+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo de San Cristóbal de Las Casas
VER
La violencia domina los escenarios. En la catedral de la Ciudad de México, fue atacado un sacerdote mientras distribuía la sagrada Comunión, celebrando la Misa. En el noroeste del país, fue asesinado otro periodista, aumentando considerablemente los casos de comunicadores asesinados. Los cárteles de las drogas y los grupos delictivos no se tientan el alma para asesinar, desaparecer y amenazar a quien no se someta a sus mandatos. Los noticieros y los medios informativos nos saturan con hechos violentos en Guerrero, Tamaulipas, Michoacán, Veracruz, ¿y dónde no? En nuestro Chiapas, hay violencia por confrontaciones todavía post-electorales, por división entre organizaciones, por luchas entre transportistas, por la posesión de la tierra. Y podríamos seguir enumerando casos y más casos.
Algunas voces exigen que el gobierno ejerza su autoridad y ponga orden en todo esto. Y hay razón para exigirlo, sobre todo cuando la corrupción y los intereses impiden prevenir y evitar muchos casos. Sin embargo, no bastan leyes, policías y ejércitos, cuando el corazón humano está dañado desde sus raíces.
Se dice que toda esta violencia es estructural, que es fruto del sistema político y económico que nos rige. Y también hay razón en señalar esto, porque si, por ejemplo, Estados Unidos hiciera más humanas sus leyes migratorias, no habría tantas muertes violentas en el camino de los migrantes, ni habría indocumentados que, allá mismo, se dedican a delinquir como una forma de expresar su rechazo al racismo tan injusto que experimentan. Sin embargo, aún en los países con mejores sistemas, hay hechos violentos que parecen inexplicables.
Estoy convencido de que una de las raíces más profundas de tanta violencia en el mundo, es la falta de familias bien establecidas, sólidas y con principios morales inculcados por los propios padres. Cuando el papá o la mamá están ausentes, por su trabajo o por otras razones, y no educan en el respeto, el trabajo, la solidaridad, la justicia y la verdad, los hijos crecen expuestos a cualquier tentación. Ven en la televisión que los violentos triunfan, aunque sea en forma momentánea, y quieren imitar ese camino. Se dejan enrolar en acciones criminales, con tal obtener dinero. Y si en casa son frecuentes las escenas violentas, ¿quién no prevé que repetirán esas conductas?
PENSAR
El Papa Francisco, en su Exhortación Amoris laetitia, nos dice: “La familia podría ser el lugar de la prevención y de la contención, pero la sociedad y la política no terminan de percatarse de que una familia en riesgo pierde la capacidad de reacción para ayudar a sus miembros. Notamos las graves consecuencias de esta ruptura en familias destrozadas, hijos desarraigados, ancianos abandonados, niños huérfanos de padres vivos, adolescentes y jóvenes desorientados y sin reglas. Como indicaron los Obispos de México, hay tristes situaciones de violencia familiar que son caldo de cultivo para nuevas formas de agresividad social, porque «las relaciones familiares también explican la predisposición a una personalidad violenta. Las familias que influyen para ello son las que tienen una comunicación deficiente; en las que predominan actitudes defensivas y sus miembros no se apoyan entre sí; en las que no hay actividades familiares que propicien la participación; en las que las relaciones de los padres suelen ser conflictivas y violentas, y en las que las relaciones paterno-filiales se caracterizan por actitudes hostiles. La violencia intrafamiliar es escuela de resentimiento y odio en las relaciones humanas básicas»” (51).
“No se terminan de erradicar costumbres inaceptables. Destaco la vergonzosa violencia que a veces se ejerce sobre las mujeres, el maltrato familiar y distintas formas de esclavitud que no constituyen una muestra de fuerza masculina sino una cobarde degradación. La violencia verbal, física y sexual que se ejerce contra las mujeres en algunos matrimonios contradice la naturaleza misma de la unión conyugal” (54).
ACTUAR
Si queremos que no haya tanta violencia, cuidemos y protejamos la familia. Si queremos que los hijos no sean atrapados por la violencia, que sus padres no peleen, que aprendan a dialogar sus problemas y reconstruir la armonía familiar; que no se separen y que enseñen a sus hijos a amarse, respetarse, perdonarse y ayudarse. Sólo con familias estables, fieles a Dios y a sí mismas, evitaremos tanta violencia.