Como Obispo –padre y pastor–, recogiendo el sentir de los agentes de pastoral y de los fieles de nuestra Diócesis, expreso mi cercanía paterna a los familiares de las personas que están siendo víctimas de la violencia en el Estado de Nayarit y en el territorio mexicano.
La inseguridad y la violencia que estamos viviendo en nuestra patria son tan solo una manifestación de las consecuencias que trae el empobrecimiento de nuestro pueblo, la falta de competitividad, una economía estancada que favorece solo a unos cuantos privilegiados, la ausencia de oportunidades que provocan que sean muchos los que busquen salidas fáciles, mas no legales ni morales, trayendo como resultado una crisis de seguridad pública. Aunque la violencia puede tener diversas causas, ésta es una conducta que se aprende en casa y en la vida social, donde muchas veces se reduce a la persona en su dignidad.
Hemos sido testigos como en algunas partes de nuestro Estado de Nayarit se recrudece la violencia y provoca la percepción que es incontenible. La crisis de seguridad pública está acabando con la tranquilidad de las comunidades. Homicidios, feminicidios, levantones, despojos, secuestros, llamadas de extorsión, entre otros delitos, asolan a todo el territorio estatal.
Exhorto a las autoridades gubernamentales, a las instituciones y a la sociedad a tomar conciencia de la dignidad de todas las personas, y a luchar contra el grave mal de la violencia que afecta a miles, y que lesiona a toda la sociedad.
Estoy convencido que juntos podemos edificar una cultura donde se respete la vida humana en todas sus fases; donde aprendamos a descubrir la grandeza de nuestra existencia, para vivir con dignidad donde nos respetemos, nos demos a respetar y que exijamos que se nos dé a todos el respeto que merecemos como seres humanos.
Como Iglesia diocesana que peregrina en los estados de Nayarit y Jalisco animo a todos para que apoyemos las acciones e iniciativas de nuestros gobernantes y de la sociedad civil, para que con una visión humanista, cooperemos en la búsqueda de soluciones para hacer frente a la violencia, a la impunidad y a la discriminación.
Los católicos no nos autoexcluyamos de la realidad que nos circunda; recuperemos el tejido social desde las familias y las comunidades. La paz no se logra con violencia; la violencia jamás será la respuesta justa. Humanicemos nuestras familias, nuestras comunidades, nuestras instancias de procuración de justicia.
Del creyente se espera caridad y perdón, pero también solidaridad y congruencia de vida para poder transformar nuestra sociedad y buscar juntos el bien común. Donde cada uno descubramos nuestras propias grandezas, donde podamos vivir con dignidad.
De las autoridades se espera que hagan uso de la autoridad que les otorga la Constitución, que cumplan con la responsabilidad que el pueblo les ha otorgado, que con estrategias sólidas pongan fin a la ola de violencia; que generen los mecanismos necesarios para crear una cultura que prevenga el delito, entre otras obligaciones que llevan a cuestas desde el momento en que asumieron sus respectivos cargos.
Hacemos un llamado a la reflexión a quienes por ambición, codicia y búsqueda de poder, han puesto el dinero por encima de la vida, que es el valor supremo del ser humano. Para que sean conscientes que la violencia que generan amenaza y afecta a todos, incluyendo a sus propias familias.
Hemos impulsado una jornada de oración a Cristo Rey de la paz, para que toque el corazón de quienes se olvidan que somos hermanos y provocan sufrimiento y muerte. Que Santa María de Guadalupe nos ayude a defender la vida, la dignidad y los derechos de todas las personas.
Tepic, Nayarit, 1 de diciembre de 2017.
Mons. Luis Artemio Flores Calzada
8º Obispo de Tepic