Pbro. Dr. Gustavo Watson Marrón
Eminentísimos Señores Cardenales, Excelentísimos Señores Obispos. Agradezco la invitación para participar en esta Centésima Tercera Asamblea Plenaria del Episcopado Mexicano, especialmente a Su Eminencia, el Cardenal José Francisco Robles Ortega, Presidente de la CEM, y a Mons. Alfonso Gerardo Miranda Guardiola, Secretario General de la misma.
Para todos los que hemos tenido la gracia de estudiar el Acontecimiento Guadalupano, nos llena de alegría el que se busque hacer una reflexión de éste en términos pastorales, frente a los retos de la Iglesia y la Nación Mexicana, especialmente al acercarse la celebración por los 500 años de la Aparición de la Virgen de Guadalupe y los 2000 años de la Redención. Y es que dicho Acontecimiento posee un contenido pastoral profundo, invita a tener actitudes y a realizar acciones, para así dar una mejor respuesta a los innumerables retos de hoy.
Divido esta ponencia en 7 puntos que me parecen significativos. Hay otros más, pero no los abordo por cuestión de tiempo.
1. Inculturación
Algo que en primer lugar llama la atención en el Acontecimiento Guadalupano es sin lugar a dudas la inculturación. San Juan Pablo II lo llamó un “modelo de evangelización perfectamente inculturada”. Como prueba de ello quisiera destacar algunos elementos que se encuentran en la imagen de la Santísima Virgen. Para realizar este análisis, sigo de cerca la obra de Mons. José Luis Guerrero, fallecido el pasado 22 de octubre, quien aportó mucho sobre el tema guadalupano.[1]
En primer lugar está el hecho de que Dios haya querido dejar una imagen. Los pueblos prehispánicos no tenían alfabeto. Todas las cosas las transmitían a través de pinturas, que ahora llamamos códices. Así escribían su historia. Las imágenes eran indispensables para la comunicación entre ellos. El hecho de que a un pueblo que se comunicaba así se le envíe una imagen de la Madre de Dios es una perfecta catequesis.
Un segundo aspecto es el rostro. No es un rostro indio ni español, sino mestizo. Hoy ese rostro es totalmente normal en México, pero no lo era entonces. Apenas estaba empezando a darse la mezcla de razas. Al principio esto no fue fácil. En el rostro de la Virgen de Guadalupe vemos la propuesta de un mensaje de comunión, a fin de superar las diferencias entre las razas a través de la paz y la armonía. El mestizaje no es mostrado como un hecho humillante, sino como una riqueza, fruto de la llegada del Evangelio. Por otra parte, la expresión del rostro era de especial importancia en el mundo náhuatl (la palabra ixtli –rostro-, era sinónimo de persona), de aquí que su expresión tierna y amorosa, de una madre que contempla a su hijo, indica amor, caricia, protección, inmenso interés por el otro. La manera de mirar de la Virgen, de lado, equivalía a pensar en el que se mira, no olvidarse de él. Un cuestionamiento pastoral que brota es ¿cómo mirar hoy, en María de Guadalupe, es decir con ojos de misericordia, a tantos rostros dolientes que necesitan reconciliación y sentido en su vida?
Un tercer elemento simbólico es el del sol, que aparece detrás de la imagen, como abriéndose paso entre la bruma, lo que traía enseguida a la mente indígena una frase que ellos usaban en su idioma para hablar de la llegada de Dios: “entre nubes y entre nieblas”. Como sabemos, el talle que marca el cinto no está en la cintura, sino elevado hasta el pecho, mostrando que esa muchacha está encinta,[2] con el sol iluminando al Hijo que viene. Como un detalle de no menor importancia debemos señalar que este acontecimiento se da en el solsticio de invierno, que ahora es el 23 de diciembre, ya que en ese tiempo no se había realizado aún la reforma al calendario que hizo el Papa Gregorio XIII en 1582, para corregir el error de 11 días que había, de modo que aquel 12 de diciembre era el solsticio, que todos los pueblos mesoamericanos conocían perfectamente en sus cálculos astronómicos y le daban un gran significado. Por otra parte, el manto representa el cielo lleno de estrellas y la túnica representa la tierra llena de flores, y el sol está iluminando el conjunto. Los indígenas contemplaban como un eterno conflicto la sucesión del sol, la luna y las estrellas, por ello se sentían obligados a ofrecer su sangre en los sacrificios humanos para permitir la permanencia del sol y con ello de la vida. En la imagen plasmada en la tilma de Juan Diego todo esto está superado. El ángel sostiene con una mano al manto y con la otra a la túnica, indicado la unidad cósmica entre cielo y tierra que viene a través de aquél que nace de María, Jesucristo.
