Subsidio para orar en familia durante la emergencia sanitaria Domingo V de Cuaresma
Comisión Episcopal para la Pastoral Litúrgica
Subsidio para orar en familia
El domingo durante la emergencia sanitaria
domingo V de Cuaresma
Subsidio para orar en familia
La celebración en familia puede ser guiada por el papá o la mamá, o el miembro que haga cabeza en la familia.
Guía: En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Todos: Amén.
Guía: Bendigamos a Dios Padre,
que nos reúne en nombre de Cristo
para que unidos con toda la Iglesia
estemos en comunión los unos con los otros
por la fuerza de su Espíritu Santo.
Todos: Bendito seas por siempre, Señor.
Guía: Jesucristo, nuestro Señor, es la fuente de la resurrección y de la vida, por lo tanto, capaz de devolvernos la vida, no solo física, especialmente cuando la sentimos en peligro y sentimos que se nos escapa. Este Domingo escuchamos en el Evangelio cómo Jesús devuelve la vida a Lázaro, su amigo, y lo hace cuando ya las esperanzas de que volviera a vivir se habían disipado: ya habían pasado cuatro días desde que estaba en el sepulcro. Una vez más aparecen los signos de la presencia del Mesías: los muertos resucitan. Ya Dios mismo lo había anunciado desde antiguo por boca del profeta Ezequiel: “Cuando abra sus sepulcros y los saque de ellos, pueblo mío, ustedes dirán que yo soy el Señor… les infundiré mi espíritu y vivirán”. En estos momentos de nuestra historia vemos el peligro de la enfermedad que amenaza nuestras vidas cernirse sobre nosotros: por eso hoy nuestra familia, en lugar de reunirnos en la iglesia para celebrar la Eucaristía estamos reunidos en casa. Pudiera parecer que Dios está lejos y quizá quisiéramos decirle como Marta “Señor, si hubieras estado aquí”, pero también como ella le queremos decir: “Señor. Creo firmemente que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”. Nosotros estamos reunidos precisamente por eso, porque creemos que Él es la resurrección y la vida, que solo basta creer en Él; por eso, a pesar de no poder ir a la iglesia y celebrar la Eucaristía, estamos reunidos en su nombre y lo invocamos. Nuestra alma, desde lo hondo de nuestra situación actual, espera en el Señor, espera en su palabra, aguarda como el centinela la aurora, con la certeza de que el sol surgirá de nuevo: con esa certeza, esperamos que el Señor está presente y nos socorre, pues “Si el Espíritu del Padre, que resucitó a Jesús de entre los muertos, habita en nosotros, entonces el Padre, que resucitó a Jesús de entre los muertos, también les dará vida a nuestros cuerpos, por obra de su Espíritu, que habita en nosotros”.
Con el alma llena de confianza en el Señor, oramos con el Salmo 129, cantando juntos:
Desde lo hondo a ti grito Señor:
Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica. R.
Mi alma espera en el Señor,
mi alma espera en su palabra,
mi alma aguarda al Señor
porque en Él está la salvación.
Si llevas cuentas de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón
y así infundes respeto. R.
Mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela a la aurora;
aguarde, Israel, al Señor
como el centinela a la aurora. R.
Porque del Señor viene la misericordia
y la redención copiosa;
y Él redimirá a Israel
de todos sus delitos. R.
Entonces el que guía dice:
Del Evangelio según san Juan 11, 1-45
E |
n aquel tiempo, se encontraba enfermo Lázaro, en Betania, el pueblo de María y de su hermana Marta. María era la que una vez ungió al Señor con perfume y le enjugó los pies con su cabellera. El enfermo era su hermano Lázaro. Por eso las dos hermanas le mandaron decir a Jesús: “Señor, el amigo a quien tanto quieres está enfermo”.
Al oír esto, Jesús dijo: “Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella”.
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando se enteró de que Lázaro estaba enfermo, se detuvo dos días más en el lugar en que se hallaba. Después dijo a sus discípulos: “Vayamos otra vez a Judea”. Los discípulos le dijeron: “Maestro, hace poco que los judíos querían apedrearte, ¿y tú vas a volver allá?” Jesús les contestó: “¿Acaso no tiene doce horas el día? El que camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; en cambio, el que camina de noche tropieza, porque le falta la luz”.
