¡El grito de los migrantes es nuestro grito!
He escuchado el grito de mi pueblo (Ex 3,7)
Mensaje de los Obispos de México
Cuautitlán Izcalli, 27 de abril de 2017
1. Atentos como Moisés al llamado de Dios, que escucha el grito del pueblo sufriente, nosotros, pastores de su pueblo, escuchamos en el sufrimiento del migrante la voz de Dios que, como un grito, llama a nuestro corazón y nos invita a la acción.
2. Ese grito de los que empujados por la pobreza o la violencia abandonan su hogar para trabajar honradamente y contribuir al desarrollo del país al que han llegado, pero que, desde el camino, y aún en su destino, son obligados a vivir en las sombras, sufriendo soledad, maltrato, racismo y explotación.
3. Ese grito de los que están detenidos y de los que padecen un proceso de deportación. Ese grito dramático de los niños y de sus padres al ver desagarrada su familia por las expulsiones. Ese grito de la inadaptación y la impotencia de los repatriados que tienen que recomenzar sus vidas. Son vidas y sueños truncados. Son traumas y resentimientos que pueden alimentar violencia.
4. El grito de todos ellos es el grito de todos nosotros, como Iglesia ¡Es nuestro grito! Y, si somos humanos, debe ser el grito de todos. Un grito que nos exige superar la soledad del individualismo que nos hace vulnerables; ser hombres y mujeres honestos, justos, decididos a construir una sociedad dispuesta a quitar de raíz las causas de la exclusión, la inseguridad y la violencia, como nos pidió el Papa Francisco a los mexicanos.
5. Sólo responderemos a este grito cuando juntos trabajemos por una vida digna para todos. Cuando cada vida sea valorada y defendida. Cuando respetemos los derechos de todos y asumamos nuestros deberes. Cuando todos tengan acceso a una educación que forme personas y ciudadanos. Cuando todos tengan oportunidad de un trabajo digno y un salario justo, de modo que nadie se vea obligado a buscar opciones en el crimen o a salir del país para vencer la miseria. Cuando el Estado de Derecho sea una realidad por la honestidad y transparencia de autoridades, empresarios, organizaciones civiles, sindicatos y ciudadanos.
6. Por eso es urgente combatir la corrupción y la impunidad en cualquier ambiente, ya que destruyen la confianza, limitan el compromiso y frenan el desarrollo. Para ello debemos ser una sociedad participativa, congruente con los valores que nos dan identidad, sin divisiones que destruyen el futuro. Se requiere también de actores políticos que vayan más allá de sus intereses individuales, de grupo o de partido, y tengan un corazón grande, visión amplia y bolsillo pequeño.
7. A pesar de que algunas voces siembran pesimismo y desaliento, los cristianos somos animados por la luz de Cristo Resucitado, que ha vencido el mal y la muerte. Nos alienta el esfuerzo de muchos hombres y mujeres que, con su congruencia personal, su vida familiar y su servicio creativo por el prójimo, hacen posible que esta sociedad mexicana no se quede a oscuras. Así se ve en los más de 70 centros de atención humanitaria de la Iglesia para los migrantes que cruzan con tantas penalidades y peligros nuestro país, atendidos con la generosidad silenciosa de personas voluntarias. También nos anima la solidaridad de los obispos y de la Iglesia que peregrina en Norteamérica, que nos demuestra que para el cristiano no hay fronteras.
8. Con esta esperanza, siguiendo el ejemplo de Nuestra Madre, la Virgen de Guadalupe, y confiando en su intercesión, los obispos de México, reunidos en Asamblea Plenaria, reiteramos nuestro compromiso a favor de todas las personas, especialmente de los migrantes y de quienes son víctimas de la injusticia, la pobreza y la violencia, e invitamos a todos a escuchar su grito para que juntos construyamos el México que todos queremos ¡Sumemos esfuerzos!