de Enrique Díaz Díaz
Obispo Coadjutor de San Cristóbal de las Casas.
«Jerusalén será pisoteada por los paganos,
hasta que se cumpla el plazo señalado por Dios”
24 Noviembre
Santos Andrés Dung-Lac y compañeros mártires.
Apocalipsis 18, 1-2. 21-23; 19, 1-3. 9a: “Cayó Babilonia, la grande”
Salmo: 99: “Dichosos los invitados al banquete del Señor”
San Lucas 21, 20-28: “Jerusalén será pisoteada por los paganos, hasta que se cumpla el plazo señalado por Dios”
El discurso que acabamos de escuchar es catastrófico sobre todo si pensamos en lo que significan Jerusalén y el templo para los israelitas. Decir que se acaban, es como decir que llega el fin del mundo. Jesús anuncia estas destrucciones pero no está diciendo con ello que se acabe el mundo, sino que habla de la fragilidad de Jerusalén y de cómo será pisoteada y destruida. Jesús prevé la ruina de Jerusalén y de su templo, de toda aquella región y de sus gentes, como algo inevitable, pero también como una oportunidad. La comunidad creyente no debe encerrarse en los horizontes mezquinos del pueblo judío. La destrucción de Jerusalén será la oportunidad histórica que al obligar a los nuevos cristianos a huir de la destrucción van llevando por nuevos caminos la Palabra de Dios. Las señales catastróficas que se realizarán en el cielo y en el espacio, no son anuncios proféticos, sino la expresión del poder y majestad del Hijo del Hombre. Así será la fuerza salvadora y la presencia del reino de Dios. Entonces hay que levantar la cabeza y poner atención porque se acerca la hora de la liberación. Todos los momentos de crisis son también momentos de crecimiento y momentos de gracia. Si hoy miramos las dificultades que sufre nuestra sociedad, debemos también levantar la cabeza y descubrir qué es lo más importante y qué tenemos de defender a toda costa. Necesitamos descubrir en estas situaciones una oportunidad de purificación que nos lleve no al desaliento sino a depositar nuestra esperanza en Cristo que es nuestra única salvación. Esta semana, la última del año litúrgico, insiste esa actitud de espera y esperanza, de vigilia y revisión. El verdadero discípulo no puede dormirse y dejar de lado la misión de construir el reino pero con la certeza de que Cristo lo está haciendo presente. Es importante que alentemos una visión positiva, realista, sobre el futuro sostenidos en Jesús que con su fuerza y su alegría alimenta nuestra visión positiva de la vida.