de Enrique Díaz Díaz
Obispo Coadjutor de San Cristóbal de las Casas
9 Diciembre
Isaías 48, 17-19: “¡Ojalá hubiera obedecido mis mandatos!”
Salmo 1: “Dichoso el hombre que confía en el Señor”
San Mateo 11, 16-19: “No escuchan ni a Juan ni al Hijo del hombre”
Nuestras carreteras y nuestros caminos se han vestido de alegría con los cantos de los peregrinos, con los estruendos de los cuetes, con las carreras de los antorchistas y con la devoción de miles de fieles que de un lado a otro se trasladan llevando el estandarte de María de Guadalupe. Nadie lo hubiera imaginado… pero tenemos que ir hasta la historia original y encontrarnos con aquel pobre indio que se maravilló ante la presencia de la Señora del Cielo que venía a traerle buenas nuevas. En su idioma, con sus colores y sus símbolos, con sus palabras y sus mitos, María se acercó a Juanito, y aunque él reclamara que esos caminos por donde lo enviaba no eran sus caminos, pronto descubrió que el camino de Jesús nos lleva por nuevos caminos y nos asocia a Buenas Nuevas jamás sospechadas. Le sentarían muy bien también a Juan Diego las palabras que Jesús pronuncia del otro Juan, el Bautista: tampoco a él le creyeron el mensaje y aunque esperaban que el indígena asumiera “la doctrina de Jesús”, no estaban dispuestos a aceptarlo como apóstol y pregonero del Evangelio. También a él, como al Nazareno y como al Bautista, lo tildaron de loco, de fantasioso y de poseído. Pero Juan Diego supo recibir en el corazón el mensaje de la Señora y aprendió a andar por los nuevos caminos de la fe y de la esperanza que María ponía en su corazón. Creyó su palabra, se puso en sus manos, y desde su rinconcito de humildad, asumió con responsabilidad la tarea de llevar el mensaje. María rescató la dignidad del indígena y lo convirtió en su mensajero. Juan Diego aceptó con responsabilidad y con dignidad su nueva tarea. ¡Qué ejemplo para quienes desprecian a los indígenas, los acorralan y los marginan! ¡Cuánta inspiración para quien, sostenido por María y el amor que nos manifiesta Jesús, desde su humildad se levanta para proclamar su palabra! La Fiesta de Juan Diego nos debe llevar a los retos que nos presenta un pueblo empobrecido, despreciado y marginado, pero que se levanta con orgullo y dignidad cuando se le da su lugar como lo hizo María. Son retos graves de un México que no puede condenar al olvido a los hijos predilectos de María. Hoy hay muchos Juan Diegos que necesitan la mirada amorosa de María de Guadalupe.