Dijo esto y luego añadió: “Lázaro, nuestro amigo, se ha dormido; pero yo voy ahora a despertarlo”. Entonces le dijeron sus discípulos: “Señor, si duerme, es que va a sanar”. Jesús hablaba de la muerte, pero ellos creyeron que hablaba del sueño natural. Entonces Jesús les dijo abiertamente: “Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado allí, para que crean. Ahora, vamos allá”. Entonces Tomás, por sobrenombre el Gemelo, dijo a los demás discípulos: “Vayamos también nosotros, para morir con él”.
Cuando llegó Jesús, Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro. Betania quedaba cerca de Jerusalén, como a unos dos kilómetros y medio, y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María para consolarlas por la muerte de su hermano. Apenas oyó Marta que Jesús llegaba, salió a su encuentro; pero María se quedó en casa. Le dijo Marta a Jesús: “Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aun ahora estoy segura de que Dios te concederá cuanto le pidas”. Jesús le dijo: “Tu hermano resucitará”. Marta respondió: “Ya sé que resucitará en la resurrección del último día”. Jesús le dijo: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo aquel que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees tú esto?” Ella le contestó: “Sí, Señor. Creo firmemente que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”.
Después de decir estas palabras, fue a buscar a su hermana María y le dijo en voz baja: “Ya vino el Maestro y te llama”. Al oír esto, María se levantó en el acto y salió hacia donde estaba Jesús, porque él no había llegado aún al pueblo, sino que estaba en el lugar donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con María en la casa, consolándola, viendo que ella se levantaba y salía de prisa, pensaron que iba al sepulcro para llorar allí y la siguieron.
Cuando llegó María adonde estaba Jesús, al verlo, se echó a sus pies y le dijo: “Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano”. Jesús, al verla llorar y al ver llorar a los judíos que la acompañaban, se conmovió hasta lo más hondo y preguntó: “¿Dónde lo han puesto?” Le contestaron: “Ven, Señor, y lo verás”. Jesús se puso a llorar y los judíos comentaban: “De veras ¡cuánto lo amaba!” Algunos decían: “¿No podía éste, que abrió los ojos al ciego de nacimiento, hacer que Lázaro no muriera?”
Jesús, profundamente conmovido todavía, se detuvo ante el sepulcro, que era una cueva, sellada con una losa. Entonces dijo Jesús: “Quiten la losa”. Pero Marta, la hermana del que había muerto, le replicó: “Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días”. Le dijo Jesús: “¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?” Entonces quitaron la piedra.
Jesús levantó los ojos a lo alto y dijo: “Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Yo ya sabía que tú siempre me escuchas; pero lo he dicho a causa de esta muchedumbre que me rodea, para que crean que tú me has enviado”. Luego gritó con voz potente: “¡Lázaro, sal de allí!” Y salió el muerto, atados con vendas las manos y los pies, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: “Desátenlo, para que pueda andar”.
Muchos de los judíos que habían ido a casa de Marta y María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.
Palabra del Señor.
Todos: Gloria a ti, Señor Jesús.
Luego el que guía invita a los presentes a guardar un momento de silencio para interiorizar el Evangelio escuchado.
Enseguida, juntos hacen la profesión de fe, que conviene se haga con el “de los Apóstoles”, que nos recuerda particularmente en este tiempo de Cuaresma, nuestras promesas bautismales y por lo tanto la gracia de nuestro Bautismo que queremos renovar en la Pascua.
Guía: El Señor nos da su luz para redescubrirlo presente aún en medio de la adversidad. Iluminados por esa luz, hagamos un acto de fe en Él, diciendo:
Creo en Dios, Padre Todopoderoso,
Creador del cielo y de la tierra.
Creo en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor,
que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo,
nació de Santa María Virgen,
padeció bajo el poder de Poncio Pilato
fue crucificado, muerto y sepultado,
descendió a los infiernos,
al tercer día resucitó de entre los muertos,
subió a los cielos
y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso.
Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos.
Creo en el Espíritu Santo,
la santa Iglesia católica,
la comunión de los santos,
el perdón de los pecados,
la resurrección de la carne
y la vida eterna.
Amén.
Entonces el que guía continúa, diciendo:
Guía: Esta fe que nutre y fortalece nuestra esperanza nos lleva a que hoy, reunidos como familia, oremos al Señor, diciendo:
R. Señor, tú eres nuestra vida.
- Cuando las sombras de enfermedad y muerte están cerca de nosotros. R.
- Cuando nuestra vida está en peligro. R.
- Cuando nuestros pecados son causa de la verdadera muerte, la de nuestras almas. R.
- Cuando nuestras vidas están en la aridez del pecado y la lejanía de ti. R.
- Cuando no conservas el recuerdo de nuestros pecados y nos das tu perdón. R.
- Cuando el Espíritu que te resucitó de entre lo muertos habita en nosotros. R.
- Cuando infundes tu Espíritu en nostros para que vivamos. R.
- Tú, que por el Bautismo nos has dado la luz de la vida nueva. R.
- En estos momentos de emergencia. R.
Se guarda un momento de silencio para que cada uno, en silencio, ponga en manos del Señor alguna intención particular. Si lo desean, pueden decirla en voz alta y todos responden como en las anteriores.
Luego, el que guía cierra estas peticiones invitando a que todos oren con la Oración del Señor, diciendo:
Guía: El amor de Dios ha sido infundido en nuestros corazones con el Espíritu Santo que nos ha dado; por eso llenos de fe y esperanza juntos digamos:
Y todos juntos dicen:
Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
Comunión espiritual
A continuación, el que guía puede invitar a hacer la comunión espiritual, con estas palabras:
Guía: Es importante recordar que la “la más perfecta participación en la celebración eucarística es la Comunión sacramental recibida dentro de la misa” y que, por lo tanto, la Comunión espiritual que “es una práctica de devoción eucarística y que consiste en el deseo ardiente de decirle a Jesucristo cuánto queremos recibirle en nuestro interior”, a diferencia de la comunión sacramental, ésta viene a ser un acto de deseo, que requiere nuestra disposición interna que debe contribuir eficazmente en nosotros para aumentar la sed de Dios y disponernos para que pronto lo recibamos sacramentalmente.
Por ello, con este firme deseo, digamos juntos:
C |
reo, Jesús mío,
que estás verdaderamente
en el Santísimo Sacramento del altar;
te amo sobre todas las cosas
y deseo recibirte en mi interior.
Pero ya que ahora no puedo hacerlo sacramentalmente,
ven al menos espiritualmente a mi corazón.
Y como si ya hubiera comulgado,
te abrazo y me uno todo a ti.
Señor, no permitas que me separe de ti.
O bien, esta otra:
J |
esús, ya te extraño;
aunque deseo comulgar en este momento,
tengo que esperar
hasta que pueda participar en la Eucaristía,
por eso te pido que vengas ahora
espiritualmente a mi corazón.
Y todos guardan un momento de silencio.
El que guía, continúa, diciendo:
Guía: Señor, Dios nuestro,
por Jesucristo, tu Hijo,
nos conduces a la vida nueva,
concédenos que dándonos tu gracia
experimentemos la vida que hoy nos quieres dar
y te agrademos con una vida conforme a tu Espíritu.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Todos: Amén.
Finalmente, el que guía, invoca la bendición de Dios para los allí presentes, diciendo:
Guía: Bendícenos, Señor,
nosotros que esperamos los dones de tu misericordia;
concédenos recibir de tu mano generosa
tu abundante bendición.
Todos trazan el signo de la cruz mientras el guía continúa diciendo:
Guía: En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Todos: Amén.
oración del Papa Francisco
Oh María, tú resplandeces siempre en nuestro camino
como signo de salvación y de esperanza.
Nosotros nos confiamos a ti, Salud de los enfermos,
que bajo la cruz estuviste asociada al dolor de Jesús, manteniendo firme tu fe.
Tú, Salvación de todos los pueblos,
sabes de qué tenemos necesidad y estamos seguros de que proveerás,
para que, como en Caná de Galilea, pueda volver la alegría
y la fiesta después de este momento de prueba.
Ayúdanos, Madre del Divino Amor,
a conformarnos a la voluntad del Padre
y a hacer lo que nos dirá Jesús,
quien ha tomado sobre sí nuestros sufrimientos
y ha cargado nuestros dolores para conducirnos,
a través de la cruz, a la alegría de la resurrección.
Bajo tu protección buscamos refugio, Santa Madre de Dios.
No desprecies nuestras súplicas que estamos en la prueba
y líbranos de todo peligro,
oh Virgen gloriosa y bendita.