MATRIMONIO Y FAMILIA:
DOS AMBIENTES EN UN CONSTANTE CAMINO EDUCATIVO.
Pbro. Eduardo J. Corral Merino
Sacerdote de la Arquidiócesis de Morelia,
Secretario Ejecutivo de las Dimensiones de Pastoral Educativa y de Cultura de la CEM.
El lenguaje suele quedarse corto frente a realidades complejas. El ser humano no es una idea, tampoco una “cosa acabada”, sino un todo llamado a educar, conformado por múltiples características particulares (razón, afectos, imaginación, memoria, sentido común, entre otros), facetas (embrión, bebé, niño, adolescencia, juventud y madurez), circunstancias (geográficas, económicas, históricas, etnográficas, etc.) y sobre todo realidades propias de su ser pues no se ha creado a sí mismo (un ser en el mundo –en el tiempo y en la historia-, pero con capacidad de trascendencia; libre y al mismo tiempo responsable; un ser con capacidad de comunicación y también con profunda intimidad; un ser sexuado que se expresa en su cuerpo y en su ser espiritual; un ser llamado a vivir en la verdad y la bondad, entre otras muchas). Estas características esenciales deben actualizarse y cultivarse en el tiempo, con su misma participación.
El ser humano, por otro lado, no es una isla. Está llamado a amar, a salir de sí gradualmente, a vivir en una dinámica de relación, de encuentro y diálogo. Está “equipado” con una serie de sentidos internos y externos que le ayudan precisamente a captar y entender la realidad propia, y aquella que le rodea. Todas sus potencialidades adquieren sentido y se actualizan siempre y cuando se pongan en relación. Aprendemos a caminar, hablar, comer, vestir, entender, sentir, recordar, etc., en gran parte gracias a la vida comunitaria. Toda nuestra vida es un constante camino educativo, un tomar decisiones, un ir comprendiendo y aprehendiendo lo que somos.
Curiosamente este bagaje interno de comprensión que vamos construyendo, debe ser también constantemente purificado, enriquecido y transformado, pues no vemos la realidad desde una mirada pura, sino que lo hacemos desde las “lentes” mismas que hemos conformado, y que estamos llamados a actualizar e integrar con la misma realidad.
El ser humano es pues, antes que nada experiencia de un continuo hacerse y reconocerse. Participa, además, de una realidad histórica –que lo condiciona, pero jamás lo determina-. Pero sobre todo, crece a partir de la conciencia de sí mismo, de quién es y a qué está llamado, a través de innumerables juicios en donde confronta y discierne la realidad, en lo inmediato, y también en lo que va más allá de ella, es decir el sentido, el fin de las cosas. Este aspecto requiere objetividad y mucha madurez.
Un filósofo del Derecho afirmó con gran claridad que: “el Derecho es necesario pero profundamente insuficiente”. Creo que tiene razón. No basta que la ciencia jurídica norme algo para que el ser humano comprenda su valor y lo lleve a la práctica. Por supuesto, el Derecho tiene una gran tarea educadora, sin embargo el trabajo que debe hacerse con cada persona, no puede quedarse ahí, requiere acompañamiento, diálogo, encuentro, anuncio, tiempo, continuo trabajo -comunitario y personal-. Todo ello, en una dinámica de ternura, compasión, testimonio y verdad.
Si observamos claramente la Historia de la Salvación, Dios no sólo envió las Tablas de la Ley a Moisés, sino que acompañó y preparó al ser humano a fin de recibir su revelación en la Persona de Nuestro Señor Jesucristo, quien se hizo hombre, a pesar de su categoría de Dios, para mostrarnos el camino de manera experiencial, vivencial y solidariamente, constituyendo, además una comunidad que sostenga dicho empeño.
Es obvio que se requiere de leyes justas, sin embargo, lo que creo debe estar en discusión, es la forma de lograr dichos cambios legales en nuestro País. Por un lado, la autoridad tiene la obligación de consultar, de ser sensible a toda la población, pero por otro, ésta debe buscar herramientas, instrumentos democráticos mucho más efectivos que las marchas o constituir frentes. Tanto el uno como el otro tienen un carácter defensivo y al mismo tiempo ofensivo, que de entrada, cierran el diálogo. Es claro, nuestra democracia, en este Cambio de Época, requiere avanzar.
Es importante entender, que si algo nos ha enseñado el Papa Francisco, es a insistir en la importancia de que la misericordia es una actitud de encuentro para caminar junto con el otro, con el fin de ofrecer nuestra presencia no sólo como un conjunto de ideas, sino sobre todo, para hacer experiencia, mostrar nuestra disposición, recorrer un camino que nos enriquezca a todos en el verdadero sentido de nuestras vidas –que necesariamente comparten un espacio, y un tiempo común-.
El asunto del “matrimonio igualitario”, es preocupante, pues se hace uso de una figura jurídica que representa múltiples cosas de gran valor, haciéndolas equivalentes a una realidad con la que no concuerda ni histórica, ni sociológicamente, entre otras. La Iglesia en ningún momento se ha opuesto a la regulación de sociedades de convivencia, es más, algunos hemos señalado que puede favorecer mucho al ofrecer certezas jurídicas mínimas, así como significado, a vínculos humanos reales.