Podemos decir algo más sobre las flores presentes, tanto en la imagen como en el relato de las apariciones, el Nican Mopohua. Los pueblos mesoamericanos concebían la verdad, la bondad y el valor del hombre como algo que tiene buenas raíces. Una cosa es cierta o es buena si está bien arraigada. Por lo tanto, una bella flor es la evidencia de una buena raíz y la promesa de un buen fruto. Para los indígenas, nada había más bello, nada más excelso como don de Dios que las flores, porque las flores eran lo más divino que el hombre poseía en la tierra.[3]
Hablando de la inculturación el número 52 de la Encíclica Redemptoris Missio señala:
Al desarrollar su actividad misionera entre las gentes, la Iglesia encuentra diversas culturas y se ve comprometida en el proceso de inculturación. Es ésta una exigencia que ha marcado todo su camino histórico, pero hoy es particularmente aguda y urgente. El proceso de inserción de la Iglesia en las culturas de los pueblos requiere largo tiempo: no se trata de una mera adaptación externa, ya que la inculturación ‘significa una íntima transformación de los auténticos valores culturales mediante su integración en el cristianismo y la radicación del cristianismo en las diversas culturas’. Es pues un proceso profundo y global que abarca tanto el mensaje cristiano, como la reflexión y la praxis de la Iglesia. Pero es también un proceso difícil, porque no debe comprometer en ningún modo las características y la integridad de la fe cristiana.
El Acontecimiento Guadalupano, a mi parecer, logró la transformación de valores culturales, no traicionó el mensaje cristiano sino al contrario, lo facilitó, y fue progresiva su recepción en el Pueblo de Dios, se fue dando paulatinamente. El ministerio episcopal tiene el gran reto de ir descubriendo los aspectos positivos de los grandes cambios culturales, y utilizarlos para el servicio del Evangelio; respecto a los aspectos negativos, advertir sobre ellos al Pueblo de Dios, para que esté atento; tener conciencia de que la inculturación es un proceso lento, no inmediato.
2. Santa María de Guadalupe, mujer y madre.
El segundo elemento que podemos destacar en el Acontecimiento Guadalupano es que una mujer, la Santísima Virgen María, viene a traer el Evangelio a estas tierras. Hoy en día es normal que la mujer tome parte en la vida apostólica de la Iglesia, pero en ese entonces todos los misioneros eran varones. Las religiosas que llegaron a la Nueva España a partir de 1540 eran monjas de clausura, no había vida religiosa femenina activa. En México, en cambio, la importancia de la figura materna obedecía a que, dentro de la sociedad prehispánica, entregada a la guerra como ideal de religión, había un número menor de hombres que de mujeres, pues eran muchos los varones que morían jóvenes en las batallas o en el sacrificio. Los niños, por tanto, crecían conociendo como experiencia tanto de amor como de autoridad a la madre, la cual era no sólo muy tierna y amorosa, sino también muy exigente y enérgica, como correspondía a una sociedad guerrera. La providencia de Dios dispuso que para México era indispensable, junto a los innumerables misioneros, un apóstol mujer y madre. Y al hacer que la Virgen María, Madre de Dios, transmitiera su mensaje, se adaptó a la mentalidad de los indígenas. Sabemos que hoy en nuestra Patria, la transmisión y la promoción de la vida de fe en las familias se realiza en gran parte por las mujeres. El Acontecimiento Guadalupano invita a los obispos a promover y valorar cada vez más el papel de la mujer en la Iglesia y en la evangelización.[4]
Pero además, desde la primera aparición a San Juan Diego, Santa María de Guadalupe se muestra como Madre de Dios y Madre nuestra.
