Hemos tenido la oportunidad de contemplar el misterio de Dios hecho hombre, desde la perspectiva de María, de la que Dios tomó carne para que se hiciera verdadero hombre el Hijo eterno del Padre. La celebramos como la Madre de Dios. Esta verdad no la debemos olvidar, la debemos repasar y confesar. Porque al decir María, Madre de Dios, reconocemos que ya no existe Dios separado de nuestra pobre humanidad. A Él no lo podemos concebir como un ser lejano, distinto, indiferente, ajeno a nuestra humanidad. Él no sólo se acercó a nosotros, sino que se hizo uno de nosotros, porque nació de una mujer, como nacimos todos, de una mujer.
Esta verdad que encierra el título de María, Madre de Dios, no sólo nos recuerda que Dios ha participado de nuestra humanidad para siempre, sino que recuerda nuestra dignidad, nuestro valor. Tenemos una gran dignidad. Valemos porque el Señor ha participado de la humanidad de la que nosotros gozamos. Eso nos da una gran dignidad y valor a cada uno, en lo personal, pero también le da un gran valor a nuestra dignidad como seres humanos. Esto lo tenemos que repasar y recordar con frecuencia, sobre todo porque contemplamos, con tristeza, cómo son atropellados, violados, los derechos de las personas.
Es tal nuestra dignidad, porque Dios se hizo uno de nosotros, que eso nos da derechos inalienables, que nadie puede hacer a un lado por autoritarismo o capricho. Los derechos de nuestra humanidad son garantía, y vemos, con tristeza, que en muchos pueblos, en muchas naciones, en nuestra misma patria, los derechos humanos son fácilmente violados y pisoteados.
Por eso, nos hace mucho bien contemplar a Dios hecho carne en el seno de María, para hacerse partícipe de la humanidad, que nos da un valor y una dignidad grande, que debemos hacer valer cada uno con nuestro comportamiento, y que tenemos que reconocer y respetar en los demás. Son derechos sagrados. Solo en este respeto, primero en este reconocimiento, de nuestra dignidad como seres humanos, podemos vivir y construir la paz. Éste es otro tema que los católicos consideramos al iniciar el año.
Para 2018, el Papa Francisco nos señaló un tema que, precisamente, recalca el valor de muchas personas en el mundo que ahora sufren una gran necesidad, los migrantes. Hombres y mujeres que buscan vivir en paz. Tienen derecho a migrar, tienen derecho a buscar en otros países la estabilidad de su seguridad, la estabilidad de su progreso; tienen derecho, y nosotros tenemos que respetar, que custodiar, ese derecho, para que estos hombres y mujeres puedan vivir en paz, y para que todos podamos construir la paz.
La encarnación del Hijo de Dios, nacido de María, Madre de Dios, nos recuerda nuestra dignidad y nos recuerda el trabajo que debemos desarrollar por defender esa dignidad y los derechos humanos de todos, particularmente los de los migrantes.
+ Card. Francisco Robles Oretega
Arzobispo de Guadalajara