Nunca hay que olvidar el papel que tienen nuestros mayores, nuestros antepasados, con relación al don de la fe. Dios nos exhorta, en la Sagrada Escritura, a que honremos, a que reconozcamos a nuestros mayores.
Ellos llevan en sus espaldas la experiencia de la vida, llevan en su corazón la experiencia de la fe, que se hace sabiduría, que se hace visión de la vida, de las cosas y del futuro.
En este sentido, es importante que valoremos la labor que hacen los abuelos en el seno de la familia. Se encargan de conservar la memoria religiosa. A veces, los papás están sumamente ocupados en traer lo necesario al hogar, porque trabajan ambos; viven a la carrera y, aunque, en el fondo, se relacionan con Dios, no tienen la serenidad y la calma de transmitir a sus hijos este don tan preciado que es la fe.
Es ahí donde entran los abuelos. Tienen la serenidad de la vida y, muchas veces, el tiempo, para ir sembrando en el corazón de los pequeños, de los nietos, la semilla de la fe. Saben que cuando la semilla entra por el oído y se aloja en el corazón, -saben que- en su momento, germinará, producirá su fruto, y se hará vida de sus nietos.
Hay que valorar este trabajo silencioso, pero a la vez, cariñoso y amoroso, que hacen los abuelos para transmitir los valores de la fe a sus nietos. Hay que darles su lugar, reconocerles su experiencia y su vida ya probada, y hay que estar abiertos a su sabiduría y a su enseñanza.
Por otra parte, ellos también nos hablan del don que Jesús ha hecho a nuestra Humanidad de hacerse como nosotros, de caminar y estar con nosotros, para gloriarnos en Él. Que Jesús nos indique nuestro destino es un gran don del que nos debemos gloriar siempre, porque lo tenemos como nuestro Señor y Salvador, y gloriándonos en Él, esforzarnos por conocer más su Palabra, su persona, lo que dijo e hizo por nosotros. Esforzarnos por seguir sus pasos, sus huellas. Es la forma más completa de gloriarnos en el Señor Jesús, que también tuvo sus abuelos.
Junto con esto, es importante, también, conservar prácticas y tradiciones piadosas, como las procesiones, en un mundo que parece que se aparta de las cosas de Dios, un mundo que no se gloría en Cristo, sino que parece que se gloría más bien de la técnica y de los adelantos de la ciencia, y ya no precisamente en la sencillez y en la naturalidad de expresarse directamente a los demás.
Las danzas, la peregrinación, los carros alegóricos, las imágenes, por ejemplo, hablan de un mundo de fe en el que la comunidad se gloría, y se gloría con humildad y orgullo de su fe en Cristo. Nuestros abuelos quieren para nosotros que crezcamos como personas de bien, dignas y con oportunidades para todos.