El Nican Mopohua -utilizaré la traducción del Padre Mario Rojas-, señala: 26. Yo soy la Perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdaderísimo Dios por quien se vive, el creador de las personas, el dueño de la cercanía y de la inmediación, el dueño del cielo, el dueño de la tierra. Los antiguos mexicanos, en medio de su politeísmo, creían en un dios superior a todos los demás, pero era demasiado importante como para ocuparse directamente de ellos. Aquí sin embargo, escuchan que la Madre del verdadero Dios se acerca a ellos, se interesa por ellos y se muestra también como madre amorosa de todos.
29. Porque yo en verdad soy vuestra madre compasiva, 30.- tuya y de todos los hombres que en esta tierra estáis en uno, 31.- y de las demás variadas estirpes de hombres, mis amadores, los que a mí clamen, los que me busquen, los que confíen en mí. Aquí la madre de Dios se honra de ser madre de los naturales. Pero eso implicaba una exigencia: aceptar como hermanos no sólo a todos los que estaban en su tierra, sino a todos los demás variados linajes de hombres. En su tierra siempre había habido luchas, pueblo contra pueblo. Ahora se enteran de que tienen una madre común. Todos los que están en esta tierra, incluyendo a los españoles, eran sus hijos y, por ende, hermanos entre sí.
32. Porque ahí les escucharé su llanto, su tristeza, para purificar, para curar todas sus diferentes miserias, sus penas, sus dolores. Nada más propio de una madre que escuchar llanto, curar miserias, penas y dolores. Todos los ingenuos o demagogos de la historia han prometido a sus seguidores suprimirles miserias, penas y dolores, ofreciendo desde un nirvana libre de todo apego, hasta un paraíso del proletariado. Cristo al contrario, dejó claro que abnegarse y tomar la cruz era esencial para su seguimiento (Mt. 16,24); pero nadie que acudiera a Él se sentiría agobiado, puesto que “su yugo es suave y su carga ligera” (Mt. 11,30). Eso es lo mismo que hace Ella.[5]
Vemos pues que el mensaje guadalupano tiene una claridad doctrinal notable y es una buena noticia. No es algo confuso, sino sencillo, para que lo comprendieran todos. Tampoco es un mensaje de miedo, como a veces se oye de algunos supuestos mensajes de la Virgen María, sino que invita a la confianza, pero sin evasión de la realidad.
Todo esto se puede relacionar con el número 268 del Documento de Aparecida:
Como en la familia humana, la Iglesia-familia se genera en torno a una madre, quien confiere “alma” y ternura a la convivencia familiar. María, Madre de la Iglesia, además de modelo y paradigma de humanidad, es artífice de comunión. Uno de los eventos fundamentales de la Iglesia es cuando el “sí” brotó de María. Ella atrae multitudes a la comunión con Jesús y su Iglesia, como experimentamos a menudo en los santuarios marianos. Por eso la Iglesia, como la Virgen María, es madre. Esta visión mariana de la Iglesia es el mejor remedio para una Iglesia meramente funcional o burocrática.
A partir de todo esto, creo que es fundamental para el ministerio episcopal, llegar no sólo a la mente, sino al corazón, manifestar siempre esa actitud de cercanía y ternura, inspirar confianza, ayudar a los fieles a enfrentar la realidad y no a evadirla, como lo hizo Santa María de Guadalupe.
3. Construcción de la casita sagrada.
El Nican Mopohua señala: 26. Mucho quiero, mucho deseo que aquí me levanten mi casita sagrada 27. En donde lo mostraré, lo ensalzaré al ponerlo de manifiesto 28. Lo daré a las gentes, en todo mi amor personal, en mi mirada compasiva, en mi auxilio, en mi salvación.
