DESDE LA CEM: Reflexiones ante mi nombramiento como II Obispo de Irapuato.

 

+ Enrique Díaz Díaz, Obispo Electo de Irapuato

 

Hace casi catorce años con mucha sorpresa para mí, recibí el nombramiento de Obispo Auxiliar de esta diócesis de San Cristóbal de las Casas. Debía dejar mi diócesis de origen, compañeros y familia, pero lo experimenté como una misión y un regalo del Espíritu. Desde el momento de mi consagración episcopal percibí el gran cariño y la riqueza espiritual de un pueblo lleno de fe y cultura. Una Iglesia Viva, compuesta por muchos pueblos que me recibían con los brazos abiertos.

Poco a poco me fui adentrando en sus comunidades y en todas partes encontré hermanos y hermanas que me abrían la puerta y el corazón. Siempre recibí cuidados, atenciones y mucho cariño. Pude comprobar que Chiapas no es solamente un paraíso por sus bellezas naturales, sus selvas y su historia, sino encierra una gran riqueza de culturas, de tradiciones, de amor a la naturaleza y de experiencia comunitaria.

Cuando a insistencia de Mons Felipe Arizmendi Esquivel se me nombró Obispo Coadjutor de esta diócesis, expresé al Papa Francisco y sus colaboradores lo que en conciencia consideraba mis dudas sobre la conveniencia pastoral de una continuidad.

Después de 17 años de trabajo admirable de Mons Felipe se ha avanzado notablemente en muchos campos de la Evangelización y se han tenido magníficos logros sobre todo en la inculturación, la catequesis, la traducción de la Biblia a los idiomas originales, el florecimiento del Seminario con nuevas vocaciones tanto indígenas como mestizas y muchos otros regalos que nos ha otorgado la Providencia. Han sido catorce años en que junto a Mons Felipe hemos trabajado arduamente compartiendo la vida de las comunidades, sufriendo sus luchas y sus heridas, alentando sus esperanzas. La Visita del Papa Francisco a nuestra diócesis fue el culmen de todo este trabajo y como una manifestación hacia toda la Iglesia de la riqueza y vitalidad de esta diócesis.

Han sido muchos logros, pero cada día se abren nuevos retos y nuevas expectativas. Hasta aquí hemos caminado juntos y de verdad amo a esta diócesis que me ha dado tanto y quiero lo mejor para ella. Por eso manifesté ante los nuevos desafíos, mis dudas sobre la conveniencia pastoral de mi continuidad en esta diócesis. No rehúyo las dificultades que presenta esta diócesis ni busco “posiciones mejores”, sino solamente pretendo lo que en conciencia considero mejor para la diócesis. He disfrutado y compartido los sueños de los pobres y su anhelo de justicia y de verdad. Después de 14 años considero que hay nuevas oportunidades y nuevas visiones de un nuevo pastor que venga a enriquecer esta Iglesia, cuando a Mons Felipe le sea aceptada su renuncia.

Ahora que el Papa me ha propuesto el nombramiento como II Obispo de Irapuato, lo acepto con gusto, aunque con dolor por dejar San Cristóbal, porque Irapuato es una diócesis pequeña, de apenas 13 años de existencia, formada en su mayoría por territorio de la Arquidiócesis de Morelia. De los 9 municipios que la conforman, ocho pertenecían a Morelia y solamente Irapuato, la sede episcopal, pertenecía a la Arquidiócesis de León.

Ciertamente ha influido en mi aceptación el recuerdo mis trabajos apostólicos en los tiempos de estudiante en el seminario, cuando íbamos a “misiones” a las lejanas comunidades de Pénjamo, Estación Joaquín o San Guillermo. Le debo mucho también a parroquias de Salamanca que han contribuido fuertemente en mi formación sacerdotal. Reconozco que serán nuevos tiempos y deberé conocer nuevamente su actual realidad, pero el Reino de Dios está en todas partes y cada lugar nos reclama su presencia.

En mi nombramiento percibo el cariño del Papa Francisco tanto por mi persona como por nuestra diócesis y también por nuestra patria, mirando todos sus horizontes.

Agradezco de todo corazón la amistad y cariño de Mons Felipe que me ha permitido participar tanto en el trabajo pastoral, como en los encuentros y en las celebraciones litúrgicas no como “un Auxiliar”, sino como un compañero y amigo que comparte el trabajo.

Los sacerdotes, religiosos, religiosas, hermanos y hermanas agentes de pastoral, los diáconos, y los servidores y servidoras, han sido durante todos estos años verdaderos hermanos que me han regalado su amor sin condiciones y sin merecimientos de parte mía. Sus recientes cartas al Papa donde solicitan mi continuidad y expresan sus pensamientos sobre mi persona, han sido escritas quizás un poco tarde dado el largo trámite que requiere un nombramiento,  pero son para mí como un bálsamo en medio del dolor de la partida.

En especial las comunidades indígenas me han abierto de par en par su corazón sin ninguna restricción. Desde su pobreza y sencillez me han dado todo lo que poseen y mucho más. Muchas gracias. A veces uno quisiera quedarse en cada hogar que nos ha abierto sus puertas, quisiera uno escoger las dos cosas: quedarse y dejar libertad para que pueda crecer. Sinceramente sólo busco lo que considero mejor pastoralmente para la diócesis.

Que el Dios de la Vida siga bendiciendo abundantemente a nuestra diócesis, siga recompensando su generosidad y que el Espíritu conceda su aliento y su fuerza a estas comunidades que luchan por vivir a plenitud el Evangelio.