+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo Emérito de SCLC
VER
El 13 de marzo se cumplieron cinco años de que fue elegido el Papa Francisco como Sucesor de Pedro, Vicario de Jesucristo. Con esta ocasión, no faltan comentarios en favor y en contra. Algunos, que se consideran especialistas en asuntos vaticanos, aventuran todo tipo de opiniones, con criterios muy a ras de tierra, interpretando lo que el Papa hace o deja de hacer, como si conocieran todas las implicaciones que hay que tomar en cuenta cuando él debe tomar decisiones. Yo ratifico mi convicción de fe en el sentido de que es el Espíritu Santo guía a su Iglesia, y la designación de este Papa es una manifestación de que él actúa, a través de las mediaciones eclesiales.
Cuando fue elegido, yo estaba en Guadalupe Pashilhá, una comunidad tseltal en las montañas de la selva chiapaneca, en un encuentro anual de formación con diáconos permanentes de la diócesis. Al empezar el Cónclave, yo suponía que no me enteraría de su desarrollo, por estar tan lejos y aislado; pero mi sorpresa fue que en varias casas están conectados al satélite y las noticias llegan de inmediato. Cuando me dijeron que había sido elegido el cardenal Bergoglio, expresé mi desconcierto, pues nunca pensé que fuera candidato para este ministerio. Pasando los primeros días, los meses y los años, me confirmo en mi fe de que es Dios quien decide estas elecciones. Considero a este Papa como una bendición para estos tiempos. Es lo que necesitábamos, para darle un nuevo aire a la Iglesia.
Son explicables las reacciones contrarias a su estilo y a sus exigencias evangélicas. Su sencillez contrasta con la forma de vida principesca de muchos eclesiásticos. Su apertura pastoral, marcada por la misericordia, contrasta con la rigidez de quienes sólo cuidan la ortodoxia, la ley del sábado, sin tener en cuenta a las personas en sus necesidades concretas. Su lucha por reformar no sólo la Curia Romana, sino toda la Iglesia, contrasta con quienes nos encapsulamos en nuestras propias seguridades, económicas y culturales. Su exigencia de dar prioridad a los pobres, contrasta con quienes defienden y sostienen este sistema social y económico que enriquece a unos a costa de otros, y no admiten que se les desestabilice. Su dinamismo misionero es molesto para quienes nos contentamos con una pastoral conservadora y autoreferencial. Su intolerancia con la pederastia clerical debe tener siempre como base la verdad, la justicia y la misericordia, tanto con las víctimas como con los pervertidores. Si no se tienen suficientes elementos de juicio, no se puede condenar a alguien quizá siendo inocente. Cuando el juicio es completo y justo, se procede.
PENSAR
Traigo a colación sólo algunas de sus palabras, que quieren marcar el rumbo de la Iglesia:
“La misericordia es el don más precioso de Dios. La misericordia es el corazón de Dios. Nada es más dulce que su misericordia. Dejémonos acariciar por Dios. ¡Es tan bueno el Señor! Y perdona todo. Por ello debe ser también el corazón de todos los que se reconocen miembros de la única gran familia de sus hijos. Hagamos la revolución de la ternura. La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Todo en su acción pastoral debería estar revestido por la ternura.
Una Iglesia con las puertas cerradas se traiciona a sí misma y a su misión, y en vez de ser puente, se convierte en barrera. La Iglesia no es una aduana. Es la casa paterna, donde hay lugar para cada uno. La Iglesia es la portera de la casa del Señor, no es la dueña. Una Iglesia inhospitalaria mortifica el Evangelio y aridece el mundo. ¡Nada de puertas blindadas en la Iglesia, nada! ¡Todo abierto!
La alegría del Evangelio llena la vida de quienes se encuentran con Jesús. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría. Quienes se dejan salvar por Jesús son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Fijemos la mirada en Jesús. A veces se habla más de la Iglesia que de Jesucristo, más del Papa que de la Palabra de Dios. ¡Jesús es el Señor!
¡Quiero que la Iglesia salga a la calle! ¡Quiero que nos defendamos de todo lo que sea mundanidad, de lo que sea instalación, de lo que sea comodidad, de lo que sea clericalismo, de lo que sea estar encerrados en nosotros mismos. Las parroquias, los colegios, las instituciones, ¡son para salir! Si no salen, se convierten en una ONG, y la Iglesia no puede ser una ONG.
¡Cuánto daño nos hace la vida cómoda, el bienestar! El aburguesamiento del corazón nos paraliza. Algunas personas prefieren no informarse y viven su bienestar y su comodidad indiferentes al grito de dolor de la humanidad que sufre. Nadie puede exigirnos que releguemos la religión a la intimidad secreta de las personas, sin influencia alguna en la vida social y nacional. Una auténtica fe siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo.
La uniformidad no es católica, no es cristiana. La unidad católica es diversa, pero es una. La unidad no es uniformidad. Hay que construir puentes, en vez de levantar muros.
El corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres, tanto que hasta Él mismo se hizo pobre. La pobreza está en el centro del Evangelio. ¡Cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres! Hoy y siempre, los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio. Para la Iglesia, la opción por los pobres es una categoría teológica antes que cultural, sociológica, política o filosófica. Estamos llamados a descubrir a Cristo en los pobres. Sin la opción preferencial por los más pobres, el anuncio del Evangelio corre el riesgo de ser incomprendido. Es necesario que todos nos dejemos evangelizar por los pobres. Nadie puede sentirse exceptuado de la preocupación por los pobres y por la justicia social.
La hermana y madre tierra clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hace falta una conversión ecológica. Vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa; no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristiana. La espiritualidad cristiana propone un crecimiento con sobriedad y una capacidad de gozar con poco. Es un retorno a la simplicidad.
Renuevo la exhortación a no perder la esperanza en la capacidad del hombre de superar el mal, con la gracia de Dios, y a no caer en la resignación y en la indiferencia”.
ACTUAR
Estemos abiertos a lo que el Espíritu nos dice por medio del Papa Francisco, para que nuestra Iglesia sea más fiel a Jesús.