No podemos limitar este pasaje a una construcción material. La traducción que hizo Primo Feliciano Velázquez en 1926 hablaba de templo. Mons. Guerrero comentaba este pasaje señalando que los mexicanos identificaban la nación con su templo. La nación se inicia al levantarse el templo y se extingue al destruirse éste. Como ya no había templos mexicanos, había cesado de existir la nación mexicana. Ahora en cambio, con ese templo que Ella pide para su Hijo, la nación va a resurgir. Además es fundamental el aspecto cristológico que tiene este pasaje: es el lugar donde Ella mostrará a su Hijo.[6]
Hubiera sido fácil pedirle a San Juan Diego que él levantase el templo, solicitando la ayuda de sus paisanos indios, pero entonces probablemente ese templo hubiera sido motivo no de unión sino de división, pues los españoles no lo hubieran permitido, y aunque lo permitiesen, resultaría un lugar indígena, no una casa para todas las gentes de esta tierra.[7]
Las últimas traducciones ponen casita sagrada. Para nosotros el término casa, implica familiaridad; lugar donde uno no se siente extraño; lugar de encuentro, convivencia y cercanía con los seres queridos; lugar donde se comparten las experiencias de la vida. Uno de los grandes retos de siempre de la pastoral es que en el lugar donde se reúne la comunidad todos se sientan en casa. Cuando no ocurre esto, muchos fieles se van.
Sobre el término “sagrada”, creo que es fundamental lo que dice el mensaje del Papa Francisco a los obispos en la Catedral de México, el 13 de febrero de 2016:
Casita familiar y al mismo tiempo sagrada, porque la proximidad se llena de la grandeza omnipotente. Somos guardianes de este misterio. Tal vez hemos perdido este sentido de la humilde medida divina, y nos cansamos de ofrecer a los nuestros la ‘casita’ en la cual se sienten íntimos con Dios. Puede darse también que, habiendo descuidado un poco el sentido de su grandeza, se haya perdido parte del temor reverente hacia un tal amor. Donde Dios habita, el hombre no puede acceder sin ser admitido y entra solamente ‘quitándose las sandalias’ (cf. Ex 3,5) para confesar la propia insuficiencia. Y este habernos olvidado de este “quitarse las sandalias” para entrar, ¿no está posiblemente en la raíz de la pérdida del sentido de la sacralidad de la vida humana, de la persona, de los valores esenciales, de la sabiduría acumulada a lo largo de los siglos, del respeto a la naturaleza?[8]
Algunos retos que brotan de aquí para el ministerio episcopal son: contribuir a la unidad entre todos los fieles de su Diócesis, luchando por superar los odios y rencores, para que la edificación de nuestra nación sea más sólida y de acuerdo con los valores evangélicos. Insistir en la corresponsabilidad de que los mexicanos tenemos respecto a los sectores más desprotegidos, para que en nuestra casa común no haya esas diferencias tan lacerantes como existen hoy. Infundir un amor profundo a nuestra patria, sin caer en nacionalismos extremos. Evitar que se vaya perdiendo el sentido de lo sagrado, de manera especial en lo referente al ser humano. Que así como Santa María de Guadalupe pidió un templo para desde allí comunicar a Jesucristo, su Hijo, el obispo está llamado a promover que en toda la pastoral de su Diócesis verdaderamente se comunique la persona y el mensaje de Jesús, evitando toda autorreferencialidad en los agentes de pastoral.
4. El papel de fray Juan de Zumárraga.
La Santísima Virgen le pide a Juan Diego que vaya ante el Obispo representante de su Hijo. Zumárraga era muy recto, pero también como inquisidor debía ser desconfiado, analítico. Su actitud ante las religiones indígenas era de rechazo. Cinco meses antes de recibir a Juan Diego, en una carta al Capítulo General de su Orden, se precia de haber arrasado con “500 templos de los dioses y más de 20 mil imágenes de los demonios que adoraban”. Todavía no estaba consagrado obispo. Pero era quien representaba a la autoridad eclesiástica en estas tierras y por eso la Virgen le pide a Juan Diego que vaya a él. El Acontecimiento Guadalupano es profundamente eclesial, invita a la unión con el pastor, y a través de él con la Iglesia universal.
No era nada fácil lo que se le pedía a Juan Diego, pues para cualquier español, una teofanía a un recién converso, y una petición de un templo a la Madre de Dios, precisamente donde había estado la Tonantzin, el ídolo de la madre de los dioses paganos, tenía que suscitar recelo y rechazo.
