“Reconocieron la gracia que me había sido dada”
Salmo 116: “Bendito sea el Señor”
San Lucas 11, 1-4: “Señor, enséñanos a orar”
Los evangelistas no hacen una crónica de la vida de Jesús ni tampoco una historia en el sentido riguroso de la palabra, pero nos muestran sus actitudes fundamentales y sus elecciones radicales a favor del Reino. Un hombre que tiene solamente unos cuantos años para cumplir la misión encomendada por su Padre, que está rodeado por las multitudes, que tiene que llevar la Buena Nueva a todas las gentes, y sin embargo un hombre de oración que gasta mucho tiempo en estar en diálogo amoroso con su Padre. Con qué razón sus discípulos le piden que les enseñe a orar como Juan enseñó a sus discípulos.
Y es curioso que Jesús no hace una cátedra de oración, sino simplemente se pone a hacer la más bella oración que encierra todas las cualidades que debe tener nuestra plegaria. Inicia con la plena aceptación de reconocernos como hijos de un Padre, un Padre que nos ama y nos ha creado, un Padre en cuyas manos estamos, un Padre que no es sólo mío sino también de mis hermanos.
Si repitiéramos cada día y muchas veces al día esta sencilla verdad: “Padre Nuestro”, con todo lo que encierra, ya estaríamos dándole mucho sentido a nuestra oración. Aunque San Lucas nos presenta una fórmula más reducida del Padre Nuestro, en comparación de San Mateo, encierra todas las necesidades y las actitudes que debemos tener al hacer oración. Al santificar su nombre lo alabamos como Creador y liberador y nos comprometemos a asemejarnos a Él, siendo co-creadores y liberadores cada día.
Nos manifestamos humildemente como dispuestos a recibir su Reino con todo lo que ello implica en pensamientos y acciones que nos lleven a hacerlo realidad. El pan necesario para el sustento lo entendemos como “nuestro” y asumimos que compartiremos la mesa común con los hermanos. La base de nuestras relaciones serán el reconocernos necesitados de perdón y dispuestos a otorgar el perdón a quienes nos hayan ofendido.
Finalmente al pedir que nos libre de la tentación reconocemos nuestra debilidad y nos proponemos nosotros mismos no ponernos en ocasión de pecado. Bella oración que tenemos que renovar y actualizar. Imaginémonos junto a Cristo y que Él comienza a decirla como una enseñanza para nosotros ¿Qué nos hace sentir? Escuchemos y sintamos a Jesús que comienza su oración: “Padre nuestro…”