9 Diciembre
Isaías 30, 19-21. 23-26: “El Señor se compadece de ti al oír el clamor de tu voz”
Salmo 146: “Alabemos al Señor, nuestro Dios”
San Mateo 9, 35-10, 1.8-8: “Al ver a la multitud se compadeció de ella”
En estos días todos nuestros pueblos, por sus calles, carreteras y veredas, se llenan de cantos y alegría en preparación para la fiesta de la Virgen de Guadalupe. Un lugar importante en todas las narraciones de esta visita de María de Guadalupe al pueblo mexicano lo ocupa Juan Diego, no porque él lo busque sino por el lugar que la misma Virgen le ha querido dar. Hoy celebramos la fiesta de Juan Diego y son muchas las enseñanzas que podemos aprender de su persona y de su actuar. Lo primero que salta a la vista es su humildad y pequeñez que lo llevan, al igual que a muchos profetas, a reconocer que no es digno de llevar el mensaje, que hay otros más importantes que lo harían mejor. No es falsa humildad, pero no se está proponiendo ni busca aparecer. Pero cuando María lo “obliga” a ser su mensajero, lo asume con toda responsabilidad. Ciertamente no son sus caminos y llegar a esos lugares representa un gran esfuerzo pero no se asusta por las dificultades que encuentra. Se sabe portador de un mensaje y está dispuesto a llevarlo. Cuando recibe el rechazo y la duda, ciertamente se entristece pero se confía a su “Niña la más pequeña”, le cuenta sus congojas y hasta acepta nuevamente el reto ahora de llevar una señal. El prodigio que él ya había visto y gozado, ahora se hace público y patente con el milagro de las rosas. Así nos enseña Juan Diego que por más pequeño que se sea, se puede ser mensajero de Buenas Nuevas, que se deberán superar las dificultades y que se tendrá que ofrecer una prueba de lo que decimos es verdad. Las rosas que ahora podremos ofrecer como señal, son las obras buenas, los compromisos serios, la honradez y el amor a la verdad. Con estas señales el mundo nos podrá creer. No es fácil, pero Cristo enseña muy claramente el camino: discernir las necesidades y dejarse tocar por ellas, mirarlas con la misma mirada del Padre y comprometerse seriamente tanto con nuestro mensaje como con nuestras acciones, en la construcción del Reino. No hay lugar para indiferencia ni para tibieza, el discípulo está llamado a comprometerse en serio con la misma tarea y misión de su maestro. ¿Cómo lo estamos haciendo? Discernir… orar… anunciar…comprometerse.
+Mons. Enrique Díaz Díaz
Obispo de Irapuato