44. Y habiendo escuchado [el Obispo] toda su narración, […] como que no mucho lo tuvo por cierto. 45. le respondió […] Hijo mío, otra vez vendrás […] con calma te oiré. Cualquier obispo sensato, hubiera actuado de manera similar. Tenía que parecerle muy sospechoso que un neófito recién converso viniera a decirle que nada menos que la Madre de Dios, le pedía a él, el Obispo, que construyera un templo en un sitio apartado.
En el segundo encuentro de Juan Diego con el obispo, luego de la segunda aparición, se dice: 74. El Obispo muchísimas cosas le preguntó […] 75. todo absolutamente se lo declaró […] aparecía con toda claridad que Ella era la perfecta Virgen, la Amable, Maravillosa Madre de nuestro Salvador Jesucristo. 78. Dijo [el obispo] que no sólo por su palabra, su petición se haría, […] que era muy necesaria alguna otra señal para poder ser creído cómo a él lo enviaba la Reina del cielo en persona.
Zumárraga no fue nada crédulo, y para asegurarse que Juan Diego no había tenido una alucinación, le exige una señal, abriendo el camino así, sin proponérselo, a que tengamos el gran regalo de su imagen. Se ve que el Obispo no era impulsivo y examinaba las cosas antes de actuar.
Ciertamente Zumárraga tuvo la virtud de escuchar a Juan Diego, y tratarlo más o menos bien; no así sus colaboradores cercanos, que actuaron movidos por el fastidio o por actitudes discriminatorias. Creo que esto es una invitación a que los obispos siempre busquen colaboradores que se distingan por su buen trato a la gente y, además, no dejar a los intermediarios el propio trabajo de cercanía pastoral con todos.
María, al mandar que sólo al Obispo se le entregase su mensaje y su señal, le confirió a éste un inmenso prestigio y autoridad en la mentalidad indígena, puesto que lo convirtió en “dueño de su imagen”, en un “amoxhua” como le llamaban los indígenas al que cuidaba e interpretaba los códices. Y a Juan Diego la Virgen lo constituyó su teomama -portador de la imagen-. Y siendo Juan Diego un macehual, un hombre del pueblo, era una forma de decir que el pueblo indígena está llamado no sólo a recibir a Cristo, sino a darlo a los demás.[9]
5. María de Guadalupe alienta a Juan Diego a cumplir su misión.
Una cosa que me parece esencial en la dimensión pastoral del Acontecimiento Guadalupano es que Santa María de Guadalupe buscó el encuentro con San Juan Diego en 4 ocasiones, otra con Juan Bernardino, e hizo que Juan Diego se encontrara con Zumárraga. Fueron encuentros de gracia que generaron un proceso de evangelización. Fundamental en toda acción pastoral del obispo es el aprovechar todas las oportunidades para encontrarse con los sacerdotes, las comunidades, los fieles, y escucharlos. Y buscar que los agentes de pastoral salgan al encuentro de los alejados del influjo del Evangelio. Si no hay este encuentro personal no se vive el modelo pastoral que Jesucristo enseñó.
San Juan Diego, luego de su primer encuentro con Zumárraga, 46. Venía triste, porque no se realizó de inmediato su encargo. 47. Luego se volvió, al terminar el día, […] se vino derecho a la cumbre del cerrillo, 48. Y tuvo la dicha de encontrar a la Reina del Cielo.
Si había visto a la Virgen al amanecer, y regresaba al acabar el día, entonces, la mayor parte de éste lo tuvieron relegado, esperando, sin probar bocado, tenso ante la entrevista, y ansioso de cumplir bien su cometido. Debía, pues sentirse muy mal. Por eso le pide a la Virgen que envíe a uno que sea conocido, respetado y honrado, para que le crean, 55. Porque en verdad yo soy un hombre de campo, soy mecapal, soy cacaxtle,[10] soy cola, soy ala: Yo mismo necesito ser conducido, llevado a cuestas, no es lugar de mi andar ni de mí detenerme allá a donde me envías.
