San Patricio
Génesis 37, 3-4; 12-13; 17-28: “Ahí viene ese soñador. Démosle muerte”
Salmo 104: “Recordemos las maravillas que hizo el Señor”
San Mateo 21, 33-43. 45-46: “Éste es el heredero, vamos a matarlo”
Entender que esta parábola es dicha para nosotros como lo entendían los sumos sacerdotes y los fariseos sería el primer paso. Pero reaccionar de acuerdo a lo que espera Jesús sería el segundo y más importante paso, porque de nada serviría que nos pasara lo mismo que a aquellos que entendían pero en lugar de convertirse se empecinaban más en su soberbia. Debemos entendernos nosotros mismos como viña amada y querida por Dios; entender nuestra vida y nuestras cosas como bienes que son para que los hagamos producir fruto, no en el sentido comercial actual, sino los frutos que son justicia, verdad, fraternidad; dar esos frutos a su tiempo y no querer abalanzarnos sobre ellos; percibir la importancia de corresponder al amor de Dios… serían actitudes básicas en la vida de todo cristiano. Y finalmente comprender que toda nuestra vida estará fincada en la roca firme que es Jesús, serían algunas de las reflexiones que nos deja esta parábola. Pero a nosotros nos pasa igual que a los dirigentes del pueblo judío, igual que a los viñadores: nos sentimos dueños de lo que no somos, destruimos, usurpamos, golpeamos y herimos, con tal de defender nuestras posesiones. Somos capaces también de enojarnos contra Dios y contra su Hijo, y hasta buscamos destruirlos y negar su existencia cuando parecen perjudicar nuestros intereses. Hay quien lucha contra Dios como si le estorbara en su vida, hay quien se siente amo y señor del mundo que le fue dado en custodia, hay quien se lo apropia y despoja a los hermanos de lo justo… hay quien se convierte en homicida porque se le ha llenado el corazón de ambición. Esta parábola está dicha sobre todo para los dirigentes, autoridades que deberán responder de su responsabilidad al tener al pueblo a su cuidado, pero es también parábola dirigida a cada uno de nosotros porque también nosotros pod emos convertirnos en malos administradores y arrojar a Dios de nuestra vida. ¿Qué sentimiento se me queda en el corazón al escuchar esta parábola? ¿He puesto a Jesús como la piedra angular de mi existencia?