de Enrique Díaz Díaz
Obispo Coadjutor de San Cristóbal de las Casas
XXXIII Domingo Ordinario
Malaquías 3, 19-20: “Brillará para ustedes el sol de justicia”.
Salmo 97: “Toda la tierra ha visto al Salvador”.
II Tesalonicenses 3, 7-12: “El que no quiera trabajar, que no coma”.
Lucas 21, 5-19: Si perseveran con paciencia, salvarán sus almas”.
Haití, nuevamente, se ha convertido en un desastre que reta y reclama, que cuestiona y pone en evidencia, que grita y que lastima. Flavio fue como voluntario, con muchas ilusiones y esperando encontrar la satisfacción de ayudar a resolver muchos problemas, regresa apabullado, azorado ante tanta miseria, tanta hambre y tanta indiferencia del mundo. Ya la situación era difícil por la pobreza constante y el terremoto del 2010, pero tras el huracán Mattehew ha empeorado. Hay amenazas de epidemias y el peligro del cólera. Me cuenta el joven voluntario, que un padre de familia, como sonámbulo, al lado de sus cuatro niños, repetía sin cesar: “Salimos vivos del huracán, pero no sé si saldremos vivos del hambre y las enfermedades”. Son imágenes que ahora golpean y que dentro de unos días quedarán en el olvido. Haití, una vez más, no estaba preparado. Para la muerte no estamos preparados. El joven ha regresado a su país con angustia, en estado de shock y preguntándose: “¿cuándo llegará el día del Señor? ¿Cuándo brillará, para Haití, el sol de justicia?”
No solamente Haití, muchas regiones de la tierra parecen gritar que nos acercamos al final de los tiempos, que ya el planeta no aguanta más, pero seguimos viviendo en el absurdo de no estar preparados, de pasar el tiempo en la indiferencia y superficialidad. Muchas personas viven como si fueran eternas, como si nunca se fuera acabar el mundo. No quisiéramos pensar en el final de los tiempos y sin embargo de esta realidad nos habla hoy Jesús. «Días vendrán en que no quedará piedra sobre piedra de todo esto que están admirando; todo será destruido», dice al iniciar su discurso, frente a aquellos que se sorprendían por la belleza y grandeza del templo. El templo era el orgullo del pueblo de Israel, en él ponían su seguridad, sus ofrendas les garantizaban salvación. Podremos imaginarnos la sorpresa que causarían las palabras de Jesús cuando les dice que no quedará piedra sobre piedra. Todo será destruido. Los está llamando a no poner su fe y su esperanza en cosas materiales, así sea el templo, sino toda su confianza y toda su esperanza en el Dios vivo.
Es la primera enseñanza de este domingo: este mundo pasará, junto con sus conquistas, su tecnología y su desarrollo científico del que tanto presumimos. Todas las cosas, por las que nos afanamos, a veces en exceso, se acabarán. Nuestra existencia en esta tierra concluirá, aunque no sabemos cuándo ni cómo. A veces cuando más seguros nos sentimos, es cuando sobreviene la desgracia ¿Estamos preparados para el final? Necesitamos reflexionar dónde estamos poniendo el corazón y qué importancia le estamos dando a las cosas, a las personas y a Dios. Hay quienes al perder bienes materiales pierden también la esperanza y el entusiasmo por vivir, porque en ellos ponían su seguridad.
San Lucas responde a una inquietud de su tiempo, donde muchos creyentes pensaban que estaba cercano el fin del mundo. Aunque habla de un inminente desastre sobre el templo, no puede decirse que hable de que ya se acerca el fin del mundo. Cuando le preguntan a Jesús si ya será el fin del mundo, su respuesta es clara: no tengan miedo, estén preparados. En tiempos de San Lucas se había vivido con la expectativa de que la parusía, la segunda venida de Jesús, ya estaba próxima. Mientras para unos era aliciente y esperanza, para otros, al dilatarse su llegada, se iban produciendo reacciones contrarias. Unos pensando que ya estaba próxima, se desentendían y olvidaban seguir construyendo el Reino; y otros, al posponerse indefinidamente la llegada, caían en confusión y desaliento. Por eso San Lucas nos alienta con estas palabras. Nos asegura la presencia de Jesús en medio de las dificultades pero debemos vivir en continua espera para llegar a la plenitud; es trabajar viviendo la salvación, pero seguirla construyendo cada día.
San Pablo reclama fuerte esta actitud pasiva: “El que no quiera trabajar, que no coma. Algunos de ustedes viven como holgazanes, sin hacer nada, y además, entrometiéndose en todo. Les suplicamos a esos tales y les ordenamos, de parte del Señor Jesús, que se pongan a trabajar en paz para ganarse con sus propias manos la comida” Duras palabras pues aún en nuestros días hay quienes viven como zánganos, sin trabajar, aprovechándose injustamente del sudor y esfuerzo del prójimo.
El verdadero cristiano no puede vivir desentendido y superficial como si el mundo fuera eterno. Tampoco puede sumergirse en la angustia y desesperación frente a un posible final. La última frase del pasaje de este día viene a darnos la actitud del verdadero cristiano: “Si se mantienen firmes, conseguirán la vida”. La construcción del Reino de Dios, no es de un momento, nuestra esperanza será para toda la vida y más allá. En la primera lectura el profeta Malaquías al mismo tiempo que amenazaba a los malvados daba esperanza a los justos: “Ya viene el día del Señor, ardiente como un horno, y todos los soberbios y malvados serán como la paja… Pero para ustedes, los que temen al Señor, brillará el sol de justicia, que les traerá la salvación en sus rayos” La actitud que Jesús nos propone en este día es levantar la cabeza, no tener miedo, trabajar con perseverancia y mantener viva la esperanza. Cristo Resucitado nos llena de fortaleza frente a las incertidumbres del momento final.
El discípulo es hombre que finca su esperanza en la resurrección de Cristo donde se manifiesta su destino final. No es por su propia fuerza como construirá un reino y como logrará al vida eterna, pero se requiere de su participación activa y comprometida en favor de los hermanos. No nos hagamos desentendidos, no somos eternos y el final puede estar a la vuelta de la esquina. ¿Cómo miramos nosotros el fin del mundo? ¿Qué sentimientos suscita en nosotros? ¿Trabajamos con entusiasmo pero con la conciencia de nuestra limitación? ¿Somos hombres y mujeres de esperanza que generamos una sana esperanza
Padre Bueno, Señor del tiempo y de la historia, concédenos la sabiduría para llenar de vida nuestros días y la fortaleza para trabajar con ahínco esperando la llegada de tu Hijo, Jesús. Amén.