La familia es una institución humana que tiene un fin y una configuración ideal, sin embargo la realidad histórica nos muestra la pluralidad de familias existentes. La familia es una, y no podemos olvidar dicho referente, sin embargo sus diversas condiciones históricas deben ser reconocidas y protegidas: un matrimonio con hijos, uno sin hijos, otro con hijos adoptados; uno de los cónyuges viudos; hijos huérfanos bajo tutela de algún familiar; una madre o un padre “soltero”; padres divorciados; separados; familias configuradas de manera particular en virtud de que los padres son migrantes, etc. Al centro de todas estas realidades, debe estar la misma persona humana que requiere se le garantice su máximo nivel de bienestar, de acuerdo a su dignidad y naturaleza. No podemos olvidar que la persona humana tiene elementos esenciales permanentes en una realidad existencialmente dinámica que el Derecho debe custodiar y promover.
Es importante considerar que en la realidad se percibe mucho abandono de la familia, y que estos eventos históricos recientes son también una válvula de escape para manifestar un reclamo. No podemos olvidar que tanto la economía, como el gobierno, más que servir al espacio íntimo y privilegiado de relación y encuentro, han mermado a la familia, al someterla a exigencias y condiciones meramente funcionales, utilitarias, economicistas. La familia no ha sido el centro de su preocupación y lo anterior representa hoy un llamado para que todas las fuerzas sociales reconozcan su importancia y trascendencia.
El crecimiento del número de personas con tendencias al mismo sexo, es una interpelación principalmente a la Iglesia y a la sociedad, para anunciar el gran misterio del amor humano, mismo que está abierto a la trascendencia, a la estabilidad, la complementariedad y por supuesto a la fidelidad. El amor conyugal, entre varón y mujer, tiende a ser fecundo. Dice el Catecismo de la Iglesia: “El niño no viene de fuera a añadirse al amor mutuo de los esposos; brota del corazón mismo de ese don recíproco, del que es fruto y cumplimiento” (No. 2366).
Este amor conyugal es la cima del amor humano, y por ello es necesario ayudar a acompañar a cada persona a vivir todas sus muy distintas etapas: amor a sus padres, hermanos, compañeros, amigos, a una sociedad amplia, su cultura y a la naturaleza, y por supuesto a otro ser humano, de manera íntima y completa. Todas estas relaciones nos van enseñando que la persona no es para sí, sino que es para acompañar, entender, ayudar, sostener, servir, cuidar, custodiar y por supuesto fecundar la vida de los otros.
La relación varón-mujer, en una dinámica sana de intimidad, comunión, fidelidad y apertura al futuro, impulsa a la persona a vivir en una constante donación, saliendo de sí mismo –es decir rompiendo todo egoísmo-, para ofrecer su vida de manera definitiva a los otros. Además, para nosotros los católicos –y otras religiones- esta unión se abre aún más, al experimentar y participar de un Amor más grande, que es el de Dios, que nos enseña, nos ilumina y alienta en todo momento a amar de manera cada vez más humana, proveyendo a otras personas de una comunidad estable, viva y fecunda en donde les es fácil, casi natural, aprender a amar.
La alianza sacramental, garantiza no caer en la autorreferencialidad: de los propios deseos, tendencias, ideas, esfuerzos o experiencias, entre otras, sino abrirse a la realidad de la existencia, para caminar abiertos al Señor Jesús, Divino Maestro, quien nos muestra con admirable misericordia, “que el amor, es amar”, como diría San Agustín. Cada esposo y esposa, entonces, están llamados a vivir una doble alianza, que implica un “primerear” –en términos de Francisco- con el Señor, para ser capaces de amar en un proyecto divino-humano.
El Santo Padre Francisco nos está enseñando formas cada vez más profundas de vivir el Evangelio. Para él, la persona es camino, no sólo ideas o mandatos morales. Dijo, ante miles de catequistas: “A Dios-Amor se le anuncia amando: no a fuerza de convencer, nunca imponiendo la verdad, ni muchos menos aferrándose con rigidez a alguna obligación religiosa o moral. A Dios se le anuncia encontrando a las personas, teniendo en cuenta su historia y camino. El Señor no es una idea, sino una persona viva: su mensaje llega a través del testimonio sencillo y veraz, con la escucha y la acogida, con la alegría que se difunde” (26 de septiembre del 2016).
Ante estos sucesos, que efectivamente nos interpelan, es conveniente: 1) redoblar nuestro esfuerzo personal y comunitario –cuidando mucho los medios y fines-, para profundizar en nuestra formación y seguir difundiendo el Pensamiento Social de la Iglesia, herramienta dispuesta para salir al encuentro con creyentes y no creyentes en la construcción de una sociedad más justa y solidaria, dando una respuesta concreta a la emergencia antropológica que vivimos; 2) fortalecer nuestra vida espiritual para no reducirla a ideas, normas, acciones o tradiciones, y poder vivir una experiencia de encuentro con Jesucristo Vivo, a través de nuestra verdadera entrega, discipulado y misión, con el fin de amar con la misma misericordia a toda persona más allá de circunstancias particulares, y 3) caminar en esta misma vida para eliminar cualquier signo de pelagianismo, ansiedad, autorreferencialidad, desesperación o incapacidad de escrutar los signos de los tiempos, así como responder evangélicamente ante los desafíos actuales, en la lógica del don y la generosidad tan solicitados y testimoniados por el Papa Emérito Benedicto XVI y el actual Papa Francisco.
Quizá la clave, también, podría ser purificar nuestro entendimiento de la realidad, que según el Papa Francisco en Evangelii Gaudium, debe: i) partir de una comprensión del todo, y no sólo de la parte; ii) hacer prevalecer la unidad, antes que el conflicto; iii) responder a la realidad más que a su idea, y finalmente iv) caminar en el tiempo comprendiendo que éste es flexible, es decir, que podemos transitar en esta historia, poco a poco, sin pretender resolver nuestros desafíos de un sólo golpe.