DESDE LA CEM: Cristianos: ¡Despierten!

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO

  

Isaías 63, 16-17. 19; 64, 2-7: “Ojalá, Señor, rasgaras los cielos y bajaras”

Salmo 79: “Señor, muéstranos tu favor y sálvanos”

I Corintios 1, 3-9: “Él nos hará permanecer irreprochables hasta el fin”

San Marcos 13, 13-37: “Velen y estén preparados”

 

Poco a poco se fue acostumbrando a vivir en el abandono. Su casa llena de animales de todo tipo, las yerbas creciendo por todas partes, el desorden de los muebles, los restos de comida por todos lados, el abandono a flor de piel. Pero se ha acostumbrado y ya se le hace imposible romper la rutina. La falta de aseo, su porte descuidado, y un olor punzante hacen desagradable su presencia pero lo más triste: ¡Él no se da cuenta! El fétido hedor que despide es para todos evidente, pero él es incampaz de percibirlo. “¿Por qué se ha dejado en el abandono si era un hombre tan brillante?” Quizás pase como la situación que denuncia Isaías: “Todos éramos impuros y nuestra justicia era como un trapo asqueroso”. Quizás pase lo mismo que con la dura realidad actual: nos acostumbramos a la injusticia, a la corrupción, a la mentira… todos estamos sumergidos y vivimos indiferentes y amodorrados.

Es el primer domingo de Adviento y San Marcos quisiera despertarnos gritándonos “¡Alerta!”. Nos podemos continuar dormidos, ya viene el Señor. Nos lanza a prepararnos y estar atentos a la venida del Hijo del Hombre. En esta primera etapa hay un doble juego que nos impulsa a prepararnos tanto para el último día, el día del juicio final; como para la venida de Jesús, Mesías, que viene a salvarnos. Tanto en la Encarnación como la Parusía, el Dios que nos ama y esperamos es un  Dios sorprendente. Sorprendente porque no es ocasional ni episódico, sino es el “Dios con nosotros” que quiere estar en medio de nosotros, en el centro de nuestra existencia. Sorprendente porque puede llegar en cualquier momento: “al anochecer, a la medianoche, al canto del gallo o a la madrugada”. Sorprendente porque para acogerlo hay que vivir el hoy en plenitud. Sorprendente porque nos invita a discernir los signos de los tiempos, a andar por caminos de justicia. Sorprendente porque no viene ante todo a exigir, sino a dar, pues por él “hemos sido enriquecidos en todo”

Y para quien ya se ha resignado a vivir en la injusticia y en la pasividad, se presenta el adviento como un tiempo de esperanza, de un dinamismo interior muy profundo que se desarrolla entre la expectación y la vigilancia, entre la búsqueda y el movimiento. Un llamado a superar la apatía, el estancamiento, la pasividad o la indiferencia. El pequeño ejemplo que nos ofrece el evangelio de este día es la última parte de las enseñanzas que ofrece Jesús a sus discípulos. Y esta última palabra de Jesús es una invitación a la esperanza y a una paciencia activa, pues con su venida al mundo, muerte y resurrección, han llegado los últimos  tiempos. El desconocimiento del cuándo futuro no puede hacer disminuir la importancia del presente. En resumidas cuentas, lo que se necesita es despertar a los hombres, pues cada momento, cada instante, puede ser tiempo de Dios (Kairós) y no solamente tiempo mundano (Kronos). Es precisamente la espera del “momento” final (Kairós) la que otorga este carácter divino-humano a la historia concreta de cada hombre. Así la tarea del creyente es avivar la esperanza a la luz del futuro definitivo. 

Cristianos: ¡Despierten, ya ha llegado el Adviento! No se puede estar atentos al tiempo de Dios en la inconsciencia, no se puede ser fiel a un Dios sorprendente ¡estando dormidos! Hay que estar alerta. No podemos delegar a nadie este encargo de vigilar y trabajar. Hay que estar siempre con el corazón abierto para recibirlo. Somnoliento, adormilado, el cristiano no se da cuenta de nada, llega la tormenta, destruye su casa y patrimonio, causa enormes daños, y él sólo acierta a decir ¿Por qué no me avisaron a tiempo? ¿Por qué estamos desprevenidos?… La violencia, la inseguridad, los robos y secuestros nos angustian y mortifican, no estamos preparados para enfrentarlos, por todos lados nos invaden, a nosotros que vivíamos tan seguros, que descuidamos la educación para conseguir unos pesos más. La ambición de los bienes terrenos ha agotado nuestro interés y nuestro tiempo. Han vulnerado nuestra casa y nuestras personas y ahora nos sentimos indefensos. ¿Cómo hacer para prepararnos?

Este tiempo de adviento es – o debería ser – una fuerte llamada que nos despierta y nos pone alertas para prepararnos a la venida del Señor. No en la angustia del día final, sino en la espera enamorada de quien sabe llega la persona amada. Para descubrir a este Jesús que ya llega es preciso tener el oído fino, los ojos limpios y abiertos, el corazón expectante y comprometerse en el presente con lucidez, con perspectiva de plenitud y de futuro y la mirada fija en él. ¿A qué me compromete personalmente? ¿Qué consecuencias he tenido en mi vida espiritual, familiar, pastoral, comunitaria, por no estar vigilante y atento? ¿Cómo estoy velando por mi salud espiritual? ¿Cuáles son mis descuidos? ¿Qué puedo hacer para estar atento a recibir a Jesús que ya llega? Contemplemos con ansía y deseo a este Jesús, Mesías, que se avecina. Avivemos el anhelo de que ya esté presente en medio de nosotros.

Señor Jesús, que con tu llamado  a despertar, nos recuerdas la urgencia de responder a tu amor, concédenos que en este Adviento, llenos de esperanza, hagamos presente tu Reino. Que se manifieste con mayor claridad que Tú te haces “Dios con nosotros”, das sentido a nuestras vidas  y las llenas de amor. Amén.

Mons. Enrique Díaz Díaz

Diócesis de Irapuato