1 Febrero
Hebreos 12, 4-7. 11-15: “El Señor corrige a los que ama”.
Salmo 102: “El Señor es bueno, el Señor nos ama”.
San Marcos 6, 1-6: “Todos honran a un profeta, menos los de su tierra”
¿Un Cristo cercano del que se conozcan sus antecedentes, sus padres, su trabajo? No estaba en la mentalidad del pueblo judío. Más que escuchar a aquel hombre que ahora aparecía en medio de ellos, se dejaban guiar por sus prejuicios y por las condiciones que creían conocer. No escuchan sus palabras, no miran sus prodigios… ya lo conocen. Pero Jesús se anonadó a sí mismo hasta tomar la forma de siervo de Dios. Se hizo uno de nosotros en todo igual. Deja sus atributos divinos y viene a participar en todo de nuestra humanidad. Participa plenamente en lo humano, con todas sus consecuencias, menos en el pecado, y asume la condición humana. Y entonces, al mirar tan cerca a Jesús, al sentirlo tan suyo, al descubrir sus rasgos físicos, sus parientes y conocidos, “no le quisieron creer”. Quizás hubieran preferido a un Dios lejano, majestuoso, imponente, que les causara miedo… pero ahora el Mesías se manifiesta en la sencillez del Nazareno sin mayores honores, sin exigencias de cultos y reconocimientos, y ya nadie le cree. Y quizás a nosotros nos pase lo mismo. Podemos pensar en Jesús como el que está sobre todo nombre, el que ha de juzgar a vivos y a muertos, el que es poderoso en palabras y obras… pero no somos capaces de reconocer a Jesús que se hace pobre en el pobre, miserable en el miserable y uno con cada uno de nosotros. Podríamos descubrirlo en la grandiosidad de una imagen, pero no somos capaces de reconocerlo en el indígena que viene hasta nosotros. Somos capaces de hincarnos ante unas reliquias pero no somos capaces de reconocerlo en el que sufre. Lo percibimos y lo sentimos en bellas ceremonias, pero no podemos descubrirlo en los ropajes del que tiene hambre y sed. ¡No le creemos! Y sin embargo Cristo se sigue haciendo presente en lo más sencillo, en lo más humilde, en lo más pobre. Se necesita que creamos que está presente y que comparte nuestra existencia para que junto con Él y con su poder podamos transformar nuestras realidades. Si lo pensamos sólo en el cielo, no podremos transformar la tierra; si lo creemos lejos, no seremos capaces de esperar el milagro del encuentro amoroso de cada día en los hermanos cercanos. Señor, que podamos descubrirte en el hermano que este día tiende su mano hacia nosotros, en el que sufre junto a nosotros, en el que es diferente… Jesús, ¡qué cerca estás de nosotros y nosotros tan ciegos que no podemos reconocerte