de Enrique Díaz Díaz
Obispo Coadjutor de San Cristóbal de las Casas
9 Enero
El Bautismo de Jesús
Isaías 42, 1-4. 6-7: “Miren a mis siervo, en quien tengo mis complacencias”
Salmo 28: “Te alabamos, Señor”
San Mateo 3, 13-17: “Apenas se bautizó Jesús, vio que el Espíritu Santo descendía sobre Él”
Después de la Epifanía, que es una bella manifestación de Cristo Niño, hoy se nos presenta otra “manifestación del Señor”, igualmente bella y con una gran profundidad.
Esta nueva manifestación al inicio de la vida pública de Jesús es preparada por Juan el Bautista y realizada en el contexto del Jordán, con los cielos abiertos, la bajada del Espíritu y la voz que legitima al Hijo. El evangelio de San Mateo desde su inicio nos presenta a Jesús como el Mesías que espera el pueblo de Israel: un Mesías que responde a la iniciativa de Dios con una vida de obediencia; un Mesías que realiza la salvación y que da comienzo al tiempo del Espíritu; un Mesías que, recibiendo un bautismo de agua, inicia la misión que el Padre le ha confiado.
El Espíritu desciende sobre él porque está dispuesto y completamente entregado a la construcción del Reino. El bautismo de Jesús inaugura su vida pública y contiene en esencia todo el itinerario que deberá recorrer. Juan predicaba un bautismo de conversión y Jesús, como tantos otros jóvenes de su tiempo, acude a recibir dicho bautismo.
El rito de inmersión en las aguas, un rito común a muchas culturas, significa una decisión radical de entrega a un ideal por el cual se declara dispuesto a entregar todo, incluso la vida. Jesús será coherente en todos los actos de su vida con este compromiso que asume al hacerse bautizar por Juan. Recibe este bautismo no porque necesite purificarse sino como signo de identificación con los pecadores a quienes ha venido a salvar, y una disposición plena para el cumplimiento de la voluntad de su Padre.
A nosotros como a Jesús, el bautismo no sólo nos sitúa en el camino de la propia aventura espiritual, sino que implica una responsabilidad para con los demás, una misión universal: la construcción de un mundo nuevo, la edificación, aquí y ahora, del Reino.
Hoy este recuerdo del bautismo de Jesús nos puede situar en la verdadera dimensión de este tiempo ordinario: vivir lo terreno y rutinario de cada día, con el ideal y la entrega de un verdadero hijo de Dios, que transforma su tiempo, su trabajo y su vida entera en una extraordinaria manera de vivir.