fe y responder a los retos de una sociedad compleja como la actual. De esta manera frente al pluralismo ideológico y a la proliferación de los “saberes”, seremos capaces de ofrecer, pues, la aportación de la visión de un humanismo plenario, abierto a Dios, que ama a cada persona y la invita a hacerse cada vez más “conforme a la imagen de su Hijo” (cf. Rm 8,29).
4. Este proyecto divino es el corazón del humanismo cristiano: “Cristo manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación” (Con. Vat. II, Const. past. sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo Gaudium et spes, n. 22). Afirmar la grandeza de la criatura humana no significa ignorar su fragilidad: la imagen de Dios reflejada en las personas está, de hecho, deformada por el pecado. La ilusión de liberarse de toda dependencia, incluso de Dios, desemboca siempre en nuevas formas de esclavitud, violencia y tropelía. La verdad de esto queda confirmada por la experiencia de todo ser humano, por la historia de la sangre derramada en nombre de ideologías y regímenes que han querido construir una humanidad nueva sin Dios (cf. JUAN PABLO II, Carta enc. Redemptoris missio, n. 8, AAS 83 (1991), p. 256.) En cambio, para ser auténtica, la libertad tiene que vérselas con la verdad de la persona, cuya plenitud se revela en Cristo, y llevar a la liberación de cuanto niega su dignidad impidiéndole conseguir el bien propio y ajeno.
5. La misión educativa de la Iglesia se pone en práctica con la colaboración entre varios sujetos – alumnos, padres de familia, enseñantes, personal no docente y entidad gestora – que forman la comunidad educativa. Ésta tiene la posibilidad de crear un ambiente de vida en que los valores están mediados por relaciones interpersonales auténticas entre los diversos miembros que la componen. Su finalidad más alta es la educación integral de la persona. En esta óptica los sacerdotes como pastores del pueblo de Dios, podemos aportar una contribución decisiva, a la luz de la experiencia de comunión que distingue nuestra vida comunitaria. En efecto, al comprometernos a vivir y comunicar en la comunidad escolar la espiritualidad de la comunión, mediante un diálogo constructivo y capaz de armonizar las diversidades, crearemos un ambiente arraigado en los valores evangélicos de la verdad y la caridad. Los pastores somos, de este modo, levadura en grado de instaurar relaciones de comunión, por sí mismas educativas, cada vez más profundas. Llamados a fomentar la solidaridad, la mutua valoración y la corresponsabilidad en el proyecto educativo, y, sobre todo, dan el explícito testimonio cristiano, mediante la comunicación de la experiencia de Dios y del mensaje evangélico, hasta compartir la consciencia de ser instrumentos de Dios y de la Iglesia, portadoras de un carisma puesto al servicio de todos.
6. Cuando nos dejamos transformar por el Espíritu y viviendo en estado de formación permanente, nos hacemos capaces de ampliar los horizontes y captar las dimensiones profundas de los acontecimientos. Es por ello que la formación permanente se convierte también en la clave para comprender de nuevo la misión educativa en la escuela y desempeñarla de forma adherente a la realidad, tan mutable y a la vez necesitada de intervención competente, tempestiva y profética. La profundización cultural que como personas consagradas estamos llamados a cultivar para cualificar la profesionalidad e nuestro ministerio pastoral, es un deber de justicia, al que no es posible sustraerse.
7. La Vª Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Cribe ha confirmado plenamente esta perspectiva. Desde las páginas introductorias, donde reconoce dar “continuidad y, a la vez, recapitular el camino de fidelidad, renovación y evangelización de la Iglesia latinoamericana al servicio de sus pueblos, que se expresó oportunamente en las anteriores Conferencias” (DA, 9), afirma que “la Iglesia está llamada a repensar profundamente y relanzar con fidelidad y audacia su misión en las nuevas circunstancias latinoamericanas y mundiales… Se trata de confirmar, renovar y revitalizar la novedad del Evangelio arraigada en nuestra historia, desde un encuentro personal y comunitario con Jesucristo, que suscite discípulos y misioneros. Ello no depende tanto de grandes programas y estructuras, sino de hombres y mujeres nuevos que encarnen dicha tradición y novedad, como discípulos de Jesucristo y misioneros de su Reino, protagonistas de vida nueva para una América Latina que quiere reconocerse con la luz y la fuerza del Espíritu” (DA, 11).
8. En este sentido considero que cada uno de nosotros necesitamos estar convencidos de esto, la responsabilidad nuestra es muy amplia y nos exige asumir un compromiso concreto. Durante las visitas a las parroquias y a los decanatos, les he pedido precisamente: que asumamos un proyecto de Pastoral Educativa que incluya a los diferentes sectores educativos”. Habrá que superar en la evangelización ‘nueva’, la tentación de separar contenidos de métodos, distinguiendo el evangelio de la propuesta pedagógica que lo presenta, el qué anunciar del cómo hacerlo. Asimismo, para que sea educadora nuestra evangelización tendrá que mantener un sano equilibrio entre responder a las más íntimas urgencias de los oyentes y presentarles sólo a Cristo como su salvación. En la evangelización la mediación educativa es, además de irrenunciable, permanente; ha de estar presente en la fase del primer anuncio lo mismo que acompañar, posteriormente, tanto el empeño por “conocer mejor a ese Jesús en cuyas manos se ha puesto” (Juan Pablo II, Exhortación apostólica sobre la catequesis en nuestro tiempo Catechesi Tradendae, 16 octubre 1979, 20), como los momentos ocasionales de ministerio sacramental. Si cualquier actividad eclesial debe ser evangelizadora, toda actuación evangelizadora ha de ser pedagógica, lo que implica que “jamás debe ser separada del compromiso de ayudar a todos a encontrar a Cristo en la fe, que es el objetivo primario de la evangelización (Congregación para la Doctrina de la fe, Nota doctrinal acerca de algunos aspectos de la evangelización, 3 diciembre 2007, 2).
9. Gracias a Todos ustedes por su presencia, especialmente valoramos y reconocemos el empeño y la tarea que Usted Señor Nuncio ha puesto en este gran proyecto educativo. Sin duda que todo esto nos confirma en la fe y nos anima para darnos cuenta que son los caminos por donde la Iglesia ha de guiar su tarea pastoral. Muchas gracias.
† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro