Vocación: encuentro de dos libertades*
† Alberto Cardenal Suárez Inda, Arzobispo de Morelia
Un aspecto esencial de la vocación es que se trata del encuentro de dos libertades: la libertad del que llama y la libertad del que responde al llamado. Al recordar San Mateo que Jesús “lo eligió… él se levantó y lo siguió”, resalta el contraste con lo que él mismo recuerda en su Evangelio a propósito de aquel joven rico a quien Jesús “le dijo: Ven y sígueme, y al oír estas palabras se retiró entristecido porque tenía muchos bienes” (Mt 19,21-22).
Hay que subrayar ante todo la libertad del que llama, como lo expone magistralmente San Juan Pablo II en PDV: “Toda vocación cristiana encuentra su fundamento en la elección gratuita y precedente de parte del Padre que nos eligió en Cristo” (No. 35). Como traduciría el Papa Francisco: Dios nos “primerea”. Continúa reafirmando PDV: “La intervención libre y gratuita de Dios que llama es absolutamente prioritaria, anterior y decisiva… decisión libre y soberana de Dios que al llamar al hombre exige respeto absoluto, y en modo alguno puede ser forzada por presiones humanas, ni puede ser sustituida por decisión humana alguna. La vocación es un don de la gracia y no un derecho del hombre” (No. 36).
Pero esta iniciativa de Dios que “misericordea” y “primerea” no se opone a la libertad del hombre sino más bien la presupone. Es un desafío a la libertad del que es llamado (cf. PDV 36). La libertad del hombre es también esencial para la vocación, pues exige una respuesta positiva, una adhesión personal profunda. Ya el beato Pablo VI decía que “no puede haber vocaciones, si no son libres, es decir, si no son ofrenda espontánea de sí mismo, consciente, generosa, total…. La libertad se sitúa en su raíz más profunda, la oblación, la generosidad, el sacrificio”.
En la época actual, más que antes, nos encontramos con un ambiente cultural que puede entorpecer este aspecto de la vocación, por la manera de entender y vivir la libertad humana. Es un gran desafío pues: “En no pocos jóvenes la libertad se vive como un asentimiento ciego a las fuerzas instintivas y a la voluntad de poder del individuo… Se hace difícil un reconocimiento del significado de la vida como don libre y responsable de sí mismo” (PDV No. 8).
Sin embargo, también hoy “la Iglesia sabe que puede afrontar las dificultades y retos de este nuevo periodo de la historia sabiendo que puede asegurar, incluso para el presente y para el futuro, sacerdotes bien formados, servidores fieles y generosos… No ocultemos las dificultades, que no son pocas ni leves. Pero para vencerlas está nuestra esperanza, nuestra fe en el amor indefectible de Cristo, nuestra certeza de que el ministerio sacerdotal es insustituible para la vida de la Iglesia y del mundo” (No. 10)
El examen sobre la libertad en el que reiteradamente se pregunta a los candidatos en el rito de la ordenación no es un simple formulismo, sino la manifestación pública y solemne de compromisos que se asumen voluntariamente.
Dios llama, pero no un Dios impersonal que condicione el destino de sus creaturas, sino Dios Padre que dialoga con su Hijo, Dios Hijo que responde al Padre y nos invita a participar de su condición filial, Dios Espíritu Santo que ilumina la mente del llamado y lo fortalece para hacerlo capaz de entregarse y ser fiel.
* Fragmento de la conferencia expuesta en el Congreso Internacional sobre las Vocaciones en Roma, 19 de octubre de 2016.