Estimados Padres formadores, queridos Seminaristas:
1. Con el corazón lleno de gratitud hacia Jesucristo, que me ha llamado y me ha elegido para ser su discípulo – misionero, mediante la vocación tan especial en la vida sacerdotal y ahora como Obispo, les saludo con afecto a todos y les doy las gracias por las muestras de cariño que durante esta jornada me han manifestado. De modo especial, saludo al Padre Rector, el Pbro. José Luis Salinas Ledesma, y le agradezco las amables palabras que me ha dirigido en nombre de cada uno de ustedes ― padres formadores y seminaristas ―, quienes conforman el Seminario Conciliar de Querétaro. A todos ustedes mi saludo y mi gratitud.
2. Esta ocasión de encontrarme con cada uno de ustedes en este día tan especial en mi vida y en mi persona, me permite en primer lugar recordar la llamada que Dios me ha hecho y el inicio de una aventura que sin duda ha sido fantástica y maravillosa; pues en ella, poco a poco he ido experimentando la predilección de Dios en favor de mi propia existencia y en bien de los demás. Pues la llamada sacerdotal, el Señor nos la dirige para que seamos plenos y sea felices, en la constante escucha de la voluntad de Dios y en el continuo irse configurando a la persona de Jesucristo, para ser en el mundo testigos cualificados de su amor y de su gracia. Jesús nos invita a encontrarnos con Él y a que nos vinculemos estrechamente a Él porque es la fuente de la vida (cf. Jn 15, 5-15). Ser sacerdote, queridos jóvenes, es por lo tanto, para ser plenos y ser felices. Si humanamente no vemos la vocación sacerdotal como el camino para ser felices, desvirtuamos el proyecto que Dios tiene para cada uno de nosotros. En la elección y en a llamada, Jesús nos hace familiares suyos, porque comparte la misma vida que viene del Padre y nos pide, como a sus discípulos, una unión íntima con Él, una obediencia a la Palabra del Padre, para producir en abundancia frutos de amor (cf. DA 133). Es importante que vivamos ya desde ahora en el itinerario formativo, la plenitud de la vida, estudiando, orando, compartiendo con alegría la vida fraterna, ejerciendo las propias responsabilidades con esmero, pero sobretodo viviendo el encuentro con Jesucristo vivo, particularmente en la Eucaristía y en la lectura asidua de la Sagrada Escritura. El mejor signo de que Dios nos ha llamado, es la alegría interior y el gozo espiritual que debemos irradiar en la vida de la comunidad.
3. En estos días reflexionaba cómo es necesario que como llamados por Dios, tengamos una actitud de respeto por esta llamada, respeto por la vocación. Los invito a tener mucho respeto por su vocación, que se manifiesta en una actitud permanente de gratitud a Dios y, que se traduce en un esfuerzo para responderle a Dios, que nos ha llamado, en un sí permanente; el día que descuidamos este sí, este día vienen otros referentes que no son Dios, los desánimos y la apatía. Dios no admite que tengamos otro amor, el amor de Dios es exclusivo. Por eso, tenerle respeto a la vocación significa, discernir todos los días con actitud agradecida, que Dios me ha llamado y reconocer las circunstancias y los medios, mediantes los cuales pude discernir el llamado: la familia, un sacerdote, un movimiento, un amigo. Tener respeto a la vocación significa, diariamente en oración, buscar caminos para que vaya progresando y no retrocediendo, para que la vocación vaya madurando. No estamos aquí por los propios méritos. Estamos aquí porque Dios nos ha llamado. Nos ha llamado a estar aquí con él, formando nuestro corazón en un corazón sacerdotal. Por eso, el caminar nuestro, tendrá que ser el caminar de alguien que está enamorado de Jesús. Que día con día tiene la necesidad de entrar en comunicación con él.
4. Como sacerdote les puedo compartir que a lo largo de estos 31 años de vida sacerdotal, mi vida solamente se ha renovado y sacado fuerzas para el ministerio en la contemplación de la divina Palabra y del diálogo intenso con el Señor. Soy consciente de que no podré llevar a Cristo a mis hermanos, ni encontrarlo en los pobres y en los enfermos, si no lo descubro antes en la oración ferviente y constante. Es necesario fomentar el trato personal con Aquel al que después se anuncia, celebra y comunica. Aquí está el fundamento de nuestra espiritualidad sacerdotal, hasta llegar a ser signo transparente y testimonio vivo del Buen Pastor. Pero, me parece que es muy importante tener una disciplina, que nos precede y no deber inventar cada día de nuevo lo que hay que hacer, lo que hay que vivir.
5. Buscando hacer la voluntad de Dios, como lo hacía Jesús, es importante que respetemos la Institución. Esta institución que está por cumplir 150 años de vida eclesial. Dios les ha llamado y la santa madre Iglesia ha puesto este espacio para cada uno de ustedes; para que tú te formes, para que tú te centres y te concentres en los que tienes que hacer. Hay situaciones que a veces nos distraen: la familia, la situación económica. Sin embargo, Dios que te ha llamado velará por ti. Lo único que tienes que hacer es responder con generosidad. La mejor manera de expresar este amor a la institución, es aprovechando todos los esfuerzos que se hacen en bien de mi formación. Nuestra formación es y será siempre una de las mayores prioridades de la Iglesia, del Obispo y de toda la Diócesis. Al estar en este lugar para profundizar en sus estudios sacerdotales, los invito a pensar sobre todo, no tanto en vuestro bien particular, cuanto en el servicio al pueblo santo de Dios, que necesita pastores que se entreguen al hermoso servicio de la santificación de los fieles con alta preparación y competencia. El respeto a la institución lo puedo manifestar con mis obras, con mi vida; Jóvenes, el mundo, queremos que quede atrás, queremos abrazar con amor esta vocación. El santo Padre Francisco, nos ha dicho en varias ocasiones que no nos mundanicemos. No queramos vivir con los parámetros del mundo de fuera, sino con los parámetros del evangelio. Nuestro único modelo es Cristo, Buen Pastor. Respetar la institución, significa respetar la disciplina. Existe una regla, una disciplina que ya me espera y me ayuda a vivir ordenadamente mi día, mi formación. Sin disciplina no se puede llegar muy lejos. Amemos la disciplina. En la libertad hemos venido al seminario; en la libertad vivamos dispuestos para ser los mejores sacerdotes.
6. El itinerario de la formación sacerdotal debe ser, una escuela de comunión misionera: con el Sucesor de Pedro, con el propio obispo, en el propio presbiterio, y siempre al servicio de la Iglesia particular y universal. Quiero de este seminario, un seminario misionero, que responda a los desafíos de la Nueva Evangelización. Formados en ciencia, en pastoral, en los medios de comunicación social, en la ciencia litúrgica y bíblica, para llevar a los creyentes a un encuentro profundo con el misterio de Dios. Uno de los grandes desafíos que la vida sacerdotal presenta, actualmente, es que el presbítero viva “inserto en la cultura actual”, pero si nos preparamos, corremos el riesgo de caer en la trampa de la secularización, como he dicho anteriormente. De ahí que el seminario tiene que tornear nuestra identidad en todas sus dimensiones y ofrecer sacerdotes humanamente bien formados. Les pido salir de ustedes mismos, mediante un desprendimiento de sí que puede alcanzarse únicamente a través de un intenso camino espiritual y una seria unificación de la vida, entorno al misterio del amor de Dios y al inescrutable designio de su llamada.
7. Quiero finalmente, dirigirme a ustedes queridos formadores, en primer lugar para agradecer su trabajo y su empeño en la formación sacerdotal de estos jóvenes. Para lograr presbíteros según el corazón de Cristo, se ha de poner la confianza en la acción del Espíritu Santo, más que en estrategias y cálculos humanos, y pedir con gran fe al Señor, «Dueño de la mies», que envíe numerosas y santas vocaciones al sacerdocio (cf. Lc 10,2), uniendo siempre a esta súplica el afecto y la cercanía a quienes están en el seminario con vistas a las sagradas órdenes. Por otro lado, la necesidad de sacerdotes para afrontar los retos del mundo de hoy, no debe inducir al abandono de un esmerado discernimiento de los candidatos, ni a descuidar las exigencias necesarias, incluso rigurosas, para que su proceso formativo ayude a hacer de ellos sacerdotes ejemplares. Padres, sigan acompañando de cerca a cada seminarista. De esta manera garantizamos que se den procesos serios y bien definidos.
8. A todos ustedes, seminaristas y padres formadores, les expreso mis mejores deseos para el presente y el futuro. Los pongo en las manos de María Santísima, Virgen de Guadalupe. Pido a Dios que estas palabras se graben en el corazón de cada uno de ustedes, y les acompañen siempre durante su vida del seminario y su futuro ministerio sacerdotal. Si quieren ser buenos sacerdotes, aprendan de María que sabrá moldear su vida y su corazón según el corazón de su Hijo.
9. Gracias por esta velada, gracias por su oración. Gracias por su cariño y afecto. Dios les bendiga.
† Faustino Armendáriz Jiménez Obispo de Querétaro