La Virgen le responde que es por esa sencillez que necesita de él:. 58. […] ten por cierto que no son escasos mis servidores, mis mensajeros, a quienes podría confiar que lleven mi aliento, mi palabra, para que efectúen mi voluntad; pero es muy necesario que tú, personalmente vayas, ruegues que por tu intercesión se realice […] mi voluntad.
En el Evangelio, Jesús insistió en que cada uno tenemos la responsabilidad de ser operarios en su mies (Mt. 9,37; Lc. 10,2), y eso mismo es lo que hace María Santísima: También Ella es totalmente explícita en que la evangelización de México que Ella pretende tiene que ser obra de los mexicanos, comprendiendo en esto a todos: indígenas y españoles. Confía plenamente en Juan Diego, con esto está indicando la necesidad de que también los indígenas participen en la labor de evangelización; además María Santísima actúa muy de acuerdo con el mensaje bíblico de ensalzar a los humildes.
También hay que decir que el que escribió el Nican Mopohua, alrededor del año 1560, fue un indígena, Antonio Valeriano. Él nació hacia 1528; fue uno de los alumnos fundadores del Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, establecido por los cuidados de fray Juan de Zumárraga y de Antonio de Mendoza, primer virrey de Nueva España, en 1536. El objeto del Colegio era impartir, por los franciscanos, instrucción superior a los hijos de los caciques y de la nobleza indígena. Valeriano ayudó a fray Bernardino de Sahagún en la composición de la Historia general de las cosas de la Nueva España.[11] Después de haber sido maestro en Tlatelolco, fue nombrado gobernador de los indios de la parcialidad de San Juan, de la Ciudad de México, y desempeñó el cargo más de 35 años, a entera satisfacción de los virreyes. Conocedor profundo de la lengua mexicana, prestó muy buenos servicios a los franciscanos en el aprendizaje de la misma. Murió en 1605.[12]
El obispo, de acuerdo con está enseñanza, está llamado a animar a los miembros del Pueblo de Dios a cumplir su misión y alentarlos en sus dificultades, como lo hizo la Virgen de Guadalupe con Juan Diego. Y así como Antonio Valeriano, un indígena preparado, pudo utilizar sus conocimientos al servicio de las generaciones venideras, al escribir esta obra maestra de la literatura náhuatl, así el obispo debe tratar de descubrir la capacidades de los bautizados, no escatimar esfuerzos para que se formen y puedan mejor servir a la Iglesia, y aportar a ella la riqueza de sus carismas.
6. La virtud de la caridad por encima de todo.
94. Y al día siguiente, lunes, cuando debía llevar Juan Diego alguna señal para ser creído, ya no volvió. 95. Porque cuando fue a llegar a su casa, a su tío, de nombre Juan Bernardino, se le había asentado la enfermedad, y estaba muy grave. 96. Aún fue a llamarle al médico, […] pero ya no era tiempo […] 97. Y cuando anocheció, le rogó su tío que cuando aún fuera de madrugada, […] saliera a llamar a Tlatilolco algún Sacerdote, para que fuera a confesarlo […] 98. porque estaba seguro de que […] ya no se curaría.
Se muestra la gran sensibilidad de Juan Diego, deja de lado algo tan importante para él, como una cita con la Madre de Dios, y una embajada, esta vez con éxito asegurado ante el obispo, para atender a su tío moribundo; ya desde su cultura prehispánica se le había enseñado que los enfermos “son imagen de Dios”, como lo refiere Sahagún, ahora le toca vivir también la primacía de la caridad como prueba de la fe.[13]
Por esta premura es que Juan Diego trató de evadir el cerro del Tepeyac, pero la Virgen que le sale al encuentro, no le reprocha, al contrario, es allí donde le dirige las palabras más afectuosas que puede haber, y que han marcado a tantas generaciones de fieles: 118. que no se perturbe tu rostro, tu corazón; no temas esta enfermedad, ni ninguna otra cosa punzante, aflictiva. 119 ¿no estoy yo aquí que soy tu madre? De esta manera el Acontecimiento Guadalupano va totalmente de acuerdo con el Evangelio que pide practicar las obras de misericordia. La Santísima Virgen soluciona el problema al curar a Juan Bernardino.
Aquí hay otro elemento fundamental en el ministerio episcopal: practicar la misericordia y alentar al Pueblo de Dios a que la viva, y a que pueda buscar soluciones a las angustias que vive mucha gente. Nunca desentenderse de la pastoral social.
7. Comunión que Santa María de Guadalupe ha generado en el Episcopado.
Esto se ha visto en diversas ocasiones en la historia de México. Por ejemplo, en 1746, cuando se le declaró patrona de la Nueva España, se tuvieron que conseguir las cartas poder de todos los obispos, de los Cabildos (que representaban al clero) y de todos los Ayuntamientos, y hasta que se tuvieron todas, se pudo hacer la jura de ese patronato. Otro ejemplo es que en 1838, los obispos se organizaron para que cada uno de los día 12 de mes, una Diócesis organizara una función religiosa en honor a la Virgen de Guadalupe en su Colegiata. Cuando el número de las Diócesis creció, en 1863, entonces también cubrían las principales fiestas marianas. Esto fue el inicio de las peregrinaciones diocesanas al Santuario de Guadalupe. Otro acontecimiento que unió fue la Coronación de la Virgen de Guadalupe en 1895. Otro más el IV Centenario de las Apariciones, en 1931, cuando México apenas acababa de salir de la persecución religiosa; en esa ocasión se hicieron numerosas remodelaciones a la Basílica, colaborando para ello las Diócesis.
Y esto no sólo se ha dado entre el Episcopado Mexicano. El 12 de octubre de 1933, 226 obispos latinoamericanos, presididos por el arzobispo de Río de Janeiro, cardenal Leme, y por el arzobispo de México, Pascual Díaz Barreto, le pidieron al Papa Pío XI que el 12 de diciembre de ese año, se pudiera celebrar misa pontifical en la Basílica de San Pedro, con el fin de conmemorar la América Latina el patronato de la Virgen de Guadalupe y unirse así todas esas naciones más estrechamente al amparo de su imagen y en torno a la Silla Apostólica. El Papa condescendió a sus deseos. Era el Año Santo de 1933, con motivo de los 1900 años de la Redención. El día señalado fue colocada una imagen de la Virgen de Guadalupe en la Gloria de Bernini en la Basílica Vaticana. Celebró la misa el arzobispo de Guadalajara Francisco Orozco y Jiménez, asistiendo el Sumo Pontífice. Además en ese año, el 20 de octubre, los obispos de Filipinas solicitaron que el Patronato de la Virgen de Guadalupe se extendiera a su nación. Lo que concedió Pío XI el 16 de julio de 1935.[14] Por eso lo que se quiere realizar ahora con un camino pastoral guadalupano se inserta en una tradición histórica muy sólida.
Termino con lo que dijo el Papa Francisco en la Catedral el 13 de febrero del año pasado: “Como enseña la bella tradición guadalupana, la ‘Morenita’ custodia las miradas de aquellos que la contemplan, refleja el rostro de aquellos que la encuentran. Es necesario aprender que hay algo de irrepetible en cada uno de aquellos que nos miran en la búsqueda de Dios. Toca a nosotros no volvernos impermeables a tales miradas. Custodiar en nosotros a cada uno de ellos, conservarlos en el corazón, resguardarlos”.[15]
[1] José Luis Guerrero, El Nican Mopohua. Un intento de exégesis, Universidad Pontificia de México (Bibliotheca Mexicana 6 y 7), 2 volúmenes, Editorial Realidad, Teoría y Práctica, Cuautitlán, Edo. de México, 1998.
[2] El Papa Francisco, en su mensaje a los obispos en la Catedral de México, dijo: “La Guadalupana está ceñida de una cintura que anuncia su fecundidad. Es la Virgen que lleva ya en el vientre el Hijo esperado por los hombres. Es la Madre que ya gesta la humanidad del nuevo mundo naciente. Es la Esposa que prefigura la maternidad fecunda de la Iglesia de Cristo. Ustedes tienen la misión de ceñir toda la Nación mexicana con la fecundidad de Dios. Ningún pedazo de esta cinta puede ser despreciado. L’Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, Año XLVIII, número 7, 5.
[3] Fidel González Fernández – Eduardo Chávez Sánchez – José Luis Guerrero Rosado, El encuentro de la Virgen de Guadalupe y Juan Diego, Editorial Porrúa, México 1999, 193-214. Sobre la inculturación cfr. GS 58-59. EN 62-63. Documento de Puebla 397-419. Documento de Aparecida 476-480. RM 52-57.
[4] Cfr. Documento de Puebla 834-849 y Carta Apostólica Mulieris Dignitatem.
[5] José Luis Guerrero, Aquí se cuenta… el gran acontecimiento, Editorial Realidad, Teoría y Práctica, México 2003, 34-37.
[6] José Luis Guerrero, “Mucho quiero, muchísimo deseo…” en Memoria del Congreso Guadalupano “Mucho quiero, muchísimo deseo que aquí me levanten mi templo, octubre 8, 9 y 10 de 2001, Basílica de Guadalupe, Instituto de Estudios Teológicos e Históricos Guadalupanos A. C., México 2002, 3-26.
[7] Es significativo lo que dijo del templo el Papa Paulo VI en el mensaje que envió a todos los mexicanos para la dedicación de la nueva Basílica de Guadalupe, el 11 de octubre de 1976, que decía: “La dedicación de la nueva Basílica no es, no puede ser, una meta de llegada, sino un punto de partida. En efecto, el templo inaugurado debe ser el símbolo de ese templo espiritual y visible que llamamos Iglesia (Cf. I Cor 3, 16) y que, con Cristo por piedra angular, gobernada por el Sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él se construye cada día, se perfecciona y llega a plenitud en nosotros, en nuestra dignidad creciente de hijos de Dios que hacia Él peregrinamos. […] Por ello, y puesto que no hay verdadera hermandad sin un amor operante y sin la previa implantación de una auténtica justicia para todos, la dedicación del nuevo templo debe constituir el punto de arranque de un esfuerzo permanente de mayor justicia social, de búsqueda de una creciente educación cultural que dignifique cada vez más a todas las personas, de una lucha sin tregua a la corrupción, de una eficaz ayuda –espiritual, moral, material- para todos los oprimidos y necesitados. Y no podríamos dejar de mencionar aquí, con especial énfasis y afecto, al más pobre, al campesino, que espera con justa impaciencia la realización de las promesas tantas veces hechas y a veces olvidadas. A él la Iglesia se siente particularmente cercana”Gaceta oficial del Arzobispado de México, 11-12 (1976) 4-5.
[8].L’Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, Año XLVIII, número 7, 5.
[9] José Luis Guerrero, Aquí se cuenta… el gran acontecimiento, 40-41, 48-49, 70.
[10] Cacaxtle es la escalerilla de tablas de que habla la traducción clásica de Primo Feliciano Velázquez, en donde iba atado un pequeño ciervo; mecapal es el cinto para apoyar el peso sobre la frente. Eran instrumentos del cargador. Juan Diego se refiere a sí mismo como un simple cargador.
[11] Lo dice Sahagún en el prólogo al libro II: “y los mexicanos añadieron y enmendaron muchas cosas a los doce libros, cuando se iban sacando en blanco, de manera que el primer cedazo por donde mis obras cirnieron fueron los de Tepeapulco; el segundo, los de Tlatelolco; el tercero los de México, y en todos estos escrutinios hubo gramáticos colegiales. El principal y más sabio fue Antonio Valeriano, vecino de Azcapotzalco”. Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España, (“Sepan cuantos…” 300), Porrúa, México 112006, I, 72.
[12] Cfr. Jesús García Gutiérrez, Apuntamientos para una bibliografía crítica de historiadores guadalupanos, [s.e.], Zacatecas 1939, 8.
[13] Bernardino de Sahagún, Historia general (libro 6, cap. 7, no. 34), 302.
[14] Salvador de la Vega, Italia guadalupana y los Papas ante la Inmaculada del Tepeyac, México 1936, 169-182.
[15] L’Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, Año XLVIII, número